El mundo (κοσμος)

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Como está escrito:
    No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda.

No hay quien busque a Dios.

Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
    No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

    Sepulcro abierto es su garganta;
    Con su lengua engañan.
    Veneno de áspides hay debajo de sus labios;

    Su boca está llena de maldición y de amargura.

    Sus pies se apresuran para derramar sangre;

    Quebranto y desventura hay en sus caminos;

    Y no conocieron camino de paz.

    No hay temor de Dios delante de sus ojos.

   Pero sabemos que todo lo que la ley dice,

lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre

 y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios;

   ya que por las obras de la ley

ningún ser humano será justificado delante de él;

porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.

(Romanos 3:10 al 20)

Cuando se habla de asuntos espirituales usando la palabra MUNDO se puede dar lugar a muchas confusiones pues el mundo es lo que el Señor Jesús vino a Salvar. Se refiere por una parte a la humanidad y por otra el vocablo significa esta humanidad bajo el maligno: Sabemos que somos de Dios, y el mundo (κοσμος)  entero está bajo el maligno. (1 Juan 5:19).

En griego la palabra es  Cosmos que significa el reino que gobierna el diablo con sus pecados de ignorancia, tozudez, autosuficiencia y aspiración a depender de Dios mínimamente y desde luego hasta que pueda destronarlo, y auto recrearse y recrear, el paraíso de donde fue sacado por el pecado.

El redentor vino por esa causa y se dice en un rito de la iglesia “bendito pecado que nos trajo tal redentor”. Milton en su divina comedia comienza con un cántico al pecado, ya que por él conocimos la presencia de Dios en carne. “Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros...” (Dante Alighieri).

Cuando el escritor bíblico habla del Mundo, nos imaginamos que sí, que el mundo está muy mal, y que adonde iremos a parar, pero se mantiene la confianza en una humanidad que es egoísta y vil, aunque todos a una se revisten de las grandes virtudes morales, que en realidad solo adornan a los que realmente han recibido a Cristo, y experimentado el nuevo nacimiento.

Si miramos cuidadosamente las cosas que suceden de continuo entre los hombres veremos que solo las leyes, la policía y la cárcel o la ejecución detienen a esa fiera que somos los seres humanos. El hombre natural está bajo pecado y corrupción (todos) hasta que Cristo lo domeña por medio del Espíritu Santo. Él lo melifica, da iluminación y revelación para que se comporte de forma benéfica con los demás.

Solo hay que mirar lo que ocurre hoy día en las áreas y pueblos que ha devastado el terremoto de Perú. Junto a la labor de los que las leyes y el orden estatal constrictivo vuelca en ayudar, hay que establecer la vigilancia del ejército, con férrea disciplina, para abortar los numerosísimos intentos y consecuciones de saqueo, de los mismos que debieran ayudar a sus hermanos, los damnificados.

El ser humano, pecador perdido, es un ser pleno de fealdad espiritual, trivialidad, vulgaridad, perversidad, necedad, malignidad, rencor, envidia, (Schopenhauer) tal como también Pablo apóstol lo retrata en otro lugar: estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; (Romanos 1:29).

Si esta no hubiese sido la situación del hombre sobre la tierra ¿para qué murió Cristo? el Verbo Encarnado, modelo de lo que sí se debe ser como hombre.

Por esto mismo, es tan triste oír lo que tantos que se dicen (y lo serán) cristianos, lanzan como queja de forma continuada. No somos capaces de aceptar la voluntad de Dios y nos achicamos y llenamos de celos de los que son más afortunados o lo parecen, y amamos tanto las vanidades, glorias y otros manjares mundanos que solo llevan a la perdición y al infierno.

Un infierno de frustraciones, de resentimientos, y careciendo del sueño pacífico y restaurador del que mansamente y en esperanza, acepta los pesares que la vida tiene para todos los que por voluntad de Dios, somos y nacimos.

En la aceptación del Señor Jesús como dueño de nuestras vidas, y maestro absolutamente infalible, es cuando empieza ese Cielo prometido, así como por el rechazo de una salvación tan grande, se permanece en el infierno de nuestra propia herencia, acompañados por los calamitosos efectos que el mundo echa sobre nuestras rebeldes y necias espaldas.

No sea así para los que leen este escrito, y libérense de toda carga que estorbe el camino hacia Dios en Cristo, y seamos obedientes al Espíritu Santo para nuestra felicidad eterna.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. (Hebreos12:1 al 8 y ss)

Somos hijos de Dios. Llevemos con dignidad y alegría, tan divino privilegio. No nos detengamos en si tenemos, o no, derecho a esto o aquello, sino desprendámonos de todo lo que no contribuya, al establecimiento del reino de Dios en nuestros corazones.