Bienes cesantes

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Pero aborrecieron la tierra deseable; No creyeron a su palabra

(Salmo 106:24).

Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes,

y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.

Oyendo el joven esta palabra, se fue triste,

porque tenía muchas posesiones.

    Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

De cierto os digo,

que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos.

(Mateo 21:21-23).

 

Es sorprendente que aquello que más deseamos todos, que es la gloria y el descanso, sea el bien más ostensiblemente menospreciado. Ninguna otra alegría ama más el hombre que esta, y es de ver como tan fácilmente la tratamos y perdemos. Por fruslerías mundanales, que no aprovechan ni siquiera en esta esfera de la vida, perdemos lo que más anhelamos, que es la vida eterna. No apreciamos ni un don de los que tenemos. Y si lo hacemos, es para jactarnos de lo que no es mérito de nuestro ego, sino don de Dios. 

Nos quejamos de cualquier achaque corporal, y no caemos en la cuenta de que el corazón late sin que nadie tenga que pedírselo, y cada miembro actúa mecánicamente. Maravilla es nuestro cuerpo, y maravilla es nuestra alma y nuestros anhelos.  

Maravilla inexplicable es la vida, y todo lo que nos rodea desde el animal más grande hasta el más diminuto mosquito. Toda la creación está llena de maravillosos misterios, y sin embargo estamos como condenados, metidos en la ergástula de nuestros deseos carnales que conspiran y batallan contra el alma. (1ª Pedro 2:11). 

Pensemos los que estamos en la esperanza de Cristo, cuanto bien espiritual desaprovechan los mundanos,  por solo bienes efímeros y largas jornadas de sufrimiento. Padecen envidias, rencores, andan estresados, y engullendo medicamentos que les alivien de las consecuencias de sus codicias. Desdeñan o ignoran los bienes espirituales, tales como el consuelo, la paz, y la seguridad de su salvación eterna y la gloria advenidera. 

Andan los mundanos recogiendo la paja de la vida, con ansias y sobresalto continuo, y desprecian el castigo y sobre todo, el buen trigo de las eras de Jesús, que es la gloria que a los fieles nos espera. Por codicia y amor a estos corruptibles y fugaces bienes, devienen en no paladear la dulce relación de amor con nuestro Señor Jesucristo. Las cosas espirituales, la paz cristiana verdadera, es ya imposible de gustar por ellos, pues sus paladares están ya estragados, y no pueden disfrutar de tan estupendos bienes. 

Todos los profetas y el mismo Jesús sostienen, y la experiencia nos lo dice a los mayores en edad, que las riquezas mundanales con sus vicios aparejados y sus luchas, traen tantas guerras y calamidades, que son evitables con solo seguir los suaves susurros y la enseñanza de Jesucristo, maestro infalible y conocedor mejor que nadie la entidad y profundidad del alma humana. 

Por tanto cuanto más te apartes de las cosas mundanas, más te acercas a Dios. Él dice claramente: A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto sempiterno, las misericordias firmes a David. (Isaías 55:1-3). 

En realidad, y metámonos todos para no ofender a nadie, es que andamos con un pie en una orilla del arroyo y con el otro pié en la opuesta. No hay remedio. Es inclinación del hombre, conmoverse por estas y tantas más palabras de la Escritura y de los buenos maestros, para inmediatamente casi dejar de pensar en ellas, captados por los brillos arteros del mundo y sus deseos engañosos. Es semejante a la serpiente, que encanta con su mirada al pobre pajarillo que queda quieto, hasta que de un solo golpe sea engullido. 

¿A que esperamos, para lanzarnos con denuedo en la esfera y los brazos de Dios, con fe ciega en sus demandas para nuestro verdadero bien? No consideremos al mundo y sus mezquinas y traicioneras promesas, por lo que parece, sino por lo que verdaderamente es y por su perversa índole. Sabemos que el mundo es del diablo, y este pone sus condiciones. Engaña para llevar a los hombres a la rebeldía y a la traición a Dios, como ahora ya se ve claramente.

A Jesús le fue propuesto que se le daría el poder del mundo: Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra Y le dijo el diablo: a ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. 

Ni buscando con linterna o lámpara, se encuentra un ejemplo más claro. Los reinos de este mundo son de Satanás por que a él le han sido entregados. De manera que si tú has conseguido la gloria y el poder, ya sabes quien te lo ha dado. Solo puedes zafarte de esta condenación, si usas estos poderes para el bien, aunque hemos comprobado que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. 

Se aproxima nuestra estancia aquí, y neciamente nos detenemos en las cosas despreciables y bajas. Miremos bien lo que perdemos, y porqué lo perdemos. Por una breve ventaja y un placer que es caduco, que invariablemente remata en mal, perdemos la amistad con Dios y como consecuencia, perdemos también su gloria y su compañía; también la de los ángeles, y el estar eternamente en las moradas de Jesucristo. Pierdes tu alma, destruyes tu conciencia, y el final, es el castigo eterno. 

Miremos bien, que no dejemos como el hijo pródigo, la casa de nuestro Padre Eterno y comamos las algarrobas del mundo. El menor en el reino de Dios, es mayor infinitamente que el más grande del mundo. Cambiar a nuestro Padre por un enemigo suyo es alta traición, y si no lo vemos claramente, es que tenemos la vista muy corta en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. (2ª Pedro 1:9).

Que ese desastre, no se abata sobre nosotros. Sabemos el camino y nuestro destino. No lo cambiemos por bagatelas necias.