Opiniones de los hombres

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios?

¿O trato de agradar a los hombres?

Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.

(Gálatas 1:10).

Aunque ande en valle de sombra de muerte,

No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;

Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

(Salmo 23:4).

Los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte,

Y rompió sus prisiones.

(Salmo 107:14).

Pondré mi rostro contra vosotros,

y seréis heridos delante de vuestros enemigos;

y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros,

y huiréis sin que haya quien os persiga. (Levítico 26:17)

 

 

Que gran diferencia hay entre el favor del Señor y el espanto que produce su ausencia de tal modo que cualquier contradicción o contratiempo es un gigante que nos produce temor y espanto aunque sea en realidad una nadería.

¡Que abismo, entre andar por donde quiera que vayamos, sabiendo que el Señor va con nosotros, y que espantoso es que Él vuelva su rostros de nosotros, y en que en ese estado todo se vuelve tinieblas y espanto por cualquier cosa.

Una de ellas y principal como antes dije es el temor a los hombres. Cuando está uno en la onda de Dios y tiene comunión con Él, nada hay que temer, de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre. (Hebreos 13:5,6).

No podemos sufrir la burla de los mofadores y sin embargo podremos sufrir miles de humillaciones por tal de que no nos tengan por locos por que abrazamos la doctrina de Jesús y su inefable compañía.

Andamos pues sujetos a sus apreciaciones y a sus opiniones cuando en realidad deberíamos hacer exactamente lo que a estos les desagrada si es en orden a la obediencia a Dios.

Tememos a los hombres por que no tememos a Dios. Reconozcámoslo de una vez, y empezaremos a partir de ahí a comportarnos como verdaderos cristianos. No para discutir ni polemizar con quienes ya están determinados a contrariarnos, sino para mostrar a todos a donde lleva la exacta vida del evangelio en el Espíritu, a una persona que se ha entregado sin más objeciones ni más fluctuaciones.

Los enemigos de tu fe no te hacen mal sino bien, por que te señalan tus faltas y prueban tu fe. Todos sus burlescos comentarios o persecución, son una corona que te preparan en el Cielo, si perseveramos hasta el fin: Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Marcos 13:13). Eso ya lo sabemos o deberíamos saberlo, pero el temor al decir de los hombres nos retiene y paraliza, como la serpiente paraliza a su víctima con su magnética y siniestra mirada, antes de tragársela entera.

De esa manera, la mirada de los hombres sobre nuestros dichos o acciones nos paralizan y nos acechan, para que fascinados nos entreguemos al temor y a la infidelidad para con Dios.

No creas, amigo mío, que si esto haces el mundo te va a tratar bien, por que él quiere que te entregues entero, y que enteramente te separes de tu legítimo Señor. Lo que hacemos, es querer servir a dos señores a la vez y eso lo advirtió Jesús, dándonos a conocer escuetamente la imposibilidad de semejante posición espiritual: Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Lucas 16:13). ¡Y son tantas las riquezas que servimos!

No podemos tener un pié en una orilla del abismo, y el otro en la orilla de enfrente. Si así hacemos nos despegamos de Dios, y no contentaremos por completo a los hombres, que así no nos harán participes de esos sus bienes que tan neciamente buscamos. Huimos del mal de la incomodidad y la dificultad, y nos sigue tozudamente el mal de la culpa y el remordimiento. ¿Quién cree que puede ser feliz así?

Cuando la buena obra nuestra tiene que mostrarse, no debemos pensar lo que pensarán los demás si la hacemos, sino lo que será de nosotros si dejamos de hacerlo. Lo que piense Dios de nosotros es lo importante. Por que Él si puede hacer. Y todo pensamiento o toda acción, han de ser juzgados por el que no admite cohecho, ni hace acepción de personas: Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. (Hebreos 4:13).

Amigo, hermano, que amas a Dios y te encuentras entre dos opciones a cada momento y fluctúas constantemente. Si tú no tienes clara la realidad de un juicio y una justicia que ve todo, aun te falta mucho para llegar a entender los misterios del Reino. No pones interés en conocerlos por que prefieres una débil capa de religiosidad, en vez de una entrega a muerte y renuncia al mundo. No eres feliz y como dice la Escritura muy clara y ásperamente: Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3:17).

De ahí tus constantes cargos de conciencia, el temor a la dificultad, la pereza, el miedo al porvenir, y tantas aflicciones más siendo la última y más fuertemente padecida, el de saber que Dios no está contento contigo: Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda (Malaquías 1:10). Y si no tienes la presencia de Dios en ti, ¿como puedes pensar que eres cristiano y que tienes un bellísimo destino eterno?

¿Como puedes sentir en tu persona, el hecho de ser llamado hijo de Dios si no lo eres? Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (Juan 1:12) No amigo, no te fíes de falsas doctrinas, o de “facilidades” que muchas iglesias ofrecen a los tibios, a los falsarios, a los hipócritas, etc. Solo hay una forma simple de estar en la onda de Dios. Y es… “estar en la onda de Dios” ¡Simple! ¿Verdad?

Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:2). Imitemos pues a Cristo, y entreguémonos (de una vez) a nuestra vocación y naturaleza nueva. Andemos con dignidad el arduo camino que lleva a la vida, y no nos detengamos más a darle vueltas a polémicas y dudas. Si caemos, ya habrá quien nos levante.