¡Vaya panorama!

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

               La modernidad ha traído muchos males, que los inconscientes creen tal vez que son ventajas. En este siglo en el que las enfermedades venéreas deberían haber desaparecido, es cuando más abundan a pesar de los numerosos remedios que se emplean.

 

La sociedad se ha vuelto cínica y reluctante a todo lo que no sea el capricho momentáneo, o la satisfacción de los más tétricos y viles deseos cuando el hartazgo se produce. Ya no bastan las prácticas sexuales, digamos elementales. Hoy prevalece la perversión, hasta límites que ni en los antiguos imperios de esclavitud se permitía y tal vez ni vislumbraban.

 

Eso no provoca sino delitos, porque cuando Satanás engancha una presa es muy difícil (no imposible) arrebatársela de las manos. Las ordenanzas de Jesús, son la cura perfecta para estas desviaciones llamadas por los más, «libertad de amar». Después llegan los abusos, los malos tratos, los abortos, y los abandonos, y las más perversas costumbres que se tornan «normales» cuando solo son «corrientes». De ahí la tan sonada frase de «normalizar por la ley, lo que se da claramente en la sociedad» ¿Piden pan y circo? Pues eso se les da, porque son los que eligen. Como decía Nixon: soy su líder; tengo que seguirles

 

Las naciones llamadas opulentas, se enfangan más y más en nombre de la libertad (que en realidad no existe para muchas buenas cosas), en toda clase de vilezas y abusos so pretexto de que todo debe estar permitido. La lista de aberraciones, incluyendo el aborto y la eutanasia es demencial en una sociedad petulante y prepotente. Es de notar que en la guerra civil española, una agrupación de mujeres combatientes tuvo que ser retirada del «frente», porque las enfermedades venéreas producían más bajas que el fuego enemigo.

 

Dice Harris Schenkel, que la inflación y el aborto fueron los principales motivos del derrumbe de las civilizaciones más opulentas y los imperios más sólidos. No hay sociedad que escape de su propia miseria espiritual, y de sus pedantes y falsas seguridades. La pobreza es miseria; la riqueza es miseria también, cuando ambas se dan por los extremos.

 

No soy dado a hacer vaticinios, aunque no hemos vivido nunca una situación como la que impera hoy. Se derrumban las seguridades, y se instala una desconfianza que es neutralizada por la inopia en la que viven la mayoría de los ciudadanos que, quiéranlo o no, son cómplices más o menos conscientes de lo que está sucediendo.

 

Se intenta por muchos transformar el mundo, enmascarando los sistemas que ya hace casi un siglo y antes, se han evidenciado incompetentes y nocivos hasta el empacho. Pues en ello insisten, como si lo sabido hubiese sido cubierto por el manto del olvido. La apostasía es una realidad en los continentes cristianos; solo quedan unos pocos que aguantan el chaparrón continuo; otros, a base de poner parches y tratar de conjugar la moral y las costumbres mundanas con las cristianas. Eso, para poder gobernar.

 

Si alguien se opone a ello se le llama «retrógrado», «fanático» que quiere imponer sus creencias, o «facha» y cosas así. Hay multitud de adjetivos, que se emplean para ridiculizar la moral cristiana. Por supuesto los oponentes no admiten ni una reconvención, ni una posición distinta, pues se enfurecen y ya pasan del desprecio, al ataque frontal en medios de comunicación y «formación de masas».

 

A esto, la llamada cristiandad, trata de responder con la consabida dosis de proselitismo, pero el sistema satánico ha envuelto a todos de tal manera que es casi imposible resistirse. Y en el caso de que fuera posible, la tibieza y la desorientación de los cristianos es tal, que muy pocos tienen el denuedo, el respeto y la valentía que deben a su Señor, para poner coto a esta clase de vida que es realmente muerte espiritual.

 

Cada uno tiene su «obrita» personal» y recaba ayuda a los demás que también tienen la suya y también necesitan ayuda. Y así se establece un intercambio del que el joven teólogo católico Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, decía que eran las cosas segundas, dejando de lado la verdadera profesión cristiana en los lugares de trabajo, lugares de culto, celebraciones (no ceremonias), que se ven desamparadas por los mismos llamados creyentes, que creen que es suficiente una asistencia ocasional.

 

El verdadero poder de la iglesia de Dios está en el Espíritu. No tiene nada más que su fidelidad a Dios en su Cristo. Un Espíritu asumido e interiorizado, hecho acción sincera y sin discriminación, impacta en las gentes. Lo otros es simple religión, que no hace mella en el duro cemento de la incredulidad. Esta clase de «cristianos», es lo que casi todos somos, debatiéndonos y quejándonos porque no nos tienen respeto, ni somos los que tapamos el portillo que se ha abierto en la humanidad.

 

No hay ideología que cubra ese vacío contra el prepotente adversario, si no es la expresión de cada cristiano que proclame con obras y unión, que Cristo es el verdadero Señor de la historia; es la convicción de que para ejercer ese reinado cuenta con los que nos llamamos cristianos. Aquí ya no hablamos de un «laissez-faire, o un laissez-passer», o sea, que el mundo ruede y a ver que pasa. Después vendrán las calamidades y entonces echaremos mano de aquel que tanto hemos despreciado y vejado. Cristianos que amáis a Jesús de corazón ¡Ahora o nunca! ¡Memento Constantinopla!

 

 

Nuestro español bosteza.

¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?

Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?

«El vacío es más bien en la cabeza»

 

A Machado

AMDG