Un hombre que sufre

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

¡Ay mi querido Felix: Tanto como he rogado por los dos, y el Señor ha elegido otros caminos. Él sabe y el oye a los que en angustia claman a Él.

Felix, las palabras muchas veces molestan más que animan, cuando se está en la terrible situación en que tú te encuentras, y que sé, porque siempre hemos andado los dos en sintonía de almas.

Ahora la garra del infortunio se está cebando en ti. Mi corazón se duele de tu dolor, que comprendo a la perfección. ¿Qué podemos hacer? Nada. Somos impotentes para suministrar solución o para suprimir el sufrimiento por nuestras propias fuerzas.

El sufrimiento a veces purifica cuando se sabe que, como dice la Escritura: Por la misericordia de Dios no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Dios, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Dios a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud.

Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; Ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; Dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas. Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres. (Lamentaciones 3:22 y ss.).

No hay, querido Felix, nada que la Escritura no sepa y no trate. Cada situación está impresa en ella. Tal vez sea esta la cuerda de Dios para atraerte. Tómala y no caigas en el desánimo, ni la excesiva amargura. No te compadezcas de ti mismo, sino entiende lo que dice la Escritura, que es el más perfecto tratado sobre las angustias que padecemos todos: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. (2ª Corintios 1:3 y ss.).

Esto lo decía el apóstol perseguido, vilipendiado y al que se negaba el derecho a llevar a una hermana por mujer. Apedreado y calumniado por los que iban a aprovecharse de sus trabajos, siempre daba gracias a Dios porque sabía que todo lo que le pasaba era voluntad de Dios, y formaba parte de su propósito para él. Nunca desfalleció a pesar de los desengaños que padeció, y aun de su propio temperamento de rabino que le quedaba.

Y a pesar de los pesares supo decir valientemente: Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. (2ª Corintios 4:17). “Leve tribulación”, decía él de sus padecimientos por la verdad. Y eso nos concierne a todos, para que en medio del huracán de la tribulación, encontremos en Cristo el remanso donde descansar.

La adicción causa estos estragos y seguirá haciéndolo por que nos negamos a seguir el camino recto, que es el que sin fallo nos lleva a la paz y a la felicidad. Ese creo que es tu buen camino.

Creo que es momento de lamerse las heridas, ponerse en manos de Dios que solo quiere nuestra paz y nuestra alegría, y dejar en sus manos todo, con confianza. No hay cosa que más le agrade, que el que sus criaturas se entreguen en sus robustos, pero acogedores brazos. Donde haya una palma abierta suplicando en la angustia, allí se precipita con todo su amor a llenar ese vacío que queda después de un desgarro de la magnitud del que tú sufres.

Sé que es fácil dar buenos dictámenes, como los amigos de Job cuando el alma de otro sangra, pero yo no tengo más venda, ni más bálsamo que darte, sino el encomendarte a Cristo Jesús, para que te atraiga y tú, valientemente te entregues a Él. A mí, ya sabes que me tienes por Él.

Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. (Hechos 14:22). El mundo y sus atractivos nos traiciona de una u otra forma. Cristo nunca deja a nadie en la estacada. Que se haga la voluntad de Dios en ti y en mí. Que podamos sobrellevar estas “leves tribulaciones” para que tengamos seguridad y serena emoción en nuestras vidas, que serán sin duda felices y pacíficas.

Y la paz de Dios te llene como es su deseo.