Guerra de ovejas

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Una de las principales características del ser humano en general es la ausencia de objetividad. Estamos hechos de carne y sangre, somos pecadores de condición,  y este estigma nos acompaña toda la vida desde la infancia a la muerte. Muchos somos pecadores perdidos… y perdonados. 

Es comprensible que así sea, puesto que los horizontes de la mayoría son muy limitados y los de los que más ejercitan la mente también están influidos por prejuicios, rencillas, envidias, intereses, y un sinnúmero de influencias que hacen tan nefasta la convivencia y el recto discurrir y hacer. 

Esto va con nuestra naturaleza caída, y si lee uno los comentarios a los blog, o noticias de los periódicos, vemos la parcialidad más rampante y la aversión de las gentes a enfrentarse con la verdad de lo que ocurre. Este es malo, este es bueno; así, sin más reflexión ni más concesiones al «otro», de tal manera que muchos grupos de opinantes se enzarzan en disputas que desembocan en insultos, desprecios, y un sinnúmero inacabable de despropósitos de unos y otros, aprovechando que se puede escribir casi lo que se quiera impunemente. 

Por tanto si así es nuestra naturaleza no redimida, en los que son librados de estos males de la ignorancia y la carnalidad, porque han sido redimidos por la fe de Cristo, no cabe otra manera de pensar que la comprensión de estas arbitrariedades de unos y otros. Porque salta a la vista que cada uno tiene sus razones, todo lo válidas que se quiera, mientras respete las razones de los demás; realmente todos tenemos nuestras historietas.  

Hay un solo camino y una sola Verdad; y esta es Jesucristo, por mucho que las burlas y los desprecios se vuelquen sobre el que de veras y acompañado de su antigua naturaleza, se esfuerza en la «santificación diaria» que no es simple beaterio ni mojigatería, sino una disposición a lo bueno sin fisuras. Es vivir la vida de Cristo, como decía San pablo (para unos) o Pablo a secas (para otros). Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20). 

Usted amigo lector puede decir: bien, ¿y a mí qué?; usted proclama otra verdad sin respetar la de los demás. Pero sí que respeto, en lo que tenga de respetable cualquier opinión. Como comprenderá no es lo mismo esforzarse en hacer el bien, que en la codicia, las banderías, los intereses corrompidos, etc. Hay un abismo entre el bien y el mal. Matar está mal, porque no nos gusta que nos maten. Dar ayuda al que la necesita, según las fuerzas de cada uno, es bueno sin paliativos. Esa es la diferencia a dirimir entre el pensamiento cristiano genuino, y el pensamiento adulterado de las corrientes que se agitan en los intereses humanos. 

Hasta en el mismo cristianismo hay tendencias distintas, en la que cada uno proclama que su pensar con respecto a la teología o praxis de la fe es la buena. Así decía un dirigente, perteneciente a la confesión de los Baptistas del Sur, que es una comunidad con mucha extensión en EE.UU: Los católicos tienen un Papa, nosotros tenemos diez mil, que son los pastores y demás oficiales que ministran en nuestras iglesias bautistas. Cada denominación aborrece a las demás, y es a su vez aborrecida. Hablar de ecumenismo, de revisión de prácticas que se pueden modificar sin que sufra la fe, tratarnos como verdaderos cristianos y no como los mundanos se tratan entre sí, ya es un gran avance en esto del ecumenismo. 

Como decía Pablo apóstol: Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros. (Gálatas 5:5) Y esto es lo que sucede, mientras el gran enemigo que es la incredulidad, y las múltiples organizaciones que solo pretenden destruir el cristianismo, engordan con el suculento banquete que le proporcionan las distintas iglesias cristianas con sus celos y aborrecimiento mutuo. En definitiva con la apostasía general, de quien no practica el amor como hizo el maestro. 

Todos y cada uno piensan en que lo suyo es lo mejor, y que lo de los demás es pura apostasía. Es cierto que durante siglos ha habido injusticias, y que aun se producen en muchos casos vulneraciones por parte de las gentes contra una u otra determinada confesión, pero eso es general. Todas se persiguen entre sí de alguna forma. 

Es producto de la intolerancia y el dogmatismo, propio a veces de la misma ignorancia. Con la mejor intención (hay que presumirlo), se perpetran injustos reproches, ataques crueles, y aborrecimiento de las cosas de los demás. Por ejemplo; el diezmo es tenido como gran error y casi herejía, mientras que otros creen más o menos legítimamente (Dios lo sabe) que se debe practicar. ¿Están equivocados los unos, o los otros? ¿Y la infinidad de versiones teológicas, con las que se practican los actos cultuales? 

¿Y las divergencias sobre los alimentos que se pueden o no se pueden comer? ¿Y las teologías de la Liberación, de la Prosperidad, de las Curaciones por imposición de las manos, de los Carismas, algunos de ellos incomestibles para el sano contemplar de las cosas, y tantas otras variedades de pensamiento dentro del «llamado cristianismo»? Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (Hebreos 6: 1,2). 

¿Y la guerra de nombres con los cuales hay que llamar a Dios o a Jesús? ¿Y la hostilidad hacia María la madre de Jesús el Cristo, que parece que está maldita, cuando el mismo ángel enviado de Dios la llamó bienaventurada y merecedora de que la alabasen todas las generaciones? ¿Qué sarpullido les sale a tantos por su sola mención, que es tan legítima como puede serlo lo que más? ¿Es que eso no está escrito en La Biblia como todo lo demás?

La verdad y las cosas de Dios que están en su palabra, no se pueden mixtificar ni despreciar, porque no nos parezca bien algo de ella. O se come todo el suculento manjar o se deja del todo. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; (Gálatas 6:4). Nada de juicios pues eso es oficio de Dios. Las ideas se exponen, no se imponen. (Juan Pablo II).  

Hay una sola Iglesia, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad. (1ª Timoteo 3:15). Escribir sobre estas cosas es poco menos que abominación, y no se dicen porque, como los padres del ciego temen ser expulsados de la «sinagoga». (Juan 9:22).  Pronto caen las recriminaciones, de una forma impropia de cristianos que pretenden corregir a otros; creen de buena fe que todos menos ellos están equivocados, pero las cosas hay que decirlas. Claro que, deseablemente, mejor que yo las pueda exponer. 

Hombres sabios hay muchos, y algunas veces me pregunto como habiendo tanto conocedor y consagrado al ministerio, me atrevo a escribir mis «verdades del Barquero», porque no espero aplauso sino contradicción y animosidad. Hace poco he ojeado una revista cristiana con «cartas al director», y me he sorprendido de ver una confusión tan grande. Todos tienen una opinión distinta, que presentan agresiva y casi soezmente a veces, de tal modo que quedan pocas ganas de volver sobre ella. Y eso entre «creyentes» 

Y es que el asunto queda claro, si ponemos nuestros ojos sobre lo que dice Jesús y lo que es la naturaleza de Dios. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (Juan 15:12). Esto dijo Jesús. No preconizo la unión forzada, ni violentar conciencias, pero tengamos en cuenta hasta que punto llega la responsabilidad del cristiano que contempla este panorama. Hablar de ecumenismo levanta ronchas, sin que nadie vaya a  encomendarse a la reflexión o debate. Se descalifica y a otra cosa.

Que el Señor nos bendiga e ilumine a todos. ¡Cristo es el Señor!
 
AMDG