Amar al mundo

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento,

Sed sobrios, y esperad por completo en la gracia

Que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado;

Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos

Que antes teníais estando en vuestra ignorancia;

Sino, como aquel que os llamó es santo,

Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;

   Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

   Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas

Juzga según la obra de cada uno,

conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación;

   Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir,

La cual recibisteis de vuestros padres,

No con cosas corruptibles, como oro o plata,

   Sino con la sangre preciosa de Cristo,

Como de un cordero sin mancha y sin contaminación,

Ya destinado desde antes de la fundación del mundo,

Pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,

   y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos

Y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

(1ª Pedro 1;13,14,15,16,17,18,19,20,21).

 

 

Como vetusta calesa, el cristianismo de hoy se bambolea preso de sus muchas desviaciones, que surgen como hongos en el muladar. La queja de los cristianos es siempre una misma. Las gentes no quieren escuchar el evangelio. En ciudades hermosas y de gran prosperidad, ya la gente no acude a la iglesia, y si observamos bien, todos o casi todos los asistentes son personas mayores. Unos por que es su costumbre piadosa, otros por que como dice el refrán antiguo “el diablo cuando envejeció se hizo fraile”.

Esta ausencia de asistencia y ese segmento de la sociedad es casi lo que nos queda. Los jóvenes que aun andan por los caminos de Dios son pocos, aunque denodados, ya que cada día es más difícil conservar y aumentar la fe, en un mundo pleno hasta el extremo de mentira, vaciedad, y hedonismo.

Aun así, podemos atrevernos a  declarar que hay solución, pero no depende de una jerarquía eclesiástica, ni de simposios, ni de otros muchos intentos de unión y de ecumenismo. El cristianismo está agonizante y la culpa de ello solo la tienen los cristianos.

Es oneroso para muchos, el vivir apartándose de lo que saben que es un grave peligro para su integridad espiritual. El ambiente lo impone, sin tregua ni trazas de mejorar. La corrupción se adueña de todo, y de igual manera todo está maniatado a ese enemigo de Dios que es el Diablo, con su baraja de pecados contra Dios y el propio hombre.

Escuchar alguna observación real de la situación es estremecedor, por las cosas que pasan constantemente. Los medios de comunicación, se encargan de que todos los días obtengamos nuestra repugnante ración de vacuidades y corrupciones. Los noticieros o programas  que más éxito tienen, son los llamados “basura” por que eso es lo que quieren las gentes.

Siempre ha habido de todo en el mundo, pero es ahora cuando todas las gentes se han hecho un bloque para practicar el mal, que ya no es socialmente mal, sino “anormalidades normales”

El amor al mundo hace que los cristianos, en una inmensa mayoría, se relajen y miren como bueno lo que saben (si se detienen a pensar) que es malo. La gente mira al mundo con codicia, y ello es uno de los factores de la pérdida, amortiguamiento, o adormecimiento de la fe.

Confiar en el mundo, y esperar favores de él es una grave equivocación del piadoso. Es vanidad (lo dijo Jesús) desear sus grandezas, honras falsas, hipócritas, riquezas y deleites. Vanidad es andar tras las alabanzas de los hombres, que siempre van envueltas de oculta envidia y corrupción.

Solo el ardiente deseo de servir al Señor, es lo bueno y provechoso. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. 1 Juan 2:15,16,17). Estas son las proféticas palabras, con que la Escritura define claramente lo que el mundo es en realidad, y la relación del creyente con este enemigo de su paz y de su vida eterna.

Andamos tras lo que solo es una apariencia que enciende nuestros deseos, y hace que andemos por tortuosos caminos, dejando la recta vereda que nos conduce a la vida. Y ponemos nuestros ojos en la apariencia de las cosas. No es necesario insistir en la situación de la moral sexual mundana. Pero la Escritura dice sin ambages: Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. (Proverbios 31:30). Gustará o no a algunos, aunque eso es lo que dice la Palabra de Dios.

Favorecidos por la Gracia de Dios, son los que dejaron de distraerse mirando al mundo, y lo dejaron todo en último lugar, siguiendo por el contrario la senda de Cristo. Es un privilegio que tenemos, y no valoramos por nuestro propio descuido impúdico.

Seguir el camino del mundo, es seguir la avenida ancha y tentadora del demonio. Al final no muy lejano vendrán los lloros, las congojas y carencias de lo que más sacia el espíritu humano, que es la llenura del Espíritu. Pero ya pasó toda esa apariencia y ahora solo queda el llanto y el crujir de dientes. (Lucas 13:28).

La verdad se ha tergiversado. Los políticos y los falsos profetas, pregonan una felicidad sin Dios, que no es posible. Ya vemos a diario los estragos que produce la desobediencia a su palabra en las almas, y también en los cuerpos. Como dice la Escritura: Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1ª Corintios 6:20).

Cualquiera puede hoy día buscar un recinto, y con otros pocos más fundar su propia iglesia, en la cual el papa sería él mismo. Así vemos la proliferación de tan dispares congregaciones que, aunque tienen un ideario básico común, difieren abismalmente de doctrina y praxis. Engañadores que hacen mercancía de los creyentes, inocentes estos o no.

El apóstol Pedro, veterano que experimentó todo esto en carne propia, amonesta en una carta, la senda de vida que hemos de seguir, sin hacer el menor caso de mundanalidades que aborrecemos por que son dignas de burla y de desprecio. En cambio el apóstol nos indica el camino y el motivo por el que nos conviene, y tenemos el deber de recorrerlo.

Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada. 1 Pedro 1:22,23,24,25,

Las gentes se sienten abandonadas y solas y de ahí el ansia de ser bien visto, de estar siempre metido en el tumulto ruidoso de la vida disipada, por que estas personas están vacías de toda piedad y de toda alegría interior. Necesitan como el drogadicto su dosis diaria de la conversación vana, y del mundano farisaico y vano. Como moscas a la basura, los vicios acuden a esos corros, y ya no hay forma de evitarlos sino con la huida de tanta barahúnda, y la concentración en una vida plena de piedad y que, a buen seguro, proporciona más dicha y paz que ninguna otra forma de andar mundana.

Solo al alejamiento de esta agitación, y la renuncia a estas vaciedades, es la que nos permite la paz de tener la seguridad de salvación: En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios Yo me he guardado de las sendas de los violentos. (Salmo 17:4). Así hay que andar.

Solo acude la paz a quien se alimenta de piedad y, como muy bien expresa el piadoso poeta Fray Luis de León, ya cansado de los devaneos de todos, y apartándose de las cosas y vanidades del mundo en cualquiera de sus manifestaciones.

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida

senda por donde ha ido

los pocos sabios que en el mundo han sido!

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (Tito 2:11,12,13,14).