Cumplir con Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad

nos han sido dadas por su divino poder,

mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,

   por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo

a causa de la concupiscencia;

Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo,

 añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;

al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia;

a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal;

 y al afecto fraternal, amor.

Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan,

 no os dejarán estar ociosos ni sin fruto

en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta;

es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.

Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme

vuestra vocación y elección;

porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.

   Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada

 en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

(2ª Pedro 1:3 y ss.).

Líbreme Dios de hacer crítica negativa, y menos aun, censura impropia de este escrito. Lo que pretendo, es poner de manifiesto la situación actual de la sociedad. En los antiguos tiempos, la cosa de religión era algo que solo conocían los enterados, y el resto no conocía nada más que los rudimentos que recibían de la Iglesia. Es cierto que casi nadie profundizaba en los misterios, pero se respetaban y cumplían las normas básicas, en un verdadero temor de Dios. 

Ahora todo está contaminado por el virus de la modernidad. La Televisión, internet, y los numerosos medios de comunicación y diversión, abundan y se atropellan unos a otros. Las teorías más peregrinas o nocivas, circulan como el agua por las acequias, sin detenerse de un día para otro.

No acaba de surgir una “novedad”, cuando ya otra la sustituye rápidamente, dando al olvido a la anterior. Y esto es general en la sociedad de la información. Un torrente de ideas, de falacias, de mentiras, de cosas que ya fueron en su tiempo y que ahora se suministran como nuevas.  

Hay gente, que con una piedad algo superficial, teme que se les llame meapilas, beato, fanático, inocentón, etc., por los que contemplen su interés en asistir a los cultos de la iglesia cristiana. La sociedad se ríe de los tales, porque no son ni fríos ni calientes. Van a un culto y tal vez hasta se quedan parados en el quicio de la puerta, sin entrar ni participar, pero ellos se dicen a sí mismos y a los demás “Ya he cumplido con Dios”. 

Lamentablemente, esto está cada vez más extendido, no ya entre los indiferentes, sino entre el pueblo cristiano que en presencia de extraños, se siente molesto cuando alguien suscita que su vida es como dice Pablo apóstol: Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. (Filipenses 1:31).  

La verdad es, que encontramos a lo largo de nuestras vidas, pocas personas que sean de este parecer y actuar, pero conociendo nuestras debilidades, podemos entender estas cosas, y darle a la Iglesia de Dios el brillo y adorno espiritual,  que merece de los de Cristo para que, al ver nuestras obras y trabajos entre cristianos, puedan decir como en los primeros tiempos se decía de los cristianos: “mirad como se aman”. 

Hoy el cristianismo en todas sus expresiones, está puesto bajo el punto de mira del destructor, de manera que todos los intentos de los mandatarios y las masas, es su destrucción y eliminación de la vida del hombre. Y la pregunta es ¿Quién es el principal culpable? Somos nosotros mismos que, a nuestra fe no ponemos las notas que el apóstol Pedro, nos aconseja en su segunda carta que reflejo al principio. 

Pido al que esté interesado, que lea el prefacio bíblico, y lo confronte con su vida. Es un ejercicio que todos debíamos hacer, porque según el apóstol, por medio de las notas que se dan en ese texto, somos hechos participantes de la naturaleza divina. ¿Hemos comprendido en toda su profundidad, el contenido de esta exhortación de Pedro a nuestras conciencias? ¿Podemos detenernos unos días solo en estas promesas y afirmaciones del bendito apóstol? ¿Podemos interiorizar, no solo las palabras, sino lo que significan, dando entrada franca y sin ponerle obstáculos al Espíritu de Dios? El nos llena y capacita, para esa aventura de fe que es la salvación y la vida eterna, junto con Cristo en las muchas moradas de que Él dispone. 

Así pues no creamos nunca que hemos cumplido con Dios por cosas que cualquier pagano practica, para la buena armonía social. El cristiano es otra muy distinta cosa. Nos atrevemos a decir que el cristiano es un 20 por ciento de exterior (divulgación, ejemplo, predicación, etc. y el ochenta por ciento es interior, en una vida de piedad en diálogo constante con nuestro Padre Celestial y Padre de nuestro Señor Jesucristo. 

Nos quejamos de que el mundo va por senderos de perdición, y ciertamente así parece ser. ¿Qué hacemos nosotros? Nos limitamos a quejarnos, y a elaborar malos sentimientos hacia los perdidos, porque estos son enemigos declarados de la piedad y el conocimiento de Dios. ¿Quién es el desgraciado? ¿Él o yo? ¿Quién está perdido y quien salvo? Hermanos cristianos, quienquiera que seamos, es la hora de nuestra lucha como siempre ha sido: acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Judas 1:3)  

¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir el apóstol Judas cuando habla así? Es una exhortación, para que contendamos ardientemente por la fe. Y esta lucha, no es con argumentos vacíos de humana erudición, o violencia de argumentos: y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. (1ª Corintios 2:4,5). 

Si nuestra fe no es defendida con uñas y dientes, pero sin atisbo de violencia hacia otros, sino doblegando nuestros, cuerpos y nuestras almas al Espíritu de Dios, es de temer que el avance de la apostasía sea imparable; nosotros seamos desechados, en lugar de ocupar una situación en la que el Señor nos pueda decir: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. (Mateo 25:23).

Del valor que demos a estas afirmaciones, se dará la medida de nuestra fe y la valentía para hacerla prevalecer, desdeñando la violencia, no haciéndola sobre los demás (que ya van al mal fin), sino contra nosotros mismos.