La revolución perdida

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Desde los tiempos anteriores a Espartaco, y los tan agitados movimientos del medioevo y el Renacimiento, ha habido siempre la aspiración del hombre de liberarse de la injusticia y la opresión, a la vez que al disfrute de la vida, de manera que sus deseos de bienestar se hicieran realidad.

 

Al fin vino la más grande revolución jamás contada, pero no menos esperada; el cristianismo. Su «cabecilla» Jesús de Nazaret, no traía una nueva revolución a los que amaban la trascendencia y la igualdad entre seres humanos. Solo venía a decir en principio que Dios está ahí, y que es el único que tiene la receta para que la revolución se efectúe.

 

Jesús a además de las abundantes enseñanzas de maestro incomparable, pasó por la vida terrenal para poder darla en beneficio de una revolución «pendiente», que no llegaba sino en muy pocas mentes y en menos corazones. La revolución gigantea, de salvación del ser humano. El cristianismo «el gran y definitivo invento» cuajó y revolucionó todo el mundo antiguo.

 

Ahora que el monstruo de la «modernidad», ha creado una humanidad descreída y arrogante, chapoteando en su propio estiércol, la revolución cristiana se hace más necesaria y angustiadamente urgente que nunca. Porque lo que se espera no es una mejora de los eventos, sino una segunda «edad media del pensamiento». La tecnología que supuestamente había de ser un instrumento para la revolución cristiana y moral, se ha constituido en el medio de aportar  más materialismo y menos espiritualidad.

 

La cristiandad está, (salvo las excepciones de toda regla) dormida y cómoda. Mejor dicho, estaba, porque ya se oyen las trompetas de alarma. El enemigo está, no ya a las puertas, sino dentro mismo de nuestros muros, y ya se inició el saqueo de ideas y la violación de los derechos humanos y divinos de forma masiva; con la sola diferencia de hacerse en medio de mil proclamaciones, en las que se trasluce un deseo de emancipación de Dios a pesar de tenerlo tan evidenciado en su Creación.

 

La «revolución» que significa el cristianismo, para un mundo perdido y excrementicio, ya no aspira a arrasar con su mensaje y praxis las ideas que aprisionan a la humanidad entera, sino que solo aspira a no ser arrollada por la masas y la desesperación de estas.

 

La Iglesia de Cristo ya no tiene otra salida universal, que emprender una nueva revolución que nadie sabe como poner en marcha, pero que todos los que piensan en genuino cristianismo y siguen invocando a Jesucristo, entiende que de alguna manera hay que comenzarla de nuevo. La forma se entiende por muchos que es regresar a las sendas antiguas como decían los profetas en tiempos anteriores a Jesús: Así dijo Yahvé: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. (Jeremías 6:16)

 

No puede seguir acostadita en la cómoda cama del mero proselitismo, las discusiones doctrinales (recuérdese Constantinopla), y de la petición medrosa de derechos y paridades con los mundanos y otros. Tiene que decir claramente que es distinta (y a mucha honra), que es el único camino de liberación, así como también el último reducto para detener la ola del descreimiento y la locura de la humanidad. Y esto con todas sus consecuencias. ¡¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (Santiago 4:4)

 

Tiene que salir al palenque, en medio de las críticas interesadas para intimidarlo, con el firme propósito de pelear La Buena batalla de la fe Como decía el apóstol Pablo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.  (2ª Timoteo 4:7 y ss.).

 

Es dejarse caer en los brazos de Cristo para que el salve a su iglesia de la división, del miedo, y de la amalgama con el mundo. Porque mi pueblo me ha olvidado, alabando a lo que es vanidad, y ha tropezado en sus caminos, en las sendas antiguas, para que camine por sendas y no por camino transitado, (Jeremías 18:15).

 

Jesús vino a dar junto con la salvación eterna, el modo de que con nuestra filosofía cristiana de las cosas pudiéramos hacer un mundo más justo y más habitable, sin esas grandes desigualdades pero también sin esos demonios de las revoluciones violentas. Sus palabras al respecto fueron entre muchas otras: Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Pero él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.

 

Todos se sienten con derecho a criticar y hasta vejar a La Iglesia de Dios, y pocos caen en la cuenta de que son ellos parte y recipiendarios de estas críticas, si en realidad son «hijos de esa tan deficiente Iglesia». De ahí que el Apóstol tuviera que decir: despierta tú que duermes y levántate de los muertos y te alumbrará Cristo. (Efesios 5:14).

 

Un joven teólogo decía hace muchos años: "Una sociedad que hace de lo auténticamente humano únicamente un asunto privado, y que se define a sí misma en una total secularización (que por otra parte se hace inevitablemente una pseudoreligión y una nueva totalidad esclava), una tal sociedad se hace melancólica por esencia, se convierte en un lugar propicio para la desesperación. Se funda de hecho en una reducción de la verdadera dignidad del hombre".

 

"Una sociedad cuyo orden público viene determinado por el agnosticismo no es una sociedad que se ha hecho libre, sino una sociedad desesperada, señalada por la tristeza del hombre que se encuentra huido de Dios, y en contradicción consigo misma".

 

"Una Iglesia que no tuviese la valentía de evidenciar el valor, incluso públicamente, de su visión del hombre, habría dejado de ser la sal de la tierra, luz del mundo, ciudad sobre un monte".

 

"Y también la Iglesia puede caer en la tristeza metafísica-en la acidia-: un exceso de actividad exterior puede ser un intento lamentable de colmar la íntima miseria y pereza del corazón, que siguen a la falta de fe, de esperanza y de amor a Dios y a su imagen reflejada en el hombre".

 

"Y puesto que no se atreve ya a lo auténtico y grande, tiene la necesidad de ocuparse de las cosas penúltimas. Sin embargo ese sentimiento de "demasiado poco" permanece en crecimiento continuo". Sic. (J. Ratzinger).

 

La mano negra que actúa sin cesar, va ganando terreno. Cuando nota una rendija taponada busca, sin cesar de presionar esta, otra que le permita entrar en el reducto de la verdad. Gentes con lujos desmesurados y enfermizos, y gentes sin tener que llevarse nada a la boca, sin alimentos, medicinas, techo y cobijo. Desplazados por las guerras, originadas para ver quien se sale con la suya. Contra eso solo hay una vía y, se quiera o no, Jesucristo está erigido como única formula para la vida.

 

 

Un toque Bíblico

 

Por cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el Seol; cuando pase el turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos; por tanto, Yahvé el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure. Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el escondrijo. Y será anulado vuestro pacto con la muerte, y vuestro convenio con el Seol no será firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de él pisoteados.  (Isaías 28)

AMDG