El infierno ¡Que risa!

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

En aquel tiempo estabais sin Cristo,

alejados de la ciudadanía de Israel

y ajenos a los pactos de la promesa,

sin esperanza y sin Dios en el mundo.

(Efesios 2:12)

 

 

Siempre hemos sentido enorme respeto los cristianos a todo cuanto está fuera de nuestra comprensión, ya que se trata de enigmas o misterios que, al no ser asequibles por nuestra imaginación o inteligencia, hemos sabido apartar para que esta no sea perturbada y agitada, por lo que diga cada cual según su particular parecer: para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, (Efesios 4:14)

Creo que es lo razonable. Sin embargo, muchas mentes retorcidas o miedosas, han hecho mofa de la idea del infierno y su realidad. Estas personas creen que haciendo como se dice del avestruz, que mete la cabeza en un agujero del suelo, y al no ver cree que no le ven, ya tienen solucionado aquello que les rasca continuamente el alma y el espíritu.

Hay cristianos confesos, que niegan la realidad del infierno y creen que no pensando en él se va a disipar, pero la idea y la experiencia les muestra, como a todos, que el infierno, como la vida eterna, es una presencia real y actual en sus vidas.

La paz genuina cristiana es una paz sin limitaciones, confiada, completa y sin sobresaltos. Hemos dejado en manos del Creador todo cuanto somos, aunque las vicisitudes visitan cada casa y cada persona; como dice el Cohelet: Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica, y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento. (Eclesiastés 9:2).

El infierno del burlador, sucede en el vacío de su propia alma, y en el agitar incesante de su propio corazón. El que ama el dinero no se saciará de dinero, y ello se torna en un infierno para obtenerlo y para conservarlo.

El pobre sufre por agravio comparativo, y codicia ardientemente poseer los mismos poderes y las mismas ventajas que los ricos, aunque en el fondo, lo que se envidia, son los placeres y las maldades que se pueden hacer con la posesión del dinero. Poder manifestar el mismo orgullo y prepotencia que los débiles sufren, y en ello les va la vida con su particular infierno interior.

El apartamiento de la vida de Dios, es un agravio comparativo para los que quedan fuera. No es un castigo impositivo, sino una realización de lo que cada uno llevaba en su corazón. Y ante esta diferencia, el rencor y los malos sentimientos contra los demás y contra sí mismo por haber errado, es ya de por sí un infierno real y eterno.

En estos asuntos hay quien sabe mucho más que yo, pero un aporte que esclarezca las cosas no está de más, sino que proporciona una idea distinta de lo que el vulgo cree que cree.

Desear morir, y no poder, sabiendo que es algo eterno, es suficiente castigo sin tener que acudir al tópico del "tridente" ni a "las calderas de Pedro Botero"; solo contemplar la dicha de los salvos es suficiente.

Un toque bíblico final

Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no reconocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).

   Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. (2ª Tesalonicenses 1:6 al 12)

El que quiera oír, oiga.

AMDG