Sobre el orden y la anarquía

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Uno de los más grandes defectos que casi todos padecemos, es la inconstancia en todos los planos de la vida. Dios estima en mucho la constancia del que se pone a la tarea de forma deliberada, se ordena, y consigue con ello los periodos más fructíferos de acción, descanso y sueño. Es cierto, que estas características en el hombre no son muy apreciadas en nuestra sociedad; y es que el ser humano lleva dentro de sí la semilla de la anarquía.

De ese orden y regularidad, se habla y se  tiene por casi todos como algo que constriñe la libertad y los impulsos del ser humano, cuando en realidad es la única forma de realización de algo que realmente valga la pena y tenga vigencia.

Hay muchos, que dicen que lo bueno es hacer lo que gusta a cada uno, y que la libertad consiste en hacer lo que a «uno le dé la gana» en cada momento; eso sería cierto en un paraíso donde todo estuviera resuelto, pero vivimos en un mundo donde solo con el esfuerzo y el ingenio (no menciono el azar o la llamada «suerte»), son únicamente los medios de producir una civilización que progrese debidamente, y se realice en paz y coordinación mutua. La anarquía es plato de gusto del que no aspira a nada.

La vida no se desarrolla así; de ahí tanto delito, tanta lacra, y tanto desajuste continuo, en esta sociedad o en cualquiera de las demás en su propio elemento vital. El orden, aunque de forma irregular y primitiva, impera en todas las culturas, porque es la forma de supervivencia y relación más o menos adecuada en cada caso.

La regularidad es madre de las buenas digestiones, del sueño sosegado y reparador, y del trabajo descansado que produce las mejores propiedades de competitividad. Basta contemplar, las abismales diferencias de las culturas tropicales con las nórdicas.

Que el elemento clima es casi decisivo, no obsta para que en cualquier lugar y situación, el orden y la disciplina, así como la consideración a los demás, produce de inmediato bienestar y paz en la sociedad, y por ende en el individuo.

La observación de un orden, horario y recta conducta, pueden parecer (al principio) algo opresivo y tiránico, y más aun, al acostumbrado a la dispersión y a la entrega a sus caprichos de cada momento, pero al fin da los frutos de la mejor calidad de vida, y la realización de las más vastas fructíferas, y nobles tareas.

Este orden es el deseable en La Iglesia de Dios; en ella cabe solo lo que Dios quiere que sea, porque Él es un Dios de orden. Las veleidades y el desorden (a veces agresivo) dentro de La Iglesia, no pueden ser de utilidad a la venida del Reino, y desde luego contraría los planes de Dios.

Un toque Bíblico: Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. (Hebreos 5:14).

AMDG