Señor, Señor ¿Para qué?

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

 Por qué me llamáis Señor, Señor y no hacéis lo que os digo.

Lucas 6,46.

No todo el que me dice señor, señor  entrará en el reino de los cielos

 sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos.

Mateo7, 21.

Esforzaos en entrar por la puerta pequeña,

por que os digo que muchos querrán entrar y no podrán.

Lucas 13,24.

 

Con gran tristeza en mi corazón abordo brevemente las implicaciones superficiales que traen estas lecturas de la Santa Escritura. Examinarlas todas supone un gran tomo de ellas, y solo haremos unas breves, pero concisas consideraciones.

Conocemos a personas excelentes dentro de nuestras iglesias que son grandes predicadores, gente de vida externa admirable y hasta polemistas celosos, que creen que pueden sustituir la obra de Dios por su propia obra, y que desde luego están plenos de buena intención, y pletóricos de sistemas y respuestas para cada pregunta.

Pero el drogadicto y el desgraciado que mendiga para sus pequeños pero horrorosos vicios, necesitado perentoriamente, no ve las cosas del evangelio de la manera que estos anteriormente mencionados la ven.

La multiforme sabiduría de Dios en su iglesia es algo que nadie puede criticar, pero de alguna manera hemos de prevenirnos para que el Señor no nos tenga que decir alguna de las frases que encabezan este trabajo. No nos vale la polémica, ni la exhibición de conocimientos y resortes de oratoria sino lo que de verdad sentimos en nuestra íntima relación de hijos con el Dios omnipotente.

Estamos metidos hasta el gorro en un negocio que no admite fallos, porque las ganancias son tan desmesuradas, según la misericordia y generosidad de nuestro Dios, que no podemos desperdiciarlas para lucir un más o menos conocimiento y autoridad. Nos llenamos la boca de repetir señor, señor, y la pregunta es. ¿De qué es Cristo señor? ¿De quién? ¿Se hace lo que Él dice  (y lo que el dice es escuetamente la voluntad del padre) o se dice al desgaire ¡señor! y se desprecia seguidamente de su autoridad?

¿Somos, de verdad, conscientes de lo que decimos cuando nos dirigimos a Jesús como Señor y Ungido? ¿Tenemos una idea íntima y práctica de lo que significa hacer la voluntad del Padre tal como nos amonesta Jesús?

¡Señor, señor!, no cesamos de repetir y está muy bien. No decimos nada más que la verdad, y es muy bueno que no se nos vaya ese concepto de la mente y del corazón pero ¿Sabemos de verdad lo que esa aseveración implica, si la pronunciamos y la asimilamos como lo que verdaderamente es?

Señor significa amo, pero Jesús en su sabiduría y su ternura dice a los suyos en otro lugar de la Escritura. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos sino amigos... Juan 15,14-15.

No es mensurable el amor de Cristo por los suyos, y no es falta en nosotros que no lo alcancemos plenamente. Tal es: la altura la anchura y la profundidad del misterio de Cristo como San Pablo dice en otro lugar, pero sí podemos darnos a Éll con toda confianza, por encima de las vicisitudes y alternativas que se nos presenten en el transcurso de nuestra vida.

Estemos siempre prestos como dice el apóstol: Sé vivir humildemente y sé vivir en la necesidad. En todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado o para padecer hambre, así para tener abundancia, como para tener necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4, 11-12-13.  Y en otro lugar añade estas maravillosas palabras: para mí, vivir es Cristo y la muerte ganancia. ¡Ah que podamos nosotros, los que estamos en la trinchera del bien de Dios, hacer y decir con verdad, estas hermosas y tremendas palabras. Y los santos hombres de Dios decían y hacían.

Significa ser amigos de Cristo, hermanos, compañeros en sus sufrimientos, y galardonados por Él en Su día. Esa es nuestra verdadera senda por donde transitar correctamente y en plena paz.

Dice la Escritura: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza… Al que está sentado en el trono y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria, y el poder, por los siglos de los siglos. Apocalipsis5, 12-13-14.

Así pues, con estas promesas y acciones de Dios omnipotente y eterno, sepamos decir, Señor, porque hacemos lo que Él nos dice. Así haremos verdad, tan grata al Señor, y no tomaremos el nombre de Dios en vano sino con la reverencia debida a tan excelsa persona. No nos separe nadie, y no nos separemos nosotros de su lado ni por la fuerza más grande que exista en la creación. Dios es invencible… y sus hijos.