Imitar a Cristo

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Yo soy la luz del mundo; El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. 
Juan, 8:12.

El tratar de tomar caminos distintos de los que lisa y llanamente propone y asegura Jesús, es rodear por un atajo que no lleva a ninguna parte, si no es a la perdición. No hay más camino seguro que imitar a Jesús siguiendo sus pisadas, imitándole en todo, y asumiendo las consecuencias de tal decisión.

Jesús vino a socorrernos y a salvarnos, ante todo de nosotros mismos, de nuestras tendencias y de nuestros atavismos paganos. No solo vino para hacerlo a su pueblo judaico, sino a toda la humanidad.

Si Cristo sufrió por hombres malos, como somos nosotros ¿Cómo nos quejamos de que tenemos que sufrir las perfidias y defectos ajenos, cuando el rey del cielo sufrió la más negra incomprensión, y el más indecente y crudelísimo tormento, siendo inocentísimo varón.

Tenemos la obligación cristiana de comprender, y no de esparcir los defectos de nuestro prójimo, porque así cubrimos a Cristo mismo que no afrentó a la mujer adúltera flagrantemente sorprendida, y hasta bajó los ojos por no contemplar el espectáculo de aquella mujer aterrada y semidesnuda. No la zahirió, sino que la dejó ir a pesar de que la ley vigente (que él no negó) obligaba al apedreamiento y muerte de aquella pecadora.

El que devotamente se adapta a los requerimientos de Jesús, y no busca desmesuradamente manjares, honores, y reconocimiento mundano, a Cristo ofrece los mejores dones que el divino redentor aprecia. La humildad y el renunciamiento gozoso del que espera, por fe, una vida trascendente y gloriosa. El precio a pagar no tiene relevancia para el que con fe, aguarda una inigualable mejor vida y una inagotable gloria.

El que se retrae de ir tras las calabazas y melones de Egipto, que es el mundo con sus encantos y sus aberraciones, ese agrada a Cristo, y ha de disfrutar indeciblemente cuando en pleno compañerismo con él oiga decir a Cristo: “buen siervo eres, hermano mío: Entra en mi gozo.

Aquel que despreciando los bienes perecederos de este siglo malo, toma lo que le es necesario, y no más, y se enciende en santo anhelo y celo por su Señor, ese es el que disfrutará de los mayores bienes incontables y supremos. 

No puede haber (aunque algunos insistan) comunión con Dios, si no se renuncia a tantas cosas inútiles que apresan en sus falaces encantos y atracciones al hombre inconverso o indiferente. El cristiano se ha de concentrar en la piedad, que es la presencia de Dios en su persona, en su casa, su trabajo, su hablar, su hacer, etc.

Los judíos tienen en las puertas de sus casas la llamada mezuza, que es un pequeño recipiente conteniendo palabras de la Escritura. La tocan, la besan y se señalan la frente y el corazón. Nosotros los cristianos tenemos la ley suave y sustanciosa de Cristo en nuestra mente, en nuestras manos, y en nuestro corazón. Para que todo nuestro ser, sea continuamente dedicado a Dios de forma práctica y real, y no solamente en un gesto por muy hermoso que sea… 

El apóstol Pablo dice que fue predicho por el Espíritu Santo: Pondré mis leyes en sus corazones y en sus mentes las escribiré. Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Hebreos 10: 16-17.

Siendo esto así, como es en muchos cristianos fervientes ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación de apostasía, burla de la piedad, y tantos extravíos y dolores que aquejan a toda la humanidad? ¿Como es que en la comunidad cristiana no surge un avivamiento que desborde toda la basura intelectual, crítica, sesgada y tantos males como los cristianos toleran que se hagan a la Iglesia? ¿No quiere Dios concedernos unción o es que la menospreciamos?

Necesitamos una reacción, una unción del Espíritu, una disposición para estar a lo que nos pueda sobrevenir, y sobre todo una oración sincera, una disposición humilde y una esperanza en medio de las vicisitudes que nos rodean. Si hasta ahora, con los medios que se han puesto, no se ha conseguido gran cosa ¿por qué no probamos con lágrimas? Lagrimas de arrepentimiento, de compasión por los perdidos; lágrimas por nosotros que somos parte del estado en que se encuentra la iglesia de Dios, siendo objeto de mofa y ataques ciegos y crueles. 

Somos la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad. 1ª Timoteo 3:15. Eso dice San pablo que somos ¿o no? Vivamos nuestra fe, fiel y sinceramente, porque como dice el mismo San Pablo en otra ocasión. Hemos llegados a ser hechos espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. 1ª Corintios 4:9. Miremos cuidadosamente en nuestras conciencias y en nuestro corazón, y sepamos que espectáculo estamos dando a todos.