La sensualidad y el vicio

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales.

. Estos son manchas en vuestros ágapes,

que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos;

 nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos;

árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados;

     fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza;

estrellas errantes, para las cuales

está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas.

    De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo:

He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, 

para hacer juicio contra todos,

y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías

que han hecho impíamente, y

de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él.

     Estos son murmuradores, querellosos,

 que andan según sus propios deseos,

cuya boca habla cosas infladas,

adulando a las personas para sacar provecho.

(Carta del Apóstol Judas 1:1 y ss.). 

 

 

Pocos son los que en la juventud o en la madurez, no rindan acatamiento a este ídolo de Satanás, por que hay muchos que determinan romper con el mundo de verdad y para siempre, pero llegada la tentación sucumben miserablemente ante ella. Después, se echan a llorar y piden de todos, comprensión y disculpa, pero el daño ya está hecho, y se cobra su tributo de nuestro corazón.

No podemos entrar en un mundo que tiene designios siniestros. Estos designios son más peligrosos, por cuanto van envueltos en valores como la camaradería, la amistad, el cumplimiento social. Todos tienen tal vez la mejor intención, pero lo que es pasable para un incrédulo no es permisible para un cristiano. Y más aun, si se ha propuesto vivir la vida de Cristo en sus pasos por este mundo.

No hay más opciones que valgan. Aunque te tengan por soso, áspero o tímido, hay que saber admitir de principio, que el seguimiento de Cristo para nuestra paz y salvación ha de ser así. Ya dijo Jesús: Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará? (Lucas 23:31).

Así pues, la distancia y la discreción, deben presidir nuestra conducta. Es buena filosofía y buen reparo, la guarda de los pensamientos porque el que no guarda sus sentidos no guarda su corazón.

No conviene mirar aquello que puedes codiciar. Porque de un paso en mala dirección, puede salir un camino equivocado en donde no haya marcha atrás. Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. (Hebreos 10:26,27).

Dina, la hija de Jacob, por curiosear y andar sin reparo de su padre y sus hermanos, perdió su virginidad y trajo incontables males para el pueblo del desgraciado Siquen. Más le hubiese beneficiado a ella, guardarse de curiosear a las hijas de la ciudad de Siquem, y al Hijo del rey no haber puesto sus ojos en la muchacha que no le pertenecía. (Génesis 34:1,2). Los ojos, son el portillo por donde suelen penetrar los deseos y tentaciones: Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. (1 Juan 2:16).

Cuando hay que luchar con el enemigo, es de buenos estrategas, hacerlo en el lugar donde sea más fácil y seguro vencerlo. Por eso todos los ejércitos guardan los pasos más estrechos, por donde entre los montes puede penetrar el enemigo. Cuando una vasija se mete en el agua, por muy bien taponada que esté, si tiene una pequeña brecha o poro, por allí se entra el agua.

Así, al enemigo que son la concupiscencia y los deseos carnales, hay que dejarlos fuera y lejos de nosotros, porque por el poro o desgarro que tengamos, por allí se entrará el enemigo. Las emociones disparadas, la soledad, la angustia y la holganza, hacen de celestinas para que el mal entre en nosotros.

De esas perniciosas fallas debemos apartarnos, ocupándonos de la vida de piedad si es que de veras deseamos y esperamos estar eternamente en la compañía de Cristo: para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. (1 Pedro 4:2). Das armas a tu enemigo cuando te entregas a los deleites y glotonería. Estos son pasos para pecados múltiples.

Esto último implica el deshacerse en lo posible de las cosas de afuera y adentrarse en las de nuestro interior, porque es harto difícil que viendo cosas hermosas y que halaguen nuestro ego, podamos ya librarnos de ellas. Para ello se necesita estar ocupado en buenos trabajos. y en la presencia constante de Dios dentro de nosotros.

Es casi imposible que con los medios modernos de la tecnología, no se entre en donde no quiere Dios que deambulemos. Si ponemos nuestras almas por una sola vez en estas cosas, raro es que no volvamos una y otra vez sobre lo mismo. Delante de Dios, y a sabiendas de que estamos haciendo el mal.

Cuando esto pasa, sepamos que estamos haciéndolo delante del que todo lo ve, como decía el rey David cuando se arrepentía de su crimen con Betsabé y su esposo Hurías: Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. (Salmo 51:4).

La vida del hombre tiene por sí sola (salvo contadas excepciones), suficiente sufrimiento y dificultad para que encima, nosotros mismos nos hagamos objeto de amarguras no sobrevenidas. Solo hacer la voluntad de Dios. Para ello es “imprescindible, prescindir de lo prescindible”. Es un adecuado juego de palabras, y dice el apóstol Pablo: Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. (1 Timoteo 6:8).

Arden los deseos en la persona ociosa, que se abastece de abundantes vinos y manjares delicados, así como no priva a su cuerpo de los deleites que le pide. En la actualidad, se canta por todos los incrédulos, que no se prive al cuerpo de aquello que pida. Y naturalmente de ahí vienen los hombres ahítos de lo natural, y descendiendo cada vez más a lo más bajo y siniestro de diversión y sensualidad extrema.

Ya desbocados, caen en los más viles modos de perversión. Todo ello, por no haber evitado a tiempo los primeros placeres y abusos, hasta contra naturaleza. Dice la Escritura: Sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos; sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña está en sus manos. (Isaías 59:6). Toda esa mala obra, termina antes o después, cayendo sobre sus cabezas. Entonces llega la hora del llanto y el crujir de dientes, y la codicia de cosas que les permitan satisfacer los vicios y dependencias,  de las que ya no pueden librarse y que los angustian sin compasión ni tregua.

Nosotros sin embargo tenemos la palabra profética, y la guía del Espíritu Santo en casa y en la Iglesia, para hacer lo que se nos amonesta por el santo apóstol: Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. (Judas 1:20,21).