Coronas corruptibles

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Con motivo de los juegos olímpicos que se desarrollan ahora en China, he recordado a un amigo que me escribió y que, sin paliativos y en la confianza que me tiene, me dijo abiertamente que le aburrían mis escritos y que aunque siguiera enviándoselos, supiera que no le interesaban, aunque algunas cositas leía. Este trabajo no se lo envío a él. Lo que siga haciendo sí se lo enviaré, hasta que me diga basta. Al final digo por qué. 

Me encanta el deporte con mayúsculas, y lo he practicado en mi juventud. Aun ahora juego con mis  nietos y sus amigos, con lo que me divierto mucho. Estoy algo al tanto de lo que pasa en los juegos, y presencié el grandioso espectáculo que precedió a las pruebas. Todo muy bien. 

Y siempre me ha sorprendido que por unas décimas de segundo, el cuarto participante se quede sin medalla. Es cierto el dicho (y lo tengo muy presente) que el bien de unos es el mal de otros, y sufro cuando veo los rostros de decepción en lo no ganadores, aunque para mí todos son ganadores… y  en cierto modo perdedores. 

Es hermoso contemplar jóvenes plenos de facultades, entusiasmo, y de toda raza, esforzarse por conseguir algo que en pocos días será olvidado, y que para las gentes es solo una anécdota más en sus vidas. Para los participantes es lo más emocionante que puede haber… si ganan o si participan con buen puntaje.  

Bien, en el terreno espiritual, esas medallas son el equivalente a los premios que aguardan a los ganadores en la lucha con los enemigos del alma. No vale decir: "llegué dos centésimas de segundo después". Hay que llegar el primero para obtener el oro.  

De igual manera, el premio al supremo llamamiento de Dios para todos, es el que exige un puntaje de cien por cien. No caben milésimas de segundo de retraso. Cierto es, que la  misericordia de Dios arroja a la canasta de cada persona una buena cantidad de puntos, pero se requiere que cada cual sea fiel, participando con total entusiasmo y dándolo todo de sus fuerzas.

Los gestos de esfuerzo en los rostros de los participantes, y los de triunfo y de derrota dan cuenta del interés de cada uno en la competición de que se trate. En la competición del Espíritu, o eres completo o estás fuera. A los tibios ya sabemos lo que hace el señor. Son lanzados fuera cuando ya estaban en su boca o son  borrados del libro de la vida cuando ya estaban inscritos en él. 

En las competiciones de natación, nadie se entretiene al dar la salida en comprobar, con un dedito del pie, si el agua está más fría o más caliente, sucia o limpia, sino que se lanzan sin pensar en otra cosa que ganar y esforzarse. Ese esfuerzo, para el que no gana, es válido porque ha dado el todo de sus fuerzas. En el terreno espiritual, ¡eso es un triunfo! y merece su medalla de oro correspondiente.

Lo juegos olímpicos, nos dan una imagen bien clara de lo que es la lucha espiritual de cada día. Ahí no valen las dudas ni las vacilaciones; cuando se da la señal, no se espera a nadie. La palabra es una: ¡a competir! Porque esto es una competición contra huestes espirituales, que harán lo posible por que te relajes, entretenerte, o por impedirte participar.  

¡Ahora… ponte en marcha…! No esperes la opinión de nadie. ¡Mira a Jesús! Y si hemos mirado a las cosas de arriba, no miremos para abajo, sino que no apartemos la mirada del que dio su vida para que nosotros vivamos eternamente.

Un toque bíblico.  

Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número.

Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.

Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.

Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1ª Corintios 9:19 al 27).

AMDG