Infierno legal

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?

(Éxodo 26:28).

Y han edificado los lugares altos de Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom,

 para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas,

cosa que yo no les mandé, ni subió en mi corazón.

(Jeremías 7:31 y ss).

Y edificaron lugares altos a Baal, para quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal;

cosa que no les mandé, ni hablé, ni me vino al pensamiento.

(Jeremías 19:5).

No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación;

luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir;

son iniquidad vuestras fiestas solemnes. (Isaías 1:13).

 

Es de todo punto imposible de entender, la tesis “Progre” de que la igualación por lo más bajo de la escala social, es el summun de los logros sociales. Se jalea en todos los vientos y medios de comunicación, que el sistema de igualación es la panacea de los males sociales. Ni siquiera se pone en crítica y menos en solfa, aun conociendo las carencias de libertad y medios de subsistencia, de los países que aun funcionan mediante este principio.

Recuerdo una frase del anarquista Buenaventura Durruti: “necesitamos ganar esta guerra, por lo que todo será supeditado a este objetivo. Aquí se obedecerá, y al que no lo haga se le fusila”. Él y los demás tenían que reconocer que para ganar había que hacerlo con orden y para que hubiera orden tenía que haber un mando y unos subalternos amén de la disciplina de los soldados. Bueno, eso no es más malo que lo que pedían los franceses e ingleses a los americanos en la primera guerra Europea.

Ellos más que material (que también necesitaban para no derrumbarse), pedían a América que les mandase “efectivos”. Es decir, que lo que necesitaban era más hombres que poder echar en el dantesco horno de las trincheras. “Carne de cañón”, porque sus quintas se evaporaban como humo, en las horribles hecatombes del Somme, Verdún, etc. Hasta que por fin, empezaron los motines y los castigos ejemplares. Orden y jerarquía, son imprescindibles, hasta entre los animales.

Tanto en los países burgueses, como en los llamados progresistas, la “necesidad” hace que se tornen legítimas todas las muertes en forma de bajas de guerra. En las revoluciones sociales, se ha de acabar con todos los que no sean entusiastas de tal revolución. Sea de derechas o de izquierdas. Los hombres somos tan necios, que atraemos sobre nosotros los peores males.

Siempre se apela al pueblo. “El Pueblo”, con mayúscula, es el Dios que debe determinar en democracia lo que es bueno, porque se dice con toda tranquilidad, que el pueblo no se puede equivocar. Lo del dicho: millones y millones de moscas, no se pueden equivocar; ¡comamos excrementos!

Los pueblos sumidos en la pobreza ¿Cómo van a elaborar un sistema, y que referencias han de tomar, para acertar en lo que conviene? Las sociedades llamadas “opulentas” por sus más altas y desiguales  rentas (per cápita, no nos equivoquemos), también acuden al tópico del pueblo sabio, para determinar como se ha de regir una sociedad. Y así decía un general: “no tengo inconveniente de que se vote; siempre que mi voto valga el doble por lo menos que el de mi asistente”.

Un pueblo que está adormecido en su rutina diaria, en su angustia personal por sobrevivir, o llevar a cabo sus ambiciones. ¿Qué criterio o información tienen, para acertar aparte de sus fobias, fracasos, o sus intereses particulares? Sin más restricción moral, que la de la conveniencia personal de cada elemento de la masa, y azuzado por ideas introducidas por una feroz propaganda llamada impropiamente información ¿Cómo puede determinar lo conveniente para el país entero?

¿Qué referencias filosóficas y de ámbito, y ya no digo morales, va a manejar el hombre que vive la rutina, a veces dolorosa del día a día? Una persona, que todo el tiempo que tiene libre para pensar, lo emplea en la televisión, los juegos y la bebida, cuando no en la droga y en la satisfacción de sus más bajos deseos, que ya se le presentan por todos los medios de comunicación, como buenos.

Esta es una cultura que, como las más antiguas, presentan sus hijos para ser sacrificados mediante el aborto y el abandono de obligaciones, para quemarlos en el altar de los modernos dioses del placer y el libertinaje; tal como los antiguos sacrificaban jóvenes para aplacar a los dioses, y que estos le dieran buenas cosechas y prosperidad. ¿Cuál es la diferencia?

La demanda de Dios es la igualdad, pero no de sexos ni de riquezas sino de que todos tengan los elementales medios de subsistencia. A ricos y pobres les habla de austeridad cristiana, de sobriedad, de ser generosos y guardarse de la codicia que es, con el dinero, raíz de todos los males abanderados por el orgullo. A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. (1ª Timoteo 6:17).

La perversa ambición es un mal de este siglo, como lo ha sido desde tiempos remotos. Las riquezas son el dios Manmón al que siempre se le rendido culto. Los cristianos solo a uno. Y ese es El Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo. De modo que si permanecemos en Jesús, permaneceremos en el Padre. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. (Juan 14:21).

Así, el aborto navega plácidamente, entre la conformidad o la indiferencia de tantos como se creen buenas personas, pero que no se interesan o preocupan, de que diariamente se extraen los infantes (a veces a trozos), del vientre de sus madres. La mayoría de los políticos, entran en el servicio a los pueblos y ciudades, pensando más en su interés particular que en el generoso servicio a la población, de cualquier estado en que se encuentre.

Ricos, que vigilan celosamente su riqueza. Pobres, que envidian las riquezas que les permitan las mismas licencias morales que a los ricos. Todos a una, mirando su interés individual enmascarado en el interés colectivo. De ahí que se produzcan esas corrupciones, tanto en los países pretendidamente igualitarios, como en aquellos en los que el liberalismo (mal entendido), permite las mayores aberraciones.

En ambas se produce ante la general indiferencia, las mayores aberraciones, y los mayores abusos contra la persona humana. Creer todavía en una sociedad descristianizada, que comete en ambas tendencias las mayores aberraciones contra las personas, sean estas infantes, hombres o mujeres, es de una triste ignorancia.

La sociedad  “libre”, por medio de sus gobernantes, ha instaurado un asesinato legal en donde se funden y exterminan millares de personas, so pretexto de que aun no lo son. Al despojar al hombre de su dignidad como criatura de Dios, lleva a estos crímenes, que son vistos por la sociedad como cosa fútil e indigna de aprecio o protesta. Los grandes imperios opulentos, después de sus conquistas, sucumbieron ante la inflación y el aborto. En Roma, por ejemplarizar, a los italianos se les prohibió ser soldados, y toda la tropa de las legiones era extranjera.

Solo el cristianismo, reivindicó la dignidad del hombre, sea este esclavo o amo. Y con el mandamiento del amor, (imitando al amor de Dios por sus criaturas), ha dignificado el carácter único del ser humano contra viento y marea, a pesar de todas las extravagancias y errores, propios del ser humano. A los que obedecen gustosamente para su propio bien Dios nunca es remiso en promesas como esta con la que terminamos este trabajo.

Y os guardaré de todas vuestras inmundicias; y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre. (Ezequiel 36:29).

Y en eso estamos.