La Santa Alianza

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

a Jesús el Mediador del nuevo pacto,

y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel 

(Hebreos 12:24).

Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero;

y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.

(Hebreos 8:13).

Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto,

para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones

 que había bajo el primer pacto,

los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.

(Hebreos 9:15).

 

Hay siempre algo intrigante en la vida cristiana legítima y genuina. Es nuestra capacidad de olvido y de atención sobre las cosas de Dios. Es nuestra naturaleza humana, por otra parte muy bien dispuesta por el Creador, para que podamos soportar y dejar de lado experiencias amargas, y vivir el día, despojado de alegrías pasadas o de rencores viejos. Pero hay una cualidad de la que hemos sido provistos con generosidad y es la memoria espiritual.

Cuando tenemos la cataclísmica experiencia del Espíritu de Cristo en un encuentro verdadero con Él, ya no tenemos las mismas características que poseíamos, antes de conocerle profundamente en un encuentro crucial. Malas o buenas.

Ahora, sus palabras taladran nuestra alma y se adueñan, venturosamente, de lo que antes era propio del hombre natural. Algunos llaman conciencia a este fenómeno, como si la conciencia fuera algo etéreo, que flotase y saliese al paso de nuestra vida en contadas ocasiones.

Lo que verdaderamente sucede, por ser sucintos en la explicación, es que hemos tenido un cara a cara con Cristo, y de ahí en adelante Él ha tomado posesión de lo que nosotros gestionábamos de nuestro ser, por nuestra voluntad propia o por nuestro criterio propio. Hemos establecido un pacto, una alianza divina con el Padre Eterno, y es algo que comporta unas consecuencias devastadoras para el hombre natural, que ya no vuelve a ser el mismo.

Esa devastación se entiende en el que verdaderamente permanece en el Pacto como la muerte del viejo hombre y la naciente vida del nuevo que vive en y del Pacto con Dios. El pacto o alianza es el acuerdo que se establece entre dos seres que emprenden una vida conjunta, una vida en común. De tal modo que ya constituyen una unidad como dijo Jesús de sí mismo en esta relación de pacto o alianza: Yo y el Padre uno somos. (Juan 10:30). Esa es el verdadero carácter de la alianza. Ya no dos sino uno.

Dejémonos de teologías al uso, por que esta palabra resume vivamente el carácter de la unión. Antes del bendito encuentro, tú hacías lo que querías. Eras tu propio dueño (es un decir), y desde que conociste la virtud del Pacto ya puedes decir como Pablo apóstol: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

Pablo había aceptado en todos sus términos el Pacto con Cristo y siendo uno con él, su persona había desaparecido subsumida en la persona de Cristo. El Señor hablaba por su boca, viajaba por él, y sufría con él. El hacía, ni más ni menos, que imitar a Cristo en relación con el Padre eterno: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. (Juan 17:24).

Pablo sabía a quien había creído. Por ello, no había en sus palabras nada de duda o vacilación. Él sabía. Jesús sabía, porque tenía la mente de Dios y conocía a la perfección su misión, y en quien vivía desde antes de la fundación del mundo. No era un deseo o una suposición, como tantas veces nos asalta a nosotros para desorientarnos. Era perfecta fe. Esta les daba un discernimiento espiritual, que era puro y llano conocimiento.

Por eso, Jesús dice a los suyos en la celebración de la cena de Pascua: porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. (Mateo 26:27-29). La Pascua, que conmemoraba la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud egipcia, ya estaba superada, y sustituida por el pan de la unión y el vino de la participación.  

La nueva Pascua quedaba establecida, sobre la base de la sangre de Jesús. Ya, el ángel destruidor de la Pascua en Egipto, no tenía poder sobre el pecado. Todos los que ante sí ponen la sangre de Jesucristo, está libres de la esclavitud del pecado para siempre.

Ese es el nuevo pacto en su sangre. Una Alianza, nueva y eterna, queda establecida entre Dios y los hombres que se adhieren a ella. Una alianza ofrecida sobre la base se un sacrificio, no de animales, sino con la preciosa del cordero: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (1ª Pedro 1: 18,19).

Bien; tras de estas consideraciones hay una realidad tremendamente trascendente. Como nos tomemos este asunto depende mucho de nuestra salvación, y todo lo que esta lleva aparejado. No abogamos por un ascetismo a lo cátaro y o espiritualista, que tiene más de soberbia que de piedad auténtica. Queremos resaltar la parte que ha puesto Dios, en su pacto o Alianza con nosotros, los que le amamos y obedecemos, (las flaquezas las tratará Él con su misericordia y su justicia).

Volviendo a lo principal. Si la sangre de los animales purificaba; ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9: 13,15).

Somos pues, todos los que creemos y confesamos a Dios, portadores de un ministerio: el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. (2ª Corintios 3:6). Es por ello que se nos dice: Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas. (Josué 1:9). Y esto no se le dice solo a Josué. Era verdaderamente importante la tarea de Josué. La nuestra no lo es menos.

Y ya en el Pacto, esperemos si aun somos bisoños y no estamos sumergidos totalmente en el bautismo de Dios, el cumplimiento de la alianza que hemos aceptado, y de la que Dios nunca se echará atrás: Este es el pacto que haré con ellos; Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré.

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

Y ya en el Camino de Vida, no fluctuemos ni descuidemos, porque también se dice  en la colosal carta a los hebreos, a la que dejo hablar por si sola, que lo hace mucho mejor que yo: ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. !!Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!

Así pues, con paz, confianza, y alegría, vayamos tras de nuestro Señor, firmes en nuestra alianza con Él, sabiendo que de nuestra vida terrenal, brotará algo tan sublime e inefable, que solo Dios conoce. Nosotros solo podemos imaginarlo: Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Carta a los Hebreos)