Violencia espiritual.

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan….

Mas ¿a qué compararé esta generación?

Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas,

y dan voces a sus compañeros, diciendo:

 Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.

(Mateo 11:11-17).

Dice Jesús que el reino de los Cielos padece fuerza. De una u otra manera el mundo nos hace guerra. Con razón dice Job que la vida es milicia. Si estamos acantonados en el campamento de Cristo, padeceremos ataques escasez de vicios, solemnidades falsas, de grandezas mundanas, etc. por que el  mundo, como enemigo nuestro, nos lleva a una continua batalla de lucha sin treguas.

Por lo que es necesario, una continua vigilancia sobre las torres de alerta, y hacer verdad aquello que Cristo nos encargó, por que conocía la índole de lo que esperaba al cristiano en esta tierra, y animaba por lo que podía esperar posteriormente en su compañía.

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Marcos 14:38)

Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; (1 Pedro 5:8). Agrega en el mismo tono San Pablo a todos. El enemigo es astuto y fuerte. Aprovecha cualquier descuido, cualquier portillo, para introducirse por allí.

A la verdad es duro ejercicio mantener la vigilancia, pero liviano si se tiene cuenta con la vida eterna. No podemos descansar ni descuidar momento alguno, pues ese es el que aprovecha el enemigo de Dios para introducirse en el recinto del  cristiano.

Muchos son los que empiezan y pocos los que acaban esta faena de vigilancia y sobriedad. ¡Hay tantas tentaciones y trampas armadas por el diablo! El apóstol dice que o servimos a la carne o nos sometemos al Espíritu Santo. No hay nada más que esas dos opciones o direcciones. Quien dice otra cosa engaña.

O nos vamos decididamente con la carne, con el orgullo, o fluctuamos en las adversidades, etc. Pocos son los que buscan en todo a Dios, y en todo le tienen en cuenta. Por eso la oración de muchos es solo verborrea o retórica, pronunciando palabras que el Señor tiene más que conocidas. Él sabe bien lo que necesitamos y el maestro lo repitió continuamente. En todo momento Dios nos invita a confiar en Él: Encomienda a Yahvé tu camino, Y confía en él; y él hará. (Salmo 37:5). Andemos pues el camino de Dios y confiemos totalmente en Él. Nunca seremos defraudados.

El motivo de nuestros fracasos es que queremos estar entre dos señores, y dijo Jesús que no se puede servir a dos señores a la vez, pues se menospreciará a uno y se honrará a otro.

La  perfección, en el hombre, es muy raro que se dé. Estamos siempre enredados en cosas que nos parecen muy legítimas y sin duda serán, pero como dijo Jesús a Marta: en muchas cosas estás empeñada. María escogió la mejor parte. ¿Cual fue la mejor parte? Estar a los pies del maestro y escuchar, ávidamente, todo lo que salía de su boca. Es por eso que Jesús dijo que no solo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.  (Mateo 4:4.).

Vivamos nosotros también no solo de pan que es necesario, sino de las palabras de Dios. Alimentémonos con ellas, y ellas nos darán apertura amplia para satisfacer necesidades. ¿Qué otra cosa, sino la ambición, la crueldad, el desprecio por los demás, que son pecados horrendos, produce esa horrorosa desigualdad y escasez en unos lugares y personas, mientras se gastan ingentes cantidades de dinero en grandezas y desperdicios mundanos, que no llevan a ninguna parte sino a la ruina.

El que es de Dios las cosas de Dios hace.

Hagamos las cosas de Dios, y todo nos irá muchísimo mejor. Usemos la violencia contra nuestras propias malas inclinaciones, y arrebataremos dignamente el Cielo. Dijo Jesús que solo los violentos arrebatan el reino y es así.

Solamente haciendo violencia a nuestras vanas y perniciosas inclinaciones, es como seremos triunfadores, y dignos de estar de pie ante el trono de Dios. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21).

El que no se esfuerza en ser virtuoso, no sabrá nunca de las dulzuras del bien. La obediencia trae el bien para todos, el entendimiento entre los hombres y la piedad y la bondad de Dios derramada por el bueno. El vicio es puro mal, es deshonra que ahora ya ni se esconde, y vicia el paladar para que no reconozca las dulzuras del bien.

El que calla no hará ofensa, y se aleja cada vez más de la mentira; el que se separa de vanidades y mentideros y se abstiene de conversar con lo que no conviene, ese fácilmente puede dar de lado a lo malo, y tiene el camino abierto hacia la piedad y el Cielo.

El que se aparta de los pequeños vicios, está capacitado para apartarse de los grandes. El que no oye cosas malas ni se huelga en vanidades, más fácilmente las evita y no se cura de pensar en semejantes perversiones.

Ahora muchos se llevan las manos a la cabeza, porque ven el derrumbe galopante de la juventud, que no tiene ya barreras y que se adueña de la filosofía de vida de las gentes. Quién sino nosotros somos responsables con nuestra infidelidad continua y nuestra tibieza, cuando no frialdad, de que las cosas vayan así.

Ayer mismo, antes de empezar este escrito, pasé por un templo donde se celebraba una misa vespertina. Me acongojé por que ninguno de los asistentes tenía menos de sesenta años como poco. Por esto dije: Dejadme, lloraré amargamente; no os afanéis por consolarme de la destrucción de la hija de mi pueblo. (Isaías 22:4)

¿Quién sino nosotros, hace que la praxis del cristianismo se reduzca a ritualismos, sin que en la calle se note que hay gente que no solo no se avergüence, sino que se enorgullezca de seguir a Cristo y lo demuestre en su casa y en la calle? ¿Quien denuncia estas lacras que nos están gangrenando día a día? 

¿Cuándo vamos a decir, claramente y en alta voz (como los profetas de Dios), que nosotros no queremos vivir como el mundo, en donde hierven las tentaciones, las adversidades, que nosotros (todos somos responsables), hemos introducido con nuestro amor propio, y nuestro desprecio de las ordenanzas del Señor?  

Acudamos al Espíritu como consolador, de una vez por todas, como Cristo demanda tierna y continuamente, y dejemos que nos revele las dulzuras del bien para toda una eternidad. Por una vez hermanos todos, en el seguimiento del Señor Jesús  ¡SEAMOS CONSECUENTES!