Locura cristiana

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden;

pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.

Pues está escrito:
    Destruiré la sabiduría de los sabios,
    Y desecharé el entendimiento de los entendidos.

   ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba?

¿Dónde está el disputador de este siglo?

¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?

     Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes

por la locura de la predicación.

(1ª Corintios 18 al 21.)

 

De locura estamos siempre oyendo por los periódicos y todos los medios de comunicación La locura del mundo, que hace tanto el vicio de los ricos y su perdición eterna, como la pobreza de otros. Hay un dicho en mi tierra, que dice que la humanidad se compone básicamente de dos partes. “Los que roban, y los que no podemos robar”. De ser eso cierto como suele ser en la sabiduría popular, que constata las experiencias y dicta su sentencia, estamos todos metidos en un buen lío.

¿Cuántas veces hemos robado la paz, las ilusiones, las esperanzas, y tantas cosas que no son solamente dinero o bienes materiales? Todos, o casi todos, somos reos de este pecado por no andar entre los hombres como mandó Jesús. ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar en la frase referida a Cristo? pasó haciendo el bien. ¿Y es eso lo que nosotros hemos hecho o hacemos?

La locura del mundo se expresa en las guerras, en las discriminaciones por religión o en el racismo, y cualquiera de las lacras que tan vivamente denostó nuestro divino redentor.

Pero la locura de la predicación es algo completamente distinto, como dice La Escritura: Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu.

Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.

A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. (Carta del apóstol Judas 17 al 23).

Esta bendita locura de la predicación, contra viento y marea, es la que ha revolucionado el mundo para bien. Es el cristianismo genuino, que ha hecho venir los tan cacareados derechos humanos, en un remedo de la fe cristiana, y que aun así trae tanta libertad y solidaridad, o por lo menos reconoce a medias, la grandeza e importancia del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios.

Porque ¿no es locura creer que un judío de entre judíos, que recibió suplicio de cruz, es nuestro Dios, hijo del Dios Creador y consustancial con el Padre, que todo lo hizo para Él y por medio de Él? ¿No es locura procurar el bien de los demás? ¿No es locura ayudar al necesitado si nosotros tenemos abundancia? ¿No es locura creer en otra vida, cuando vemos que solo hay tierra para nuestros cuerpos cuando nos atrape la muerte? ¿No es locura que nos privemos de las ventajas que nos pueda proporcionar la mentira, o la satisfacción que nos dé la venganza?

Esa bendita locura ha hecho crecer todas las flores de la humanidad, todos los bienes, y la confianza en un futuro prolongado por una eternidad. Esa locura ha hecho de las naciones cristianas, naciones libres y prósperas, con solo usar una cubierta delgada de cristianismo.

Esa locura ha hecho la felicidad de tantos como estaban sujetos en las garras del vicio y de la desdicha, y los ha vuelto con la predicación en personas que conocen las limitaciones de los demás, y ha ampliado la comprensión de todos los que, sin saberlo, han bebido de las fuentes cristianas, para construir los libros que se llaman de autoayuda. Estos no son sino unas variantes maquilladas de la doctrina cristiana, adaptada a los tiempos que corren de incredulidad y de inconsciente locura colectiva.

Cuando las cosas se ponen o se pongan mal ¿Dónde estarán los sabios y conocedores de todos los resortes de la vida? Nadie crea que las gentes y menos aun los “sabios” de este siglo, van a solucionar los males que nos acechan. El mal nos alcanzará a todos y la merecida condenación no se tardará: No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.

Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6: 7 al 10).

La bendita predicación en todo el mundo, delimitará la responsabilidad, que es mucho mayor en el que conociendo las cosas correctamente, se deja llevar por la carne desoyendo las repetidas llamadas del Señor al que menosprecia y abandona. Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. (2ª Pedro 2:17).

Nosotros pues, recomencemos ¡ahora! nuestra vida cristiana despojándonos de una vez de tantas proclamas, que solo conducen a las dudas y a la angustia vital. Traigamos nuestros pensamientos a Cristo continuamente, y dejemos que el mundo nos llame locos, porque nuestra locura nos lleva a la más perfecta paz y al compañerismo con Cristo, que para nosotros, los que le amamos, tiene preparada morada junto al Padre eterno.

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (Apocalipsis 21:4).

¿No es una maravilla?