De la ira del mundo

Autor: Rafael Ángel Marañón 

 

 

Tú, querubín grande, protector,

Yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste;

 En medio de las piedras de fuego te paseabas.

Perfecto eras en todos tus caminos

Desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.

A causa de la multitud de tus contrataciones

Fuiste lleno de iniquidad, y pecaste;

Por lo que yo te eché del monte de Dios,

 y te arrojé de entre las piedras del fuego, ¡oh querubín protector!

Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura,

Corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor;

Yo te arrojaré por tierra;

Delante de los reyes te pondré para que miren en ti.

(Ezequiel28:14 y siguientes).

 

Si pensamos que el enemigo de nuestras almas va a dejarnos ir sin oposición, estamos errados. Mientras vayamos, aunque sea en muy pocas cosas al son que él toca no habrá por lo general mucha oposición. ¿Cristianos flojos? No hay problema, se dice él. Ya los manejo yo.

Pero cuando el creyente hace una parada en su vida, reflexiona y se pone en marcha, ya no hay tregua alguna por que será atacado con mucha furia, con mucha rabia. Y con gran astucia pone las cosas de tal manera, que nos dediquemos a murmurar, a criticar, y a mostrar o a ocultar malos sentimientos hacia nuestros propios hermanos.

El odio es la ira malamente sofocada, esperando ocasión de desahogarse. Es como un ácido que disuelve y rompe el recipiente que lo contiene, si este no es lo suficientemente fuerte para resistirle. Y si somos cautivos de la ira y el odio, somos nosotros los primeros perjudicados ya que no tenemos el temple necesario, para contener el ácido del odio y la ira. Ellos nos corroerán por dentro, y a su tiempo esa corrupción saldrá fuera en forma de venganza.

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26,27). Por que es cierto, que es un tormento estar en tu cama dándole vueltas a la pretendida ofensa que levanta tu ira, mientras el oponente duerme pacíficamente.

Si no abandonamos la ira en la hora de dormir, y antes no hemos orado al Señor que nos quite ese gran mal que nos atormenta, por la mañana amanecerá, no ya como ira, sino como odio que roerá las entrañas del que lo guarda, y convierte a un hijo de Dios en servidor del demonio. Y eso es precisamente lo que quiere el astuto diablo.

La paz es un bien de Dios. El que la posee y guarda, lleva dentro de sí al Espíritu Santo. La ira y el odio echan fuera esa paz y, por tanto, golpean no solo a ti sino al Espíritu, para echarlo fuera y reinar de nuevo el diablo. Acaba con los escrúpulos, El hombre airado, no duda en hacer aquello que el demonio le inspira hacer por medio de la ira. Ira que es instrumento del demonio.

La paz de Dios, es el mejor regalo que nos da para que en nuestras vidas, mantenidas con fe, no haya lugar para que el enemigo halle el asidero desde el que te pueda derribar. Un espíritu apacible es un don maravilloso, y debemos cultivarlo y acostumbrar a nuestras almas a saber soportar sin ira los embates que el diablo nos lanza continuamente.

No es fácil la vida del cristiano entregado, pues cuanto más unido está al Señor mas rabia despierta en el diablo. En el hombre de Dios reposa el poder de su Señor, para que se haga verdad aquella frase tan ilustrativa: pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. (Isaías 66:2).

Jesús en sus bienaventuranzas, no habla en vano cuando nos dice que: bienaventurados son los pobres en el Espíritu, los mansos, los pacíficos, y todos los que ante la palabra de Dios tiemblan y claman por su protección y guía. (Mateo 5: 3 al 12). La mansedumbre en los comportamientos es de gran estima delante de Dios.

Es cierto que, según los temperamentos, es posible ante una injusticia o cualquier otro estímulo dañino que nos enfademos, pero eso tiene que ser muy restringido, y no tantas veces como queramos dejar que nuestro temperamento nos lleve a la ira de forma continua. La ira estropea el mejor testimonio que se haya dado minutos antes del estallido.

No intentemos justificarnos, sino que con mansedumbre dejemos que Dios se ocupe de los agravios que padecemos por parte de todos, por lo que se nos dice claramente: No os vengueis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Romanos 12:19).

Según la virtud y comunión del hombre con el Señor, así será su odio. El grande y poderoso, es más propenso a la ira y a la venganza por tener más poder y medios para cumplirla. Es por eso que el Señor, nos quiere mansos y pobres de Espíritu.

Es cosa muy obscena, que el poderoso se empeñe en el daño del humilde, por cuanto tiene poder sobre él. Es repugnante cuando vemos a un perro terrible, furioso, grande, lanzarse sobre el pequeño y hambriento gozque, que solo ha ido a oler donde él come y se harta. Así mismo es la ira cuando se hace venganza, que se ejecuta cuando la ocasión pone al que odia en situación de ejecutarla.  Venganza que el odio ha incubado en su interior.

Si queremos seguir los pasos del manso cordero de Dios, no tenemos otra salida que imitarle en todo y recibir los agravios como Él mismo los soportó. Solo se airó cuando veía que lo que pertenecía a Dios lo suplantaban los hombres para degradarlo, y así les amonestó, pero su traza siguió como siempre era, de mansedumbre y de comprensión.

Si a nosotros, antes de conocerle, se nos hubieran hecho la muchas estúpidas preguntas que a Él se le hicieron con mala intención y para tentarle ¿Cómo hubiéramos respondido teniendo el poder que Él tenía en sus manos?. ¿Lo utilizó? Sabemos que no. El que era Dios Encarnado soportó todo como el más humilde de los mortales, y no puso en marcha ningún poder de los que tenía y tiene.

Imitemos a Jesús en todo, por que esa es la garantía de que, podamos o no, nadie sufrirá nuestra ira por muy fundamentada que esté en los hechos contrarios. No seamos imitadores del enemigo de nuestras almas, y pasemos como dice la Escritura de lo más alto de la comunicación con Dios a la maldición y a ser desechados como el diablo:

El orgullo perdió al diablo, y ese orgullo es el que en nosotros se siente herido y por eso trama restituir su arrogancia. El manso no tiene nada que reivindicar, sino que pone en manos de su señor todo cuanto acontece por que sabe que Él se ocupará de todo lo que le concierne por ser hijo y estar bajo su mano poderosa de Padre amante.

¡Si es muy fácil! Confiar en Dios. Él sabe muy bien lo que hace.