El buen camino

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

… pudiera ser que alguno osara morir por el bueno

Pero Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores  Cristo murió por nosotros.

Romanos 5,8.

 

Lamentablemente creo que los cristianos no hemos entrado en el campo de batalla espiritual, con el espíritu del soldado que está dispuesto a darlo todo, incluso la vida, por la victoria sobre el pecado y la expansión del evangelio que Cristo nos encargó.

 

Es fácil, en determinado momento, dar la vida por una causa justa. Muchos paganos e incrédulos en determinadas ocasiones y trances, han dado la vida o la han arriesgado, en pro de una causa que ellos estimaban justa. Millones de soldados en grandes batallas sobre todo en el siglo XX dieron valientemente su vida por su patria, y porque la disciplina de su ejercito lo exigía.

 

Algunos de aquellos preparados soldados no tuvieron ni siquiera la ocasión de dar un tiro. A la voz de mando en cualquier ataque, al salir de la trinchera, eran abatidos antes de salir de ella. Otros quedaron en los campos, tirados, heridos, en medio de terribles dolores, y con la esperanza de vivir perdida.

La “drole” de la guerra representaba la angustia, la tristeza, la miseria, el miedo y la nostalgia, de tantos millones de soldados fuera de su tierra, de sus trabajos y familias, para atender aquella llamada patriótica en defensa de ¿qué? De nada. Derroche de dolor humano, que nadie pudo ni puede valorar, sino solo el que todo lo sabe y todo lo ve. A ese poder, a esa omnipotente y omnisciente persona que llamamos Dios, es a quien nosotros los cristianos adoramos.

 

Sin embargo, a pesar de las situaciones calamitosas referidas, nosotros (los que creemos) tenemos que librar una batalla terrible, y sin tregua ni descanso, porque nuestra lucha no es contra carne ni contra sangre, sino contra potencias, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Efesios 6,12.

 

Es terrible elegir la muerte en determinados trances y el heroísmo es algo admirable según sus motivaciones, pero es una muerte rápida y expeditiva. La muerte del cristiano es, como decía Entralgo, una agonía perpetua hasta la llegada del redentor. El solucionará las continuas dicotomías que al creyente se le presentan. La Iglesia es fortaleza y refugio cierto del cristiano, porque es la casa del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.,

 

Pensemos que cada día hay que morir a las atracciones y empujes de un mundo inmisericorde, del mismo modo que José, el hijo de Jacob, supo morir a la tentación que se le ofrecía por la solicitación de la mujer de Putifar, su amo, en Egipto. Huyó y así demostró que era hombre de valor.

 

David en cambio que supo hacer frente a Goliat y ennoblecer sus hechos, tomó a la mujer de Urías heteo, y así pecó de forma terrible, llegando hasta el asesinato del esposo de Betsabé. Muchas veces puso su vida valientemente en diversos trances, pero no supo decir no, a una tentación que a todos se nos puede presentar. Esa es la lucha del cristiano.

 

Dice San Pablo refiriéndose a estas cosas: … Os ruego hermanos que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo malo sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12, 1 y2.

 

Cualquier persona, en un momento dado, puede hacer una heroicidad momentánea, un instante de valor, por orgullo, compasión o por necesidad. La lucha cristiana tiene una sola dirección, es constante y de cada día y cada hora, y nos lo dice claramente el Apóstol Pedro: Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. 1ª Pedro 2:21.

 

La lucha cristiana no tiene más fin que la reunión con nuestro Señor Jesucristo y,, mientras es un perpetuo forcejeo con el pecado y las tentaciones. Hay que echar mano de la gracia de Dios, y de las indicaciones supremas el Espíritu Santo.  Y de la vida eterna.

 

Es cierto que es renuncia, escarnio a veces, incomprensión de muchos y hasta de persecución de las más diversas maneras, pero hay una frase que hace dulce toda lucha, todo esfuerzo, todo padecimiento. La dijo Jesús, como promesa para los esforzados vencedores. Venid, benditos de mi padre

No es necesario decir más. A mí me basta con estas palabras de Jesús, que nunca, nunca, mintió.