Sentir y Hacer

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.

Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria;

María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

(Lucas 10:40,42)

La causa del penar que te da la gente a veces es porque quieres su alabanza, y cuando no la recibes o por el contrario lo que hacen es murmurar de ti, es por que pretendes contentarlos. Nos pasa a todos, sin duda, en demasiadas ocasiones. Unos más, otros menos, estamos a veces más pendientes de la opinión de los hombres que de la opinión de Dios.  

Tener contentos a todos es imposible, pero sin embargo nosotros nos empeñamos en conseguir la aprobación y la amistad de las gentes, sean estas cristianas o no, por todos los medios. Hay gente que aun siendo mala, pero importante, es respetada y alabada por nosotros, por causa de su influencia y poder para beneficiarnos. Mal camino y estado de miseria espiritual. Así ha dicho Yahvé: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Yahvé. (Jeremías 17:5) 

Si hiciéramos los  mismos esfuerzos en agradar y hacer la voluntad de Dios, que en contentar a los hombres, cuan distinta sería la cristiandad toda, aun admitiendo errores, y malas interpretaciones de algunos misterios. Nunca tuvo la iglesia paz en el mundo a causa de las herejías, pero había un interés inmenso por que la doctrina y la alabanza a Dios fuera la prioridad absoluta en todos. Los errores eran errores, sin más paliativos, pero al menos todos parecían buscar la verdad. 

Esta barahúnda de celosas interpretaciones, dio lugar a las doctrinas discutidas y puestas en orden, desde Pablo a los que le siguieron en aquella labor. Todo se basaba en una persona; Cristo. Como ahora sigue siendo la verdad. No tengamos otra trayectoria que la de agradar a Dios, y tengamos en nada la opinión de los hombres, generalmente contrarias a la recta conducta delante de Dios, y a la persona de su hijo amado Jesús.. 

El que se consagra de veras a realizar en sí mismo la voluntad de Dios, que bien conocemos todos, si queremos, hace poco caso de lo que digan los demás. Así vivirás pacífico y contento. Con toda paz y con la conciencia tranquila. Por que la limpieza de conciencia, es la que nos proporciona la consolación perfecta, ya que de otro modo siempre vivimos en un mar de dudas, de temores y de miedo al juicio.  

Si confesamos a Cristo y no curamos del decir de las gentes (como a veces hacemos ahora), entraremos de lleno en lo que dice la Escritura sobre estas razones expuestas: Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.  

Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. (1ª Juan 4:17). 

Es cierto, porque Él nunca miró si lo que decía agradaba o enfurecía a los malos… y a los buenos a veces. Nosotros como dice el versículo mencionado, somos como él en este mundo o deberíamos serlo. Hacer la voluntad del Padre Celestial, y andar en medio de las gentes, depositando la verdad de Dios en cada palabra, obra, o respuesta, por muy sesgada y artera que nos parezca.  

El que busque verdadero y constante amor ha de buscarlo en Dios. Él es la raíz de todo amor, y el que da autenticidad a este. No hay amor verdadero, si no tiene su raíz en Dios. Podrá haber atracción humana y hasta constante devoción de unas personas por otras, pero el amor verdadero, (ese que da su vida por sus amigos) solo lo tiene y administra Cristo, que lo  entrega incondicionalmente a los suyos. (Juan 15:13).

Después podemos hablar de obras y de todo concepto teológico. Se empieza en el amor de Cristo y se sigue por lo demás. Es lícito discutir (no disputar) hasta dar con el acuerdo correcto, siempre que partamos de Cristo y de sus palabras. 

Nadie, que yo sepa (aunque sé poco), y haya escrito sobre estos asuntos del amor divino, ha dicho que seguir los pasos del maestro sea cosa trivial ni fácil, pero cuando se está en la onda del Espíritu resulta muy liviana tarea, por que está basada en la seguridad del agrado de Dios, en el seguimiento de la dirección de Cristo, y la absoluta seguridad de salvación. 

No es cosa de discutir con los polemistas lo que es o no es amor, o cualquier otro sucedáneo. Es simplemente entender que solo mediante la renuncia a los deseos carnales y a la alabanza de los hombres, es como se torna liviana la tarea de agradar al Señor, si eso es lo que nos hemos propuesto en la vida: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1ª Tesalonicenses 5:23).

Si hay fe (y no olvidemos que es don que Dios da a quien quiere y cuando y como quiere) la podemos fortalecer y “obligar” a nuestro Padre a que con su amor y nuestra constante oración tal como dijo Jesús, nos dote de más y más para que podamos llevar con entereza y valentía el estandarte de su amor. Y así dice la Escritura: Sobre tus muros, ¡oh Jerusalén!, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Yahvé, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra. (Isaías 62).

Cada uno de nosotros somos (como lo es la Iglesia) una nueva Jerusalén. No demos tregua al Señor en oración y conducta. No temamos importunarle. A Él le encanta que le pidamos y le tengamos dentro de nuestro corazón.Nuestro gozo debe ser poner todo nuestro cuidado en agradar al Señor por que Él tiene cuidado de nosotros. (1ª Pedro 5:6,7). Todo nuestro celo sea agradar a Dios y tenerle contento de nuestro amor, demostrado en realizar su santa voluntad. La vida eterna es algo tan trascendente, que es lamentable la ligereza con que hablamos y tratamos este evento o situación para los salvos. 

No pongamos (como hacemos muchas veces) nuestra vida en las alabanzas humanas, ni en los logros conseguidos en la que a veces llamamos obra de Dios, y no es sino la satisfacción de nuestras inclinaciones personales, por buenas que estas sean.