Se avergonzará también de El

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras

en esta generación adúltera y pecadora,

el Hijo del Hombre se avergonzará también de él,

cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

(Marcos 8:38).

 

Demuestran poca perspicacia, los que por temor a los dichos del mundo se avergüenzan de proclamar, o ni siquiera mostrar, tímidamente su fe. Es cierto que cada persona tiene un carácter distinto, y que cada cosa cuesta distinto esfuerzo en cada persona según su condición, situación y ocasión.

He querido hacer estas salvedades, por que no se me tache de igualador de las personas, y sus circunstancias concretas. Una vez reconocido esto, puedo decir sin temor a equivocarme, que el que teme el decir de los hombres cuando muestra su condición de cristiano, es necio o no ha comprendido o asimilado bien, lo que significa ese nombre y lo que lleva aparejado de gozo y de fruición. Y en palabras mundanas, de superioridad.

Esta vida no es la que trae los grandes males, por muy gruesos que nos perezcan, porque todo en ella es transitorio, tanto las grandezas como las miserias. Los hombres no se aman, como recomendó el divino maestro, y así va el mundo bamboleándose y siempre al borde de una crisis o derrumbe.

La vida eterna es inacabable y de un valor tan inmenso, que solo en el desconocimiento se puede comprender como los hombres (y en esto me refiero a cristianos profesantes), le dan tan poca importancia. Eso es demostrable por el lamentable estado de multitudes de creyentes, no dudo que sinceros, pero que sus vidas no transmiten que se han entregado a trabajar para la vida eterna.

Los males de esta vida no son sino sombra o primicia de la otra, eterna, por lo que se teme más a la sombra que a la verdad, solo por que esta última no se percibe, al estar distraidos y temerosos por comida, bebida, casa, o problemas pasajeros.

Por eso, Jesús remacha su deseo de que le tengamos perfecta confianza en todo con estas palabras: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:31 32,33,34).

Dice un fiel tratadista, que tenemos autoridad de ancianos y vicios de niños. Pensemos un poco en nuestras caídas (que todos tenemos) y notaremos que fueron por tonterías, caprichos, o no poner la suficiente atención hacia lo que es, y sí la ponemos sobre lo que no es nada más que sombra de un placer pasajero. Si todo fuese fácil, ¿Donde está nuestra fe? (Lucas 8:25). Y qué galardón esperaríamos.

Los niños tienen miedo de pequeñas cosas, que a veces nos hacen reír a los mayores. Pues bien, no es diferente nuestra actitud de cristianos maduros, asombrarnos o turbarnos por cualquier cosa. La realización de todos nuestros deseos es hartazgo y aburrimiento, cuando no la búsqueda de peores metas pecaminosas a las que entregarnos hasta el nuevo hartazgo.

Como la comida cuando se llena el estómago hasta no poder, más estorba y opila, así nuestras inclinaciones satisfechas desbordan la piedad y la anulan, produciendo temor y no amor hacia nuestro Padre Celestial que nos ha provisto de aquello que de verdad necesitamos.

Baste eso al cristiano, y no andemos detrás de las lentejuelas del brillo mundano, que solo es brillo para encandilar salvajes, que dan tesoros por abalorios sin valor alguno, sino solo el brillo a la vista. Dejémonos de bisuterías, y andemos tras la perla valiosa de la vida eterna. Procedamos como sabios y no como necios, como el mundo manda y obtiene de sus secuaces y seguidores.

Si el rey nos diese muestras de cariño y ofreciese su amistad, le haríamos gran agravio, si lo rechazáramos y dijésemos que por lo que puedan decir los hombres no podíamos ser sus amigos, ni quisiésemos que se supiese que nos lo había ofrecido. Sería una excusa torpe y desmañada, si despreciáramos la amistad y el valimiento del rey. Cualquiera que lo supiera u oyera se burlaría de nuestra necedad y temeridad.

La causa de este miedo a confesar al Rey de reyes y Señor de señores, es que queremos contentar a los mundanos y estar a bien con ellos, antes que con el Todopoderoso, que quiere que seamos sus amigos. Nosotros le volvemos la espalda, y menospreciamos continuamente. No aceptamos su voluntad.

Todas las imaginaciones, pensando que no estamos bien provistos, proceden de la desconfianza en la sabiduría de nuestro Padre celestial, y en nuestro nulo aguante de cualquier contrariedad. Y la vanidad mayor, es preferir la renuente amistad de los hombres, a la amistad con Dios. Este nunca falla.

Sabe pagar la piedad sentida y sincera, que casi nunca ponemos en marcha, premia la humildad, los buenos sentimientos hacia él, y valora grandemente la renuncia a todo, para llevar a cabo la imitación de su humilde Cordero que se puso contra todo y contra todos, por hacer la voluntad de su padre.

Y dice la Escritura de Él: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

   Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Bien ese es nuestro camino y nuestra vocación, nuestro galardón, nuestro porvenir eterno, nuestro consuelo actual, y tantos privilegios como disfruta el verdadero cristiano. Solo cabe añadir ¡Adelante!