Apropiación indebida

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

¿Será el hombre más justo que Dios?
   
¿Será el varón más limpio que el que lo hizo?

    He aquí, en sus siervos no confía,
    Y notó necedad en sus ángeles;

(Job 4:17,18.).

Sobrellevad los unos las cargas de los otros,

y cumplid así la ley de Cristo.

   Porque el que se cree ser algo, no siendo nada,

a sí mismo se engaña.

   Así que, cada uno someta a prueba su propia obra,

y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo,

y no en otro;

porque cada uno llevará su propia carga.

(Gálatas 6:2 al 5).

El conocimiento envanece, pero el amor edifica.

   Y si alguno se imagina que sabe algo,

aún no sabe nada como debe saberlo.

Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él.

(1ª Corintios 8: 1,2,3).

 

Somos arrogantes y necios cuando ponemos los ojos en los defectos del prójimo y no en los nuestros propios que bien conocemos si queremos ir a la verdad. El prójimo puede tener virtudes extraordinarias que te niegas a ver, porque te fijas obsesivamente en el defecto, o defectos que tú quieres atribuirle, la mayor parte de las veces por envidia, y por pecaminoso exceso de celo. Así pretendes arrebatar a Dios el derecho a juzgar, que a Él únicamente pertenece.

Por que tienes por grande el bien que tienes, y miras solo en los defectos de los hermanos, eres necio y presumido, jactándote de ti mismo. Lo mismo hacía el fariseo cuando se ensalzaba a sí mismo despreciando al penitente publicano que al final fue más justificado que él, que tanto hablaba de lo bueno que era y lo malo que era el otro. (Lucas 18: 9 al 14).

Esto dijo Jesús expresamente de algunos que se exaltaban a sí mismos. Las bondades del fariseo como las nuestras son otros los que tienen que apreciarlas y no nosotros mismos. Tú ten cuenta de tus flaquezas para vencerlas y deja la opinión para otros y en última instancia para Dios mismo.

Moisés cuando regresaba del monte tenía el rostro iluminado y todos los que allí estaban lo pudieron ver menos el mismo. Son los otros los que verán tus virtudes y acciones buenas, tu no tienes que detenerte para verlas y contemplarte santo y perfecto.

Conociéndonos, solo podemos fiar de la misericordia de Dios, y de la sangre de Jesucristo y no de nuestras aparentes bondades y merecimientos. Nada nos perjudica tanto como la contemplación viciosa de nuestras bondades que nos hacen olvidar nuestras graves faltas y nuestros pervertidos pensamientos. Y si tenemos muchos bienes espirituales solo debemos preguntarnos avergonzados: Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1ª Corintios 4:7).

Gran necedad es vanagloriarnos de algo, que en realidad no es bien pues está plenamente contaminado de vanidad y menosprecio a los demás. ¿Dónde está pues la bondad que predicas de ti mismo, si la vanagloria la convierte en pecado punible?

¡Cuantos fuertes según su propia apreciación fueron derribados, y cuantos pobrecitos desdichados, encontraron salvación y consolación en su humildad, y en el reconocimiento y confesión de sus pecados y flaquezas!

La persona mansa y pacífica, que ama y que comprende, es la que acumula merecimientos de parte de Dios. No el boato y la exhibición indecente de méritos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. (1ª Pedro 3:3 y 4). Esa persona de Dios atrae, sin hacer nada, a todos. En cambio el engreído, a todos produce rechazo y alejamiento.

Loco resulta el que de el bien de su Señor se engríe y desprecia a los demás por considerarlos inferiores. No es sabio que hagas esta afrenta a los demás hermanos, porque no sabes si eres o no acepto a Dios y, desde luego, con esas actitudes es dudoso que merezcas su beneplácito.

¿Cuantas veces nos hemos dirigido a personas con título de cristianos; con méritos indudables, pero hemos tenido respuestas agresivas e inaceptables, de los que  sí mismo se exhiben como cristianos? Al tratar de explicar, se han producido con violencia verbal. En cambio ellos, esperan de los demás que se muestren receptivos de sus más o menos acertada, comunicaciones.

Tampoco la erudición en la Escrituras hace del hombre santo, ni superior a otros menos dotados. Dios no ve la estatura ni las habilidades sino el corazón del hombre: porque Yahvé no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahvé mira el corazón.  (1º Samuel 16:7).

¿De que sirve repetir versículos para cualquier debate, versículos que todos conocen o deben conocer, como si los demás fueran ignaros, y ellos hubieran descubierto de pronto, los misterios y arcanos de las Escrituras y los Santos hombres de Dios. La mejor y acertada demostración de erudición y sabiduría espiritual, es el cumplimiento alegre de las instrucciones de Dios, para prevenirnos de los males el mundo dominado por el enemigo, y donde nos encontramos en terreno hostil. La solidaridad, la comprensión, el compañerismo, el amor en suma, es el arma infalible y no los, muchas veces, manipulados versículos a conveniencia, aislados, y casi siempre fuera de contexto.

La ciencia sin el temor de Dios ensoberbece al que la muestra, y escandaliza a los hermanos. La verdadera ciencia, es conocerse el hombre a sí mismo. Si es cierto que se conoce, darse cuenta de lo falible y débil que es, y espera y confía en el Espíritu Santo, que de Cristo trae las mayores bendiciones sobre sagaces y torpes.

Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.

Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. (1ª Corintios 1:25 al 31).

Gloriémonos pues en el Señor y dejémonos de méritos nuestros. Estos ya los calibrará y retribuirá el Señor de todo y de todos.