Cuatro pasos

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad

setenta veces siete lo será. (Génesis 4:24)

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. (Mateo 5:43)

Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente;

según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él.

(Levítico 24:19,20)

Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis.

(Santiago 2:8)

Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad,

no esperando de ello nada;

y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo;

porque él es benigno para con los ingratos y malos.

(Lucas 6:35)

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,

 así también haced vosotros con ellos;

porque esto es la ley y los profetas.

(Mateo 7:12)

Se dice que el Código de Hammurabi, es el primer conjunto de leyes de la historia. En él Hammurabi enumera las leyes que ha recibido del dios Marduk, para fomentar el bienestar entre las gentes. El Génesis comienza con la libertad del hombre para gobernarse a sí mismo, pero este, ya corrompido, actúa con venganza y saña contra las ofensas que cree recibir.

Hay que vengar a Lamec y sus descendientes, con setenta veces la ofensa recibida. Fácil es deducir y comprobar que este salvaje proceder era resultado de la caída de Adán, en la que el hombre se vio enfrentado con la naturaleza y sus propios congéneres, por lo que en una situación de paranoia extrema, avisaba de lo que habría de hacerse durante los siglos venideros.

Era una expiación terrible, lo que se exigía por parte del hombre perdido dejado a sus instintos y sus miedos. La ley de Moisés acabó con esta forma de pensamiento y actuación, y recogió para el pueblo elegido otras mucho más clementes y detalladas. Ya era un avance humano y, a pesar del rigor de la Ley, aquello se convertía en un más justo juicio, como se puede ver en el libro sagrado.

“Ojo por ojo”, era una ley todavía cruel, pero tenía un entroncamiento con la situación del pueblo de Israel, para que fuera ejemplo y estímulo de los pueblos de alrededor, a que aceptaran una ley más clemente y suave. Es por eso que se dice en la Escritura: En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera. (Jeremías 10:29,30).

Es pues un enorme avance en el tratamiento del prójimo, por duro que sea aceptar una igual retribución al delito, cosa que aun hoy, cuesta comprender. No es fácil aceptar que, por un daño permanente, el castigo sea proporcionado, ya que la víctima ha sido ultrajada por el delito, y siempre se desea más castigo que el mal infligido.

Un avance más es la filosofía contenida en el “no harás daño al prójimo”. En esta forma de ver la relación entre humanos, ya se deja ver que en ningún modo hemos de intentar dañar al prójimo. En otro lugar se dice claramente que: En ninguna manera hagas el mal.  Y se reconviene al que haciendo caso omiso de esta admonición, perpetra la maldad (Isaías 56:2).

Isaías, emite desesperadamente la palabra de Dios, cuando dirigiéndose a los insensatos que, dormidos en su prosperidad, despreciaban la Ley de Dios y hasta la ultrajaban con métodos rabínicos: Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;  aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.

Venid luego, dice Yahvé, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.

Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Yahvé lo ha dicho. Isaías 1:19 y ss.).

La palabra de Dios siempre se dirige a buscar el mayor bien de los hombres. No es una ley hecha para fastidiar a los humanos, sino un llamado profético para lograr que el hombre perdido en sus pensamientos, se allegue a la ley que hará su vida más llevadera y segura.

Y el Divino Maestro, dice claramente en sus conversaciones con sus discípulos y apóstoles: Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. Así de claro; amar al prójimo como a nosotros mismos es la Ley, y es todo lo que hablan los profetas. Esta reducida admonición, es crucial para el entendimiento del ministerio de Cristo, y la labor del Paráclito. El que quiere seguir a Cristo, tiene que hacer cálculos sobre el “berenjenal” en que se tiene que meter.

Los hombres somos todos malos en nuestra naturaleza caída. Solo mediante la sangre de Cristo obtenemos salvación. Es por eso que el apóstol Pablo, iluminando para nosotros  las palabras, y extendiéndose algo más para abarcar lo que significa la obra de Cristo, dice para nuestro consuelo y alegría: Mas por él (el Padre) estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios, sabiduría, justificación, santificación y redención; (1ª Corintios 1:30)

La entrada en el Reino de Cristo comporta todas esas, y más maravillas para nosotros. No es solamente una salvación del pozo negro del pecado. Es que Cristo nos salva, nos da la sabiduría espiritual, y nos redime del pecado de tal forma que nos dejemos conducir por el Espíritu Santo, para que su vida sea nuestra vida, y sus pensamientos y poder reposen en nosotros.

Para llegar a esta privilegiada situación, hay que seguir los pasos de Él que siempre fue manso cordero. En este mundo, o somos lobos o somos mansos corderos. De ninguna manera podemos esperar que sin mansedumbre, que no quiere decir poses ovejunas, podamos seguir al manso cordero de Dios. O somos o no somos. O estamos con él o contra Él. No hay más alternativas, porque no se ofrecen más. Esto es lo que hay, y lo tomamos o lo dejamos.

Que caemos es bien obvio, pero siempre reconoceremos nuestra debilidad, porque no es preciso que caigamos. Dios permite que los hijos tengan tropiezos, porque es meritorio sufrirlos. Como se dice en otro lugar de la Escritura: ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?  (1ª Corintios 6:3).

¿Cómo es eso de que tenemos que juzgar  a los ángeles nosotros, hombres falibles, y de naturaleza que persiste en el hombre viejo, y que acecha para derribarnos a su filosofía y vida? Nos dice ¿no sabéis? No nos dice ¿no suponéis? Esto nos señala claramente la dignidad de nuestra vocación y las tribulaciones y desdenes, que hemos de sufrir si queremos ser discípulos.

Terminemos con una meditación de la frase de Jesús: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.

Ya sabemos a que atenernos, y no debemos engañarnos. Esta es la promesa, y la vía para obtenerla. Yo soy el camino, la verdad y la vida.; nadie va al padre sino por mí.

Pues eso.