Humillarse; no justificarse

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Como todo el que escribe públicamente, yo también me encuentro a veces con personas descaradas y de poca educación, que se empeñan en demostrarlo en un extraño deseo de sobresalir sobre el que escribe. La animosidad es tanto más descarada, cuanto mejor sea el trabajo que has enviado. Uno se pregunta que clase de mala educación sobresale de la misiva, aunque estoy seguro de que el que escribe lo hace convencido de tener razón. Esta es la naturaleza humana.

Los mismos que muestran su agresividad y frustración en sus escritos, y en la vida normal en la conversación, son los que más hablan y promocionan verbalmente la tolerancia y las buenas maneras. Cuento esto, porque estoy seguro de que muchos de mis lectores ha padecido esta clase de agresión. Es normal que las empresas de internet tengan un reglamento que nos hacen leer, para evitar en lo que puedan estas enojosas situaciones.

En el campo de Internet en donde todos trabajamos de alguna manera, se reciben(al menos yo), una serie de direcciones que el descuido o la ignorancia ponen a nuestro alcance. En mi caso, miles. Si el que comete ese desliz (y yo lo he cometido a veces) es amigo, se le puede decir tranquilamente que escriba sobre «cco» en vez de «Para», pues de esta  forma proteges las direcciones de las personas a quien escribes.

Y la gente, en casi todos los casos, se intenta justificar de algo que no tiene justificación y sí en cambio arreglo; no volver a hacerlo, poniendo buen cuidado en fijarse en lo que se hace. En casi todos los casos está dispuesta la queja y el intento de justificarse, cuando lo conveniente es agradecer al que le pone sobre aviso cortésmente del error, tal y como ante Dios no se puede ir con martingalas, porque se dice: sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.  (Gálatas 2:16)

En la vida cristiana, cuando oramos, notamos nosotros mismos, o es el Señor en su palabra, el que te dice que estás haciendo una pésima oración; descubres la inmensa distancia que hay entre tus propias intenciones y tendencias, ante La Palabra de Dios que nos enseña a descubrir tales fallos. Si somos bastante inteligentes para darnos cuenta de lo que el Espíritu nos dice, nos vamos acercando mediante la corrección de nuestras inclinaciones a comunicarnos correctamente al Señor: por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,  (Romanos 3:23)

Decía Carnegie, un destacado escritor sobre la personalidad humana, que en las cárceles es difícil encontrar a alguien que diga francamente que está allí, porque se lo merecen sus abominables actos por los cuales fue juzgado y condenado. Y añadía que otro amigo le dijo que era un error contestar duramente o acusar de algo, a quien de ninguna manera estaría dispuesto a reconocer su error. Trataría el tal de justificarse, y lanzar una serie de acusaciones que compensaran de alguna manera las del oponente, y así quedar por encima de él o por lo menos, no por debajo.

Y así es la naturaleza de los hombres. Cada día nacen millones de personas que están como nosotros dispuestas a justificarse por cualquier cosa. Este al parecer es un mundo de inocentes. Y así dice la Escritura: Y no entres en juicio con tu siervo; Porque no se justificará delante de ti ningún ser humano. (Salmo 143)

En la relación con Dios, tanto creyentes como incrédulos, tratamos de justificarnos, aunque los cristianos veteranos (no por edad sino por conocimiento), ya aprendieron que ante el Señor no valen las justificaciones, sino una entrega total y convicta, de que solo la misericordia del Señor es la única boleta que nos permite acercarnos al Creador. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; (Romanos 5:1)

Ya era bien malo el rey Acab, pero se arrepintió y se humilló y eso fue lo único que le salvó de la total perdición; así dijo el Señor al profeta Elías: ¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa. (1º Reyes 21:29)

Cuando vamos a visitar a un potentado del que nos interesa obtener algo para nosotros, no vamos a lanzarle algún desabrimiento ni pedirle cuentas de algo. Sin embargo muchos de nosotros nos atrevemos a altercar con el Señor aun a sabiendas de que por mucho que intentemos argumentar al final salimos perdiendo. ¿Con qué me presentaré ante yahvé, y adoraré al Dios Altísimo? (Miqueas 6:6). No llevemos nada, sino nuestro corazón, que es lo único que le interesa de nosotros. Todo le pertenece.

No hay nada que decir con el que penetra como luz cegadora en nuestra alma, sino decirle claramente desde el principio. Señor  no traigo nada más que basura. Espero en tu misericordia y tu corrección. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos 4:12).

No sabemos hacer ni una sola obra que no lleve adjunto algo de orgullo si es buena y algo de justificación si sabemos que es mala. Ante la pureza y la luz del Evangelio y de la persona del Creador, cualquier argumento es como la llama de una cerilla en pleno sol. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? (Mateo 6:23).

¿Para que ese bregar y altercar con Dios si no tenemos poder ni para volver un solo cabello de banco en negro? ¡Que iluminemos con la luz de Cristo! Él dice y es palabra ciertísima: Yo soy la luz del mundo. (Juan 8:12)

AMDG.