¿Quien creerá nuestro dicho?

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Recibo de un amigo el siguiente mensaje que hace pensar.

2008/10/9 G Sánchez

 

La ley de Dios, que en su forma final es la ley de Cristo, no es un código opcional de conducta para el círculo restringido de un pueblo peculiar. Es la ley moral eterna, a la que están sujetos todos los hombres como criaturas de Dios y por la que son juzgadas últimamente sus acciones en la historia. (140) (C. H. Dodd, La Biblia y el hombre de hoy, Madrid: Cristiandad, 1973, p. 140)

 

A mi respuesta envía otro que es muy peculiar, porque no se hace mención frecuente de él, en los abundantes escritos que existen sobre temas aledaños. Se trata, de que no entramos nunca en las palabras de Jesús, porque nos creemos más misericordiosos que el mismo Dios. Así de simple. El que es dueño del Universo, no puede hacer nada que les parezca inapropiado a estos teólogos de salón. En realidad las gentes no aceptan el llamado infierno.

 

Unos lo identifican con el valle de la muerte, la tumba, y otros con el valle de Hinom,  etc. aunque siempre tienen en reserva algún diocesillo que adorar: Eso ocurría normalmente en Israel, tan celoso de La Ley hasta que el rey Josís hizo tabla rasa con aquellas abominaciones que ya eran corrientes en el reino: Asimismo profanó a Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para que ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc. (2 Reyes 22:10)  En definitiva los materialistas lo niegan en redondo.

 

Ellos creen que una vez muerto todo acaba. No sé a que esperan con lo mal que se suele pasar en este pícaro mundo, para acabar ellos mismos con su vida, y a descansar de una vez de lo que tanto se quejan. ¿Que hay detrás de cada conciencia humana, que nos lleva a querer vivir con ese extremoso anhelo? A pesar de las calamidades que se sufren en la vida ¿porqué siempre se quiere sobrevivir? Porqué se niega con tanto ardor y con tan simples intentos una Creación y un Creador que se les entra, como a todos, por los ojos. Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; No hay quien haga bien. (Salmo 53:1) VRV.

 

Hasta los más desdeñosos del trance de la muerte, cuando llega la hora ya no son tan valientes y ante un brete cualquiera de peligro, todos desean salir con vida y hacen lo imposible por conseguirlo. Cuando se incendia un teatro, se ha comprobado que en alguna ocasión, alguien ha acuchillado al que tenía delante para saltar primero afuera del incendio. Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. (Job 2:4)

 

Esto es resultado de una vacuidad de espíritu, y de una mente llena a tope de prejuicios y deseos de destacar, cuando lo que hay es una ausencia de un objetivo personal importante. Esta clase de personas saben que lo que defienden es indefendible, pero se obstinan; bien por inferioridad solo reconocida interiormente, o por resentimientos larvados dentro de sí mismos. Algunas veces solo para resultar originales y rebeldes, en lo que ellos creen que no les perjudicará manifestarse así. El hombre siempre es petulante ante la debilidad y creyéndose  inmune.

 

También influye en estas actitudes, una especie de infantilismo y deseo de exponer teorías sorprendentes, que puedan dar muestra de su independencia o de su originalidad Al procurarlo tantos, la originalidad ya se convierte en la repetición de las mismas muletillas, y de los mismos y repetitivos sofismas que tratan de introducir como algo razonable; como algo válido, siendo vanidad en suma. En definitiva en la malsana alegría de poder descubrir en otros, excelentes y válidos, alguna cosa que haya escapado a la perspicacia de los demás. A veces se trata solo de compartir ese vicio o falta, para atenuarlo descubriendo el de otro.

 

Sí, señor; los seres humanos somos así, y solo mediante una continua vigilancia de lo que pensamos hacemos o decimos puede librarnos de tan innoble condición.  Solo Cristo, en su paso terrenal, supo dar con acierto con la fórmula de convivencia y con el sentido de la dignidad personal, para que intentemos con ahínco llegar a lo más alto de la perfección que ya es trasunto de la vida eterna. Lo que queramos encontrar, eso encontraremos. Lo que amemos eso nos amará; lo que despreciemos o vejemos, eso nos despreciará o vejará.

 

Mas vale, a nuestro parecer, dejar tanta curiosidad morbosa por cosas que son misterios (no confundir con enigmas), que nos apartan de nuestras vitales deberes, de los que muchos se libran por el solo y mero hecho de que los olvidan. Es así que el cristiano puede pensar lo que quiera, pero la realidad, está ahí, y es inmutable en el consejo de Dios. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. (Tito 1:15).

 

Jesús nos hizo participantes de la naturaleza divina. Así que si sopesamos y meditamos adecuadamente estas palabras, nos daremos cuenta de que no por que lo digamos, sino porque la promesa lo avala, debemos ser como dice el apóstol: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados

 

Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.

 

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.

 

Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz  (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. (Efesios 5:1 al 12).

 

Sed santos, porque yo soy santo. (1 Pedro 1:16)  

 

Santo el Padre, santos los hijos

 

 

No temes ni te amedrentes

Que yo estoy siempre contigo

Y nada podrá dañarte

Pues soy poderoso amigo

AMDG