El Gran concierto

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Admitiendo, como admito, toda clase de ideas sobre cada cosa que existe, tengo que decir que en asuntos de pensamiento es necesaria la libertad personal, siempre que esta no implique el perjuicio público o de otra persona.

Hay en mi bella ciudad, un pasaje muy comercial absolutamente peatonal, al cual se ha colocado un pavimento de adoquines que hacen el tránsito trabajoso y hasta peligroso, sobre todo para las mujeres que casi siempre llevan «de tiendas» unos zapatas de salón.

Seguramente el que lo hizo creía que es lo mejor (y tal vez sea así), pero no es la opinión de los viandantes que se quejan y prefieren un piso más liso y menos complicado. Así todo lo que se hace bajo el sol es vanidad como dice el sabio porque por bien que lo hagas nunca vas a contentar a todos.

En el terreno espiritual ocurre igual y en el mercado de las religiones, unos dicen esto otros dicen aquello. De modo que no es posible (aparte de respetarse), hacer una sola forma de pensar uniforme y sólida. Todo lo que tiene que ver con el misterio es complicado, a causa de las muchas formas de mirar la realidad.

Hay, sin embargo, algo que no tiene marra. El amor. Todos los hombres y mujeres por lo general aman a sus hijos, y aspiran a una paz y una seguridad que no encuentran en un mundo agitado por todo viento de doctrina, y por toda clase de hecatombes producidas por nuestra insistencia en «salirnos con la nuestra»

Los desastres naturales que siempre han sido, tienen ahora más relevancia porque un tifón o una inundación o cualquier otra clase de catástrofe, casi siempre arrolla a los que sin tener en cuenta los derechos de la naturaleza, han construido precisamente en los lugares que pertenecen al agua o al volcán o a los terremotos.

Porqué, no es posible determinarlo. Cuando ocurrió el terremoto de San Francisco de California en los EE.UU., los habitantes, ni cortos ni perezosos, se entregaron a la titánica tarea de reconstruir la ciudad en el mismo lugar que el pavoroso terremoto había arrasado con todo.

Y se encuentran en una preciosa cuidad, que está condenada a otra repetición sísmica, que la pueda de nuevo reducir a escombros. Y esto «científicamente» se da por seguro. Pues ahí están tan ufanos los habitantes de la ciudad, sin saber si un minuto después estarán enterrados en escombros y ruinas.

La gente vive empeñada en ignorar sus postrimerías. Cuando se habla de ello, parece que está uno mencionando algo inexistente, que sirve para asustar. Hay hambre de espíritu y las gentes lo sienten. No hay nada más que hablar con algunos. Al final del diálogo, se trasluce o exhibe una ansiedad y una incertidumbre que les hiere interiormente, y que da como resultado muchas locuras, y sumergirse en la vorágine de los vicios más terribles, tratando de desafiar la calamidad que espera.

Somos todos falibles, estamos angustiados y, digamos lo que digamos, siempre perplejos ante el misterio final. No somos, como dicen los espiritualistas orientales, basura, flaqueza, y maldad; o sea nada. nosotros sabemos, que somos la materia prima que Dios ha elegido para hacer sus prodigios, y no es sensato pensar que el Gran Arquitecto Creador, haya hecho las cosas a ver como salen. A ver que pasa.

No es difícil pensar, en que seremos como una gran filarmónica, en donde tantos vigores dispersos se unan en un acto ecuménico giganteo en presencia de Dios, para que todos vean porqué Él Bendito Dios hace las cosas como las hace. Para que todos queden sumergidos en la Verdad.

Confiemos (yo lo hago), en una fiesta final en la que la misericordia de Dios dará a cada ser su entidad completa, y deshará las obras de las tinieblas. Cristo triunfará completamente, y en la total vastedad de los ámbitos de La Creación; y el gozo no tendrá fin.

Eso espero

Eso anhelo

Eso creo

O algo así

Dios tiene la acción decisiva

Sea la que sea, estoy conforme.

 
Un toque bíblico
 
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.

Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Si Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?

Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8: 28 al 39).
AMDG