Amor con mayúscula.

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Es proverbial y admirable, la labor de una mujer cualquiera (salvo horrendas excepciones), con su ternura y su dedicación en cuerpo y alma a sus hijos. Cuando al niño como se suele decir «se le rompe la tripita», allá va su mamá aun antes de ser llamada a taponar con besos, consuelos y mimos, la caída el desollón o el chichón correspondiente. Todo son mimos y sabe Dios que si pudieran se pondrían ellas la llaga para poder quitársela  a sus hijitos: porque el que os toca, toca a la niña de su ojo. (Zacarías 2:8)

 

Pregúntenle a cualquier madre,  si en trance de muerte preferiría ser ella la que diera la vida antes que la de su hijo. Pregúntenle y le dirán que quisieran ellas ser la enfermas, antes que sus hijos. La naturaleza hace esas maravillas.

 

Pero ahora me surge la pregunta

 

¿Quien hizo la naturaleza? ¿Quien propició que todos los animales procuren el bienestar de sus hijos por encima de todo? He visto ahora que salen los «gurripatos» del nido, y  como no pueden elevar algunos el vuelo por haberse anticipado a volar, chirrían de angustia y sus padres le arropan desesperados exponiéndose a todos los peligros; desesperados, sin poder auxiliarlos. Es algo que cualquier sensibilidad capta, a poco que tenga algo de corazón.

 

Y ¿Podemos creer que estos sentimientos son superiores a los que Dios siente por sus criaturas? Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. (Jeremías 38:3). ¿No se nos hace algo lejano el amor de nuestro Padre Celestial? Un chico tetrapléjico, salió en televisión con unas piernas que unos ingenieros le habían proporcionado a  un coste enorme, y como es natural apoyado en muletas y desplazándose trabajosamente.

 

Yo pensé. ¿No tengo yo mis piernas; las mías, que me han servido durante más de setenta años con toda fidelidad? Y un corazón que sigue «catapún, catapún» cada minuto, lo disponga yo o no; me dé yo cuenta o no. Órganos que no sé que tengo, funcionan continuamente sin yo saberlo, y no somos capaces de dar gracias al Creador Bendito, por algo que se nos da gratuitamente y para un largo tiempo.

 

¿Hacemos esfuerzos por digerir? ¡Que va! El estómago hace su función, el páncreas y la vesícula, el colon y todos los órganos se ponen a trabajar sin que nadie se lo ordene, sino porque hay un Creador que nos los ha proporcionado. Reconozcamos TODOS, que no somos capaces, ni lo seremos, nunca, de darle  a Dios las gracias en la plenitud que merecen sus dones.

Pero podemos hacer el esfuerzo. A nosotros se nos puede decir igual que  Jesús le dijo a Marta la hermana de Lázaro: Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.  Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas 10:41,42). Martha quería lo mejor para el maestro ¿Cómo no, si lo amaba profundamente? Pero como a la persona amada, si queremos de verdad darle algo que le agrade de verdad, que sea aquello que ella apetece de ti.

Somos «quejitas», rebeldes, desagradecidos, echando en cara a Dios cualquier deficiencia (a veces provocada por nuestra propia estupidez)  y no nos acordamos de Él, sino para espetarle de mala manera nuestra frustración y nuestra ingratitud. ¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores. (Isaías 58:3) Ellos querían una clase de ayuno que no es la que Dios les demandaba. Así no podían agradarle aunque quisieran y menos aun, si hacían lo malo oprimiendo a sus trabajadores.

 

Como las madres (y padres), Dios se preocupa por nosotros mucho más de lo que podemos pensar o captar. La vida sigue, y no nos damos cuenta del maravilloso regalo de la vida y no pensamos profundamente por que está más sabroso un melocotón, que un puñado de paja. Lo damos por hecho y que así ha de ser; y eso es todo.

 

En la esfera espiritual sucede igual: tenemos un padre que vigila nuestros movimientos, pero no para castigarnos severamente como piensan muchos, cuyo concepto de Dios es lamentable; como nuestras madres y padres terrenales lo hace, para no dejarnos solos con los peligros y chiquilladas que podemos hacer en un instante, perjudicándonos a nosotros mismos y  otros.

 

¿Qué quiere un padre para sus hijos? ¡Simplemente lo mejor! Y nosotros, los que proclamamos que Dios es nuestra inspiración y nuestro designio, ¿somos tan lerdos en agradecer y alabar, al que es fuente de toda vida y de toda alegría? Nos dan a Jesucristo como garante y al Espíritu como testigo y conductor de nuestras vidas, y nosotros como Pablo apóstol no paramos de dar coces y patadas contra el aguijón.

 

Si contempláramos esto en un padre o unos hijos terrenales, diríamos enseguida, con toda justicia, ¿es que no tienen vergüenza? ¡Es su padre (madre), que lo ha hecho todo por ellos, y lo seguirá haciendo mientras le quede un hálito de vida!

 

¿Y nosotros, tenemos la poca vergüenza de vivir ajenos a la presencia de Dios, y al descuido de su alabanza? Dando patadas a sus palabras y dedicándonos a discutir sobre ellas, cuando Él solo él pide que le amemos, por lo menos en alguna forma parecida a Él, aunque sea muy pequeña comparada con lo que Él nos ama a nosotros.

 

¡Amemos a Dios con todo nuestro corazón! que Él se va a poner muy contento, y nos llenará de muchos más dones y Vida Eterna. No seamos tan brutos, que ante sus deseos de bien para nosotros, estemos siempre con quejas y petulancias diciendo: ¡yo no creo esto!, ¡mira aquel como se porta! ¡Necio! pórtate tú bien, ama a Dios, y que él sea siempre el objeto de tu alabanza. El es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto. (Deuteronomio 10:21).

AMDG