La acción de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo,

conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,

entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos,

y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Efesios 2: 1,3.

 

Es imposible del todo, por nuestra propia iniciativa, tratar de entrar en la gloria que Dios tiene preparada para los que le aman. La Escritura deshace fácilmente toda jactancia y toda pretendida superioridad. No es que nuestros trabajos sean en vano, o que estemos perdiendo el tiempo con la práctica de las buenas obras.

Es simplemente que Dios nos amó tanto, cuando aun éramos pecadores, que envió a su hijo (nada menos) para que por su sacrificio fuéramos libres de su justa ira, contra nuestros pecados y rebeliones.

Un muerto no puede hacer nada para vivificarse. No tiene poder alguno para nada. Solo la acción (digamos externa) de Dios, hace que los que éramos hijos de ira lo mismo que los demás seres humanos, nos volvamos (metanoia) al Dios vivo, mediante la acción y el poder del Espíritu, y en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Insistimos y con razón en la muerte de Cristo, que con su sangre nos propició al Padre, pero en el conocimiento de que fue el mismo Padre que nos amó primero, cuando éramos cadáveres espirituales. Él nos dio salvación a costa del sufrimiento, pasión y muerte de Jesús, en el que se encarnó, para darnos la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Romanos 8,21.

Así que ya no se trata de que fuéramos al Padre porque nuestra bondad natural nos hizo aceptar el evangelio. Es que Él nos amó primero, y puso a su hijo en su misericordia, para que llevara sobre sus espaldas y sus sufrimientos, nuestros pecados y rebeliones.

Nuestra muerte espiritual, y nuestra condena consiguiente a ese estado que merecíamos sin paliativos, fue resuelta por la cruz del calvario y no por méritos anteriores, que nosotros hubiésemos podido realizar ya que, como insiste la Santa Escritura, estábamos muertos en nuestros delitos y pecados.

El rey Josafat cuando se reconoce perdido y sin ninguna esperanza, se vuelve, y hace volver al pueblo hacia Dios, en el patente conocimiento y evidencia de que estaban perdidos, ante el enorme ejército que se les venía encima. En su oración reconoció sus pecados, los pecados el pueblo, y obtuvo misericordia de Dios.

La fe firme, sin vacilación o duda, salvó al pueblo. Tanta era la confianza de Josafat, que mandó que saliera todo el pueblo con cánticos de alabanza y de victoria, aunque la amenaza estaba cerca, y no se percibía ningún cambio en la comprometida situación.

Dios le dijo claramente: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra esta, sino de Dios, No habrá por qué luchéis vosotros en esta batalla. Estad quietos y ved la salvación de Yahvé con vosotros. 2º Libro de Crónicas 20,17.

Un solo movimiento armado por parte del pueblo de Israel, hubiera estropeado la acción de Dios y llenado de jactancia a los que en aquel momento, y con razón, estaban en apuro y temor. Solo la quietud y la alabanza a Dios, aun antes de la batalla, dio la victoria al pueblo.

El reconocimiento de su debilidad, y la dependencia absoluta en el poder y la promesa de Dios, le dio la victoria sin mover un solo dedo, sino para glorificar a Dios por la victoria que sabían segura, pues confiaban sin vacilación, en la seguridad que Dios les proporcionaba en tan pavoroso trance.

Así nosotros no tenemos que pelear batalla alguna porque la guerra es de Dios, y no hay poder que se compare a su poder. En ese poder andamos los cristianos, y de ese poder y solo de ese, esperamos la rotunda victoria sobre todo enemigo.

Queda pues solo estar quietos y esperar en la resurrección de Jesucristo, y en adelante alabar sin cesar, no solo el misterio pasado en el tiempo, sino en la esperanza de un porvenir, que empieza desde el momento en que, librándonos de aprensiones y cargas, así como del pecado, alabamos a Dios en Jesucristo y tenemos plena certidumbre de fe.

Dios afirma claramente: En descanso y en reposo seréis salvos; en la quietud y la conversión está vuestra fortaleza… y no quisisteis.- Isaías 30,15. El pueblo, en otras ocasiones, confió en numerosos guerreros, caballos, y máquinas de guerra, siendo vencido innumerables veces.

Josafat alabó a Dios con todas sus fuerzas y vistió a los servidores del templo con vestidos sagrados. Solo un trabajo tuvo que hacer el pueblo. Recoger los despojos de los que antes habían buscado sus posesiones y sus vidas.

Así nosotros, permanezcamos sosegadamente en nuestras obras y oraciones, en la confianza de que Dios proveerá en una batalla que ya está ganada por su poder. El mismo Jesús lo dijo claramente. Veía yo a Satanás caer del Cielo como un rayo. Lucas 10,18. El enemigo está vencido. Y nosotros estamos en la parte del ganador. Nuestra es la victoria de Cristo, y en Él; y esto, solo por su maravillosa misericordia, amor, y potestad. Bendito sea eternamente.