El "Nirvana Cristiano"

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo.

1ª Corintios 15:34

Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes,

Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo.

Efesios 5:14.

No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.

1 Timoteo 4:14.

 

Hoy vivimos como anestesiados, y en un "Nirvana" espiritual que hace del cristianismo en el mundo, un montón de cenizas, cuando fue y es, el fundamento forjador de la vida humana en su mejor expresión posible. El orgullo y la desidia han desencadenado éste destrozo.

El temor a los hombres ha sustituido al temor a Dios. El orgullo y la incuria espiritual producto de este, ha realizado su obra, tal como la serpiente hizo con Adán. Sin acatamiento a Dios, sin humillación y obediencia ante su grandeza y poder, nos asustamos y nos sometemos a lo que no es nada.

Y a los que queden de vosotros infundiré en sus corazones tal cobardía, en la tierra de sus enemigos, que el sonido de una hoja que se mueva los perseguirá, y huirán como ante la espada, y caerán sin que nadie los persiga. Levítico 26:36.

Convivimos con la moda del pensamiento moderno. Con el orgullo de no ser menos que las gentes del mundo aceptamos los vicios al uso: la desidia, el alcohol, los espectáculos que se dicen ser cultos y no son sino telón abierto de miserias, el cristianismo flojo y mixtificado, la promiscuidad defendida como una vía legítima del sexo... Tolerancia cobarde, que no es tolerancia, sino cobardía.

Nadie fue más humilde que Jesús, y nadie fue más beligerante que El cuando se trataba de asuntos del Padre. Arrojó a los mercaderes del templo. Denostó públicamente a los religiosos y a sus falsedades; a Herodes llamó raposa. Se dejó adorar por el ciego al que curó...

El no dejó de ejercer la mayor humildad ni aún cuando se declaró Hijo de Dios, Maestro, Señor... Y envió a fariseos y doctores a aprender en las Escrituras, como Dios querían que fuesen conocidas. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. Mateo 9:13.

 Cuando el hombre no se humilla ante el formidable poder de la palabra de Dios, será humillado, poco a poco o mucho a mucho, hasta límites insospechados por el espíritu del mundo.

Con el orgullo de la vida y la ignorancia, ¿dónde encontraremos cristianismo? Está despanzurrado ya, o será aplastado pronto; y sólo la humildad y el sometimiento bajo la poderosa mano de Dios, nos puede redimir de tal situación. Seremos pocos como los siete mil simbólicos de los que nos habla la Escritura: Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron. 1º Reyes 19:18. Esos somos nosotros, si no fluctuamos, y mantenemos firmes en la fe la vocación recibida de Gracia.

¿Qué ya lo has hecho? Claro que sí, es lo más probable. Pues ya deja de hacerlo, arrepiéntete, y encamínate de nuevo por donde sabes bien que debes ir: Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Isaías 1:16 y ss.

 Ahora impera la jactancia, es aceptada la mentira por todo el mundo y la arrogancia vive su momento dorado. Podemos calcular perfectamente cómo reaccionarían nuestros antiguos cristianos en tal contexto.

Ellos resistirían, a todo trance, a las personas que hacen posible tal situación. Con humildad, pero con decisión en la justicia y la verdad, se opondrían resueltamente. No fingirían una estimación y respeto no merecido, y no seguirían ni de lejos a los que continuamente defraudan la confianza puesta en ellos.

No se adaptarían a la situación actual, en nombre de una moral de circunstancias, y, desde luego, no aceptarían sin más averiguaciones, ni apoyarían, las situaciones que hoy, en nombre de la caridad o la disciplina cristiana, se sostienen y se promueven.

Si no pueden los cristianos cambiar éstas situaciones, no las aplaudan, aprueben o secunden. Manténganse críticos y no se humillen ante el hombre y la filosofía del mundo.

Acatar con humildad el yugo de Jesús, confiando en su palabra y dejándolo todo en sus amorosas manos: esa es la verdadera humildad de la iglesia de Dios. ¿Para qué discutir tanto de sutiles y altísimas cuestiones, habiendo tanta labor por hacer, acercándonos a las necesidades más primarias de los hombres en el terreno espiritual?  ¿Y que decir en el material? Dios no es solo Dios de ángeles sino Dios de seres humanos, y conoce las grandezas y necesidades de los seres humanos, de cada persona. Porque el conocimiento envanece, pero el amor edifica.

Mucho conocimiento tuvo el humilde Hijo de Dios, y todo lo derrochó por amor a los suyos. Confundía a los sabios, y se allanaba a la frágil y débil comprensión de los más torpes. ¿Cómo no aprendemos?

En el poder de la Palabra y del Espíritu nos será posible conocer que, no siendo nada por nosotros mismos, como el propio Mesías proclamó para sí mismo, no podemos más que mostrar hacia los demás entrañas de compasión, y corazón generoso. Nada tenemos propio, y nada propio llevaremos. Sólo lo que Dios construya en nosotros y para nosotros.

Esto es la humildad que Jesús enseñó. La necesidad de que Él crezca en nosotros, y nosotros, a su vez, mengüemos para Él. Este es el camino recto para la humildad en el discípulo.

El mundo nos invita a la soberbia, que es su rasgo más destacado. Su forma de pensar es simple. ¿Para qué voy a dar si nadie me va a recompensar? Y desde su punto de vista este razonamiento es correcto. Contra ello, el que debe ser el nuestro: resistir ante la soberbia y control propio. La humildad será nuestro refugio. Jesús será nuestro ejemplo en el monte de la tentación. Remuérdalo siempre. Él pudo y no quiso. Nosotros no podemos y en contra de lo que vemos en Jesús queremos.

La humildad se puede entender, pero es difícil de practicar. Nos tenemos, en verdad, por pecadores y débiles, genéricamente, pero no soportamos que esa depravación, aceptada por nosotros, se exprese en que nos acusen de un pecado concreto.

Pero aceptando lo que en sus pensamientos otros puedan opinar de nosotros, podemos ver, si somos humildes, que pese a las opiniones positivas-negativas que circulen a nuestro respecto, nuestro corazón delata muchas faltas y pecados nuestros, tal vez más graves y vergonzosos, que no son de dominio público. Así las cosas, esas opiniones todavía nos hacen favor: reconocerlo es humildad.

Nosotros, buscando ser honrados como buenos creyentes y sabios conocedores, somos soberbios, pues recibimos gloria que no merecemos, siendo conscientes de nuestras flaquezas y culpas. Pretendemos que nuestros méritos sean conocidos, y nos dolemos en las contradicciones, y esto procede de no ser humildes de corazón. Ahí hay tarea que hacer. Y no es baldía sino muy generosa en recompensar al que se aplica a ella.