Cerca de ti esta la Palabra

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo);

    7 o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón.

Esta es la palabra de fe que predicamos:

que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,

y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia,

pero con la boca se confiesa para salvación.

   Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere,

 no será avergonzado.

Porque no hay diferencia entre judío y griego,

pues el mismo que es Señor de todos, es rico

para con todos los que le invocan;

porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

   ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?

¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?

¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?

Como está escrito ¡Cuán hermosos son los pies

de los que anuncian la paz,

de los que anuncian buenas nuevas!

(Romanos 10:7 y ss)

 

¿Cuantas dificultades ha traído sobre la Iglesia Cristiana la interpretación ignorante y a veces torticera de estos versículos bíblicos! No hay mejor cosa para agradar a la persona perdida que ofrecerle un portillo por donde burlando la voluntad de Dios pueda escaparse del castigo y entrar ¿Dónde? 

Y este texto tan consolador nos trae a la memoria al calvinismo así como a los arminianos que creen, con toda seguridad, que su entrada en el Padre está garantizada por sus obras, las cuales conocemos que no son ni puras ni a veces buenas, sino productoras de una hipocresía, algunas veces notablemente explícita. 

La sangre de Jesucristo nos libra de todo pecado en arrepentimiento (que no es remordimiento como muchos creen erróneamente) y como se dice en otro lugar sus obras los acompañan. (Apocalipsis 14:13) Este último versículo expresa para el que quiera saber correctamente lo que dice es que la salvación comprende el acompañamiento de las obras para merecer galardón pero no son salvación por si mismas. 

Toda obra lleva implícita un componente de lo que la Biblia llama carne (Sark, en griego), o sea, algo de nuestra petulancia o de nuestros intereses humanos. Es normal desde la caída, y nadie debe tenerse por peor que otro por que note en sí esta dicotomía entre carne y espíritu. Es consustancial hasta en los mejores santos, y es la causa por la que Cristo murió. Todos pecadores o santos, somos genéricamente “pecadores perdidos, y por todos murió Cristo siendo por el rescatados los que en Él pusieron su fe. Somos pecadores, y no solo porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores. 

Así pues, hay salvación en Cristo Jesús. Desechemos las estrechas miras de los que conciben a Dios Padre como un ente monstruoso que está dispuesto a no dejar pasar una, para castigarnos cruelmente. Miremos a nuestro Padre Celestial, como lo que es. Un padre Creador y sostenedor de todo que nos da vida aliento y todas las cosas.  

¿Qué de la salud, qué de nuestras piernas por las que podemos movernos, los brazos, la vista, etc.?  ¿Hacemos conscientemente la digestión, u ordenamos al páncreas que actúe? Nada de eso. Todo nuestro organismo, ha sido programado para que actúe solo. Se nos ha dado inteligencia para saber que nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido. (1ª Corintios 2:12)

¿Qué creemos que quiere decir la Escritura cuando habla de esta tremenda manera, como en otro lugar pregunta Pablo de forma imperativa y con algo de reproche a los fieles de Corinto: ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida? (1ª Corintios 6:3)

Misterio gozoso y maravilloso y cosas en las cuales  anhelan mirar los ángeles. (1ª Pedro 1:12). Si escuchamos estas palabras no como el que oye llover y no se moja, nos parecerán lindas y dignas de escucharse, pero esto no es para lo que escribía el santo apóstol. Él no decía estas cosas para impresionar al “distinguido público”. El administraba un gigantesco misterio y así lo hemos de recibir los que somos de Cristo. 

Y anticipando mis disculpas, tengo que decir que muchos de nosotros somos como tontos de capirote, cuando al leer o escuchar estas palabras, fieles y verdaderas, no nos estremecemos y temblamos como hojas al viento. Porque no se han dicho estas cosas para que nos congratulemos con ellas, o nos sirvan de diversión o exhibición de erudición, sino para que las interioricemos y andemos como dice la Escritura tan imperativa y sabiamente: Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. 

Invoquemos pues, seria y trascendentalmente, con fe firme, sin fluctuación, el nombre del Señor Jesús para todos nuestros pensamientos, actos y palabras. y no solo lo pronunciemos. Él es, el Señor de todo. Si lo sentimos así y lo invocamos en la desgracia o en la prosperidad, todo saldrá bien y tenemos la gloria eterna que Él, que no miente, nos ha prometido.