Agua y aditivos.

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Hace un tiempo, y por casualidad, me fijé en un detalle que conocemos todos, pero que yo no había interiorizado antes. Es cierto, que en cada asunto relacionado con cualquier pequeña o grande cosa, podemos sacar consecuencias espirituales. Pero en este caso se quedó muy bien fijado en mi mente.

 

Cuando estaban poniendo ropa en una máquina de lavar, me fijé que se ponían detergentes y alguna cosa más que yo, como buen machista, no conocía. Eran aditivos necesarios (no indispensables), para que la ropa saliera perfumada, blanca, suave, etc. Adelantos de la técnica moderna.  Entonces me di cuenta de un componente, que siempre había dado por contado que se empleara. El agua; Esta hace que los demás elementos puedan entrar en acción eficazmente.

 

Es inútil poner muchos suavizantes, perfumadores, etc. en la lavadora, si no se añade el agua. Sin agua no había lavado que hacer; con agua se podía lavar, aunque la ropa saliera de forma menos suave y adornada que añadiendo los elementos mencionados. Antiguamente se lavaba a mano, y a falta de jabón se usaba arena, frotando sobre una piedra o tabla de lavar; en algunos casos sin ningún aditamento que añadir, aunque siempre se hacía y hace con agua.

 

Siempre se ha dicho que la salvación es por Gracia, y se añade que esta tiene que ir acompañada de buenas obras; y eso es innegable. Pero dígame alguien si esas obras, no son consecuencia natural de esta Gracia. Si hay Gracia, habrá obras, y si no hay Gracia no las habrá, o serán las obras  infructuosas de las tinieblas.

 

Si hay obras puede haber Gracia; si hay Gracia siempre hay obras. A mi me parece honestamente, que esa polémica estéril de obras y Gracia, es superflua, puesto que una cosa lleva a otra de forma natural y necesaria. Es tal como una persona viva. Si hay vida hay movimiento, y en palabras llanas, obra y acción. Si esa persona está muerta, no hay obra que pueda hacer. De igual modo la vida es, por definición, movimiento y acción. Es el «Eros» de los antiguos.

El que está en Cristo, ya ha adquirido nueva vida después de permanecer espiritualmente muerto: Así que, en la nueva vida se incluyen de forma necesaria y suficiente, las obras propias del Espíritu Santo que actúa en nosotros. Este asunto, que tanta polémica levanta, me parece a mí tan elemental, que no me explico esos «dimes y diretes» que aun no acaban y que se sustancian de forma repetitiva en largas disquisiciones, cuando es tan primario y claro.

 

¿Y los hipócritas, que hacen buenas obras y, aun aparentemente, mejores que los que no lo son? Pues está claro que son hipócritas, y estos tienen un destino que no es el del genuino (aunque siempre imperfecto) creyente, que basa y adquiere su perfección en la perfección de Cristo, que es la única perfección. A los hipócritas, Dios valorará y no muy bien, según estas palabras de Jesús: y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mateo 24:51). Nada deseable por cierto.

 

Un toque bíblico.

 

Él os dio vida a vosotros cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

 

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

 

 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:1 al 10).

 

AMDG