Ricos y pobres

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

A los ricos de este siglo manda que no sean altivos,

ni pongan la esperanza en las riquezas,

las cuales son inciertas,

sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia

para que las disfrutemos.

(1ª Timoteo 6:17)

Todas las riquezas, deleites y honras de esta vida terrenal, miseria son y pasajeras. Ya no nos acordamos de aquel manjar que con tanta ansia deseábamos, y que ahora tenemos todos los días. Ya no es tan sabroso, y tal vez a ti ya no te apetezca tanto, por causa de alguna enfermedad o estado de ánimo. Bien es verdad que el dinero da tranquilidad, en cantidades razonables, que nos permiten sostener nuestras vidas, pero más de eso es para jactarnos, aplastar al prójimo y, al fin, a confiar más en el dinero que en el mismo Dador.

Venturoso es el viviente que considera de donde procede su vida, su entorno y sus circunstancias, y deja a la voluntad de Dios su porvenir y postrimerías. Muy dichoso será si haciendo esto, es convicto de las intranquilidades, de los desasosiegos, los miedos y limitaciones, en las que vive el rico a causa de esa misma riqueza. Como dice el poeta, el humilde vive constantemente:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,

y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso

Fr. Luis de León.

 El rico, hoy es engrandecido de todos, odiado y envidiado, con grave peligro de su cuerpo y de su alma; mañana es sepultado y olvidado por los que vienen detrás. Hoy vive con sobresalto de perder su riqueza, desconfía de todo y de todos; los amigos, y él lo sabe muy bien, lo son de sus riquezas y no de él. Hasta su esposa/o, quizás suspira por otra persona, mientras que él le produce recelo y asco.  

Alguien puede decir que más vale ser rico y bien atendido, que pobre y mal mirado. Solo mirando desde el punto de vista mundano, la paz y el sosiego son ventajas admirables y codiciables para el pobre, (no hablamos de miseria) ¡cuanto más en el terreno espiritual! Cuando piensa (si piensa) en el dicho de Jesús que, como un martillo, taladra el cerebro del cristiano rico, que no lo es en obras y en generosidad, para compartir con el que padece necesidad. 

La memoria de la muerte, suele ser para el cristiano rico, en bienes de este mundo, un gran muro contra la avaricia. Pocos saben valorarlo. El pobre, acepta mansamente los designios de Dios para su vida y su muerte, porque al ser verdaderamente cristiano, su seguridad de estar respaldado por un Padre generoso y bueno, le da paz y seguridad. Su Padre celestial quiere su salvación eterna, y él confía plenamente, y sabe despreciar las cosas que a otros les parecen imprescindibles. 

Esa convicción hace que su vida, esperanzada y pacífica, transcurra sin grades vaivenes, y le pone al aguardo de vicios y soberbias necias y dañosas. Muere en paz, y si alguien está a su lado es por que lo ama, y no por lo que pueda embolsarse de sus bienes que deja. 

A todas las riquezas y deleites y honras del mundo, da fin la muerte. Muere el sabio y el necio, y de los dos es idéntico el último destino que es la fosa. Unos serán sepultados con grandes preces y gran panteón, otros en pobre nicho o sepultura pobre, pero ambos serán ya presentes en el juicio; y sus cuerpos muertos, dos despojos que hay que enterrar, porque no producen más que repugnancia y descomposición. 

San Pablo, se tenía por dichoso y deseaba estar con el Señor cuanto antes, para ser uno con Él. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. (Filipenses 1:12) En el trance de la muerte, mejor verás que te hubiese sido más conveniente para tu salvación eterna, ser trabajador humilde, que rey ni señor, ensalzado y poderoso. Más dichoso el pobre de bienes temporales, y que es rico en virtudes, que el que siendo señor de todos y de las grandezas que hay a su alrededor, dispone por eso mismo su alma para el infierno de dolores.  

Trabaja pues, por las riquezas espirituales que son las que perduran y enriquecen hasta el infinito: no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2ª Corintios: 4,18). Mírate cuando estás enfermo, acechado de unos y otros, y sabiendo que tu fin no puede ser bueno, pues no puedes seguir amando a las riquezas, y a la vez  amar a Dios sobre todas las cosas. ¿Hemos pensado alguna vez, profundamente, en este pensamiento? ¡Amar a Dios sobre todas las cosas! 

Es así que el profeta dice muy propiamente: Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó también los altares, conforme a la bondad de su tierra aumentaron sus ídolos. Oseas 10:1). A medida que crecieron sus riquezas crecían sus ídolos, no solo en forma de imágenes o figuras, sino de vicios y necesidades creadas. Tal como ahora sucede a escala planetaria.  

El Pobre confía en Dios, y su escasez o precariedad, le hace centrarse en la plegaria, y le obliga a la confianza a la fe y a la esperanza. Poco tiene y poco ha de dejar. Y poco le pueden robar o perjudicar. “Quien más puso más perdió” dice un refrán entre comerciantes.

Los ricos suelen criar a sus hijos en la molicie y la soberbia de su condición, pero el pobre los enseña a trabajar, y a conocer el valor de cada moneda que llega a sus manos. No teme a nadie, pues nada tiene para que le arrebaten, y duerme en paz esperando el día en que pueda reunirse con su Señor.

Que Él nos acompañe siempre, en humildad y serenidad de Espíritu.