Paz

Autor: Rafael Ángel Marañón

El que quiera amar la vida y ver días buenos,

Refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño:

apártese del mal y haga el bien.

 Busque la paz, y sígala.

Porque los ojos del Señor están sobre los justos,

Y sus oídos atentos a sus oraciones.

Pero el rostro del Señor, está contra aquellos que hacen el mal.

(1ª Pedro 3: 10,13).

 

En toda ocasión (aprovechemos que viene al caso que tratamos de exponer) miremos a Jesús y a sus obras, y descubriremos en cada momento lo que nos conviene hacer con solo imitarle. Ante cualquier dificultad que se nos presente, podemos decir sin temor a equivocarnos. ¿Cómo haría Jesús en semejante situación?

Siempre acertaremos con el recurso correcto que, invariablemente, nunca coincide con lo que el mundano haría, actuando según su torpe pensamiento viciado. Porque hay un solo Dios y un  mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. (1ª Timoteo 2:5).

Sabemos que en este fragor de la vida cotidiana, tan agitada en estos tiempos, es muy riguroso pedir que nos aquietemos, cuando estamos tan agitados por problemas acuciantes que no nos dejan sosegadamente ocuparnos de Dios, y tampoco cuando caemos en el profundo pozo de la desgracia y la desesperanza.

Ocurre a veces que es tal la presión de los acontecimientos adversos, la decepción, que quisiéramos como David apartarnos de todo, y pasar a otro lugar donde encontrar calma y paz. Esos eran los angustiosos sentimientos de David cuando suspiraba en medio de la injusta y sañuda persecución de Saúl: ¡Quien  me diese alas como de paloma! volaría yo y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad. (Salmo 55: 6 y ss.)

Es cierto que la vida diaria es como transitar por vías rápidas con un automóvil. Todos marchan disparados y como poseídos por un ansia de correr, de tal modo que no hay otra alternativa que ir al par de ellos. Para evitar tal tensión, hay que marchar por la vía más lenta o por otra vía distinta, y así poder rodar con más serenidad.

Podríamos llegar con más seguridad, gozando a la vez de los paisajes que aparecen ante nuestra mirada, ya tranquila y apta para discernir la belleza que nos rodea. Porque no solo es llegar, sino también andar con gozo el camino. El camino podemos hacerlo ameno y pacífico, porque forma parte de la vida eterna.

Esta es la decisión del cristiano, en su marcha por esta vida vertiginosa que el mundo impone a todos los que viven en él. Marchar, pero eligiendo cuidadosamente las vías por donde le es conveniente y necesario transitar, con objeto de poder admirar la obra de Dios y tener la calma suficiente para ocupar nuestro espíritu en el Señor.

Puedes decir si quieres, como dicen algunos, que la Biblia es más o menos cierta; estás en tu derecho. Pero si dices que eres cristiano, ya no te vale la problemática, la casuística, ni cualquier artificio de los que tantas veces se aducen para retorcer el mandamiento y los requerimientos de Dios.

Tú, que eres cristiano, deberás saber que haces con tu vida. Así dijo Jesús: El que guarda mis mandamientos, ese es el que me ama. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. (Juan 12:26). No podemos decir que no se entiende al Señor. ¿Le creemos o no? Esa es la cuestión.

Por supuesto esto obligará al discípulo a prescindir de la vía rápida, es decir, de muchas aparentes ventajas y atajos, pero si ama a Dios y espera en Él, no le importará nada no marchar al ritmo de los mundanos, y sí le será de mucho consuelo comprobar que el Señor le ayuda a transitar con paz y alegría.

Tantos engaños y decepciones hay en la vida y tanto fraude, que no hay en ella lugar quieto ni seguro. Es cierto que tenemos que trabajar y relacionarnos para vivir y mantenernos con dignidad. La necesidad nos obliga a salir fuera de nuestro santuario interior, y ocuparnos de nuestros apremiantes asuntos externos. Tenemos que ocuparnos de que nuestras familias tengan el sustento y la paz necesaria, porque el que no provee para los suyos, ha negado la fe y es peor que un incrédulo. (Timoteo 5:8).

Y así dice el apóstol Pablo a los suyos: El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje con sus manos haciendo lo que es bueno, a fin de tener que compartir con quien padece necesidad. (Efesios 4:28). Un verdadero manual de sociología económica, tan ignorada por tantos.

Si la necesidad nos compele a ocuparnos de nuestros asuntos de la vida social, volvamos cuanto antes al recogimiento con Dios, en busca del descanso y tregua en los afanes diarios, y así poder tener tiempo de refrigerio en medio de los trabajos cotidianos.

No hay provecho en andar distrayendo nuestros sentidos, con asuntos que nos dispersarán el pensamiento y que, en algunos momentos, hasta nos hacen revisar nuestra fe al contacto continuo con las inmundicias de los paganos que tratamos.

Juntémonos con cristianos de buen testimonio, y alegrémonos con ellos en el Señor. Pon tu rostro hacia Cristo y serás salvo de toda esta perversa generación. El que se entretiene en andar con los de fuera, sin necesidad, no ha disfrutado de la soledad y de la suave comunión con Dios.

Nehemías, prudentemente, actuó así cuando trataba de reconstruir la muralla de Jerusalén. Y no declaré a hombre alguno lo que Dios había puesto en mi corazón. (Nehemías 2:12). Tan pronto como se supo su propósito se desataron las fuerzas del mal, para impedir a toda costa, y con los más insidiosos y violentos recursos, que se realizara la labor encomendada a este prudente  varón.

Trata, como hizo él, tus asuntos con Dios en tu interior, y guárdate de airearlos temeraria y neciamente, pues si lo haces proporcionas tú mismo las armas a tu enemigo. Sea tu propósito secreto a todos, y tu comportamiento dé testimonio de tu fe y tu designio, si es sólido y verdadero.

Muchos hombres con derecho al sacerdocio, se presentaron ante Esdras, pero aunque eran necesarios muchos más, fueron desechados a causa de que, estos buscaron su registro de genealogías, y no fue hallado; y fueron excluidos del sacerdocio. (Esdras 2:62).

No hubo consideración alguna ante la duda de su legitimidad, y se procedió sin más miramientos a desechar a los que habían sido descuidados en conservar sus genealogías. Hacían falta sacerdotes para el servicio del nuevo templo, pero estos habían de ser escrupulosamente acreditados, antes de ser admitidos al servicio divino.

Eran tiempos difíciles, estaban necesitados de todo, pero aquellos hombres aun en medio de su precaria situación, supieron dar gloria a Dios. Respetaron escrupulosamente las ordenanzas que a muchos otros, les hubieran parecido excesivamente rigurosas y hasta peligrosas, aun en mejores circunstancias. No era rigor cruel sino el cumplimiento fiel de lo que el Señor les pedía, haciendo su voluntad cualquiera que fueran las consecuencias o dificultades.

Y es que así ocurre con nosotros, los que creemos. A veces tenemos que tomar decisiones que, para el sentimentalismo emocional de las gentes del mundo, parecen crueldades exageradas e innecesarias, pero el rigor en el cumplimiento de la voluntad de Dios, no siempre coincide con nuestras querencias carnales, ni siquiera a veces con la conveniencia tangible.  

A cualquiera, en estos desquiciados tiempos, le parecería que separar a las mujeres extranjeras y a los hijos tenidos de ellas, era dura y cruel medida por parte de Esdras. Estas cosas, apenas se pueden referir a las gentes incrédulas, y parece cosa algo desaforada a muchos creyentes, pero así se hizo.

La mezcla con los extraños contaminaba al pueblo de Israel, y estorbaba el deseo de Dios de tener un pueblo consagrado solo a Él, sin elementos extraños que, ya en anterior ocasión lo contaminaron, y fueron la perdición de todos. No hay pues que insistir al creyente sabio y diligente, en el principio de separación de costumbres y formas de vivir de las gentes de los pueblos idólatras, apóstatas, o de espaldas a Dios.

Porque han tomado  de las hijas de los extraños para sí y para sus hijos, y el linaje santo ha sido mezclado con los pueblos de las tierras; y la mano de los principales y de los gobernadores ha sido la primera en cometer este pecado. Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y me arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo. (Esdras 9: 2,3).

No hay exageración ni extremismo según puede parecer al tibio, al flojo o al incrédulo. Dios, quería bendecir a su pueblo y prosperarle, pero sin inmundicias propias de extraños que no se sometían a Dios, y que años antes les llevaron a la perdición, precisamente por la práctica de estas inmundicias.

El Señor, además, exigía que se corrigiese aquel gran pecado, y es así que se dice en la Escritura: Porque nosotros hemos dejado tus mandamientos, que prescribiste por medio de tus siervos los profetas, diciendo: La tierra a la cual entráis para poseerla, tierra inmunda es a causa de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones, por las abominaciones de que la han llenado de uno a otro extremo con su inmundicia. (Esdras 9:10,11).

La separación era irrevocable y decisiva, y así se dice en el mismo texto sagrado: Ahora pues, hagamos pacto con nuestro Dios, que despediremos a todas las mujeres y los nacidos de ellas, según el consejo de mi señor y de los que temen el mandamiento de nuestro Dios; y hágase conforme a la Ley. Levántate porque esa es tu obligación, y nosotros estaremos contigo; esfuérzate y pon manos a la obra... Apartaos de los pueblos de la tierra. (Esdras 10:3 y ss.).

Hacían falta mujeres para que el pueblo se aumentase, sacerdotes para el oficio del templo, pero no a costa de vulnerar el propósito de Dios. Fueron fieles y Dios les bendijo y prosperó. No quisieron juntarse con los extraños, y dejaron que Dios les mostrara su misericordia y su poder. Pero apartados de las gentes por obediencia y lealtad a Dios.

En tu recogimiento, piensa también que  no hay en el mundo nadie más que tú y Dios. Alcanzarás gran descanso y te descargarás de penas gravosas y de alegrías ilícitas; solo la conversación de Dios que invadirá tu alma, recogida y apartada del mundanal ruido. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:7).

También tentaron a Nehemías los enemigos, invitándole a juntarse con ellos en el campo de Ono para tratar del asunto de la construcción de la muralla. Nehemías, que antes había rechazado aquella colaboración, ahora también desprecia la invitación maliciosa y les contesta: Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría  la obra, dejándola yo para ir a vosotros. Y enviaron a mí con el mismo asunto hasta cuatro veces, y yo les respondí de la misma manera. (Nehemías 6:2).

El hacía la obra de Dios, y no se podía ocupar de cosa alguna que pudiera apartarle de su obligación, y más aun cuando sabía (como nosotros) que el suave llamamiento era solo una trampa mortal.  La más práctica virtud es huir de la conversación de los hombres vanos, y tener recogido el tesoro de nuestro corazón, cuando ya no se tiene necesidad de estar con ellos. Guardémonos más aun, sabiendo que son enemigos de nuestras almas. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón. Porque de él mana la vida. (Proverbios 4:23).

Es el mismo Jesús, el que nos enseña la virtud del silencio y la abstención de entrar en coloquios vanos, sobre temas frívolos. Muchas veces nos conducimos neciamente, en la equivocada pretensión de no ser menos cultos, conocedores de noticias, y razonadores de casuísticas inútiles. Nos olvidamos frecuentemente de la semejanza que el Reino tiene con una red barredera. (Mateo 13:47). Debería ser para nosotros estremecedor pensarlo.

El recogimiento es tenido por muchos por superfluo. Mientras, con tan perniciosas ocupaciones en las que nos ocupamos, solemos desperdiciar precioso tiempo que es del Señor y lo gastamos en tan triviales asuntos, como son casi todos en los que nos ocupamos cada día tan inconscientemente.

Este vano empeño de enredar lo que pertenece a Dios con las maniobras y estratagemas de los hombres, es la tarea más estéril que se pueda imaginar. Verdaderamente es imposible pensar y aceptar (y más si somos sinceros e instruidos espiritualmente) que a Dios le agrada esta ocupación tan vacía y peligrosa. Eso es perder tiempo precioso y dar pábulo a murmuraciones que, en la mayoría de las veces, son perjuicio para otras personas y para nuestras mismas conciencias.

Este ocuparse de las cosas banales, nos priva de la reserva necesaria para la atención debida a Dios, y debemos apartarnos de esas agitaciones. Es preferible que digan de nosotros que somos reservados y que nuestro hablar no perjudique a nadie, a que nos tengan por palabreros, porfiados, y polemistas de todo tema que se ponga al alcance de nuestra lengua mordaz y atrevida. “En el mucho hablar de cosas mundanales, hay grave peligro de pecar y muchas veces es pecado manifiesto”. (Diego de Estella)

El que no parlotea y mide bien la índole y la longitud de sus conversaciones, tal vez no sea un campeón de la popularidad, pero en el Cielo es bien conocido. Poco y bien habló Daniel.  Aparte de sus profecías, poco sabemos de los negocios de la provincia de Babilonia que él gobernaba. Pero era muy amado en el Cielo por quien de verdad importa. (Daniel 9:23).

¿Quién no parlotea alguna vez? ¿A qué cambiar el dulce trato con Dios, por el vil parloteo? Recojámonos en nuestro tesoro: porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6:21). El aprecio consciente de la grandeza y el valor eterno de este tesoro es el que hace, o no, hombres de Dios y no las apariencias de piedad.

Tal es el estado calamitoso de la sociedad llamada cristiana de hoy, que se asemeja a la que prevalecía en tiempo de los profetas: Guárdese cada uno de su compañero, y en ningún hermano tenga confianza; porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda calumniando. Y cada uno engaña a su compañero y ninguno habla verdad. (Jeremías 9:5). En medio de este panorama vivimos. No hay remedio a la vista, si no es una decisiva intervención de Dios.

Esto puede ser llamado catastrofismo, y es admirable comprobar el esfuerzo de unos pocos, en llamar al optimismo mediante la fe en la acción del Señor que todo lo hace posible. Dios es el dueño omnipotente y nada hay imposible para Él, pero no vamos a ignorar que la situación es así, y que se dan las mismas condiciones que en tiempos de Noé y en tiempos de Jeremías. Relativismo, hedonismo, e incredulidad.

Porque es muy cierto que solo el que busca la verdad, sin aditamentos ni falsas filosofías es el que dando con el riquísimo filón del Evangelio, hace como aquel mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo cuanto tenía y la compró. (Mateo 13:45-46).

 Nosotros quisiéramos que cada uno de los creyentes se hiciera su propia y seria reflexión. Para este trabajo vamos a aportar algún versículo más. Leámoslo y meditémoslo junto con la “Oración del Señor Jesús”, y veamos que ocurre en nuestro interior, si somos sinceros y amantes de la verdad de Dios.

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo con Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles a los hombres en cuenta sus pecados y nos encargó a nosotros el ministerio de la reconciliación. (2ª Corintios 5)… y por todos murió , para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Corintios 5:15).

He aquí claramente expresado el pensamiento de Dios para los que Él mismo ha recogido para sí, con un llamamiento pleno de ternura y de misericordia.

Pensemos en esto, y veamos si lo que estamos explicando, aun deficientemente, toma carta de naturaleza en el interior de cada uno y deja lo escrito por nosotros como lo que es; un pobre intento de explicar, tan torpemente como se quiera, lo que debería de ser en cada uno de nosotros la tarea diaria, la aspiración continua, y el pensamiento dominante en cualquier cosa que pensemos o emprendamos. Somos exhortados a no recibir en vano la Gracia de Dios. (2 Corintios 6:1). Lo que el Señor tenga aparejado para nosotros, no tardará en llegar de una u otra forma.

Dios no está desprevenido, ni lo que sucede es algo que se le ha ido de las manos. Forma parte, de una u otra manera, de su plan global que se manifestará en el día oportuno. A nosotros (sus hijos) nos corresponde tomar nota, y no hacer nido en tantas circunstancias  que tan tenazmente nos rodean. 

No tenemos por que apegarnos a las cosas, de tal manera que nos untemos de la brea pegajosa que atrae con su brillo fatal. No es merecedor de reprensión el amor a las dulces y bondadosas ordenanzas de Dios, y su leal cumplimiento por amor a Él.  ¿Por qué algunos de los que dicen ser de los cristianos la critican tanto?

Esto es claro y es defendido, con toda razón y legitimidad, por todos los grandes hombres de Dios. ¿Cómo, pues, hay tanta discrepancia de unas formas de teología con las otras que defienden el mismo principio? Y mientras, los paganos viven sin recibir la alternativa del evangelio puro, estorbados por sus propias concupiscencias y por el estado de la cristiandad. Es una terrible situación y responsabilidad.

Llegará la hora, conforme avance esta tendencia, en que se nos pueda decir como se le dijo al profeta: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar (Jeremías 16:2) cuando la fatal hora de la destrucción llegó a pesar de los requerimientos amorosos del Señor y sus terribles amenazas. Ni unos ni otras fueron nunca escuchados y, consecuentemente, sobrevino la catástrofe de forma total e inevitable.

La calamidad se cierne sobre un mundo inestable en grado sumo, y los hombres se entregan a las falacias del hedonismo, el egoísmo, con tan suaves palabras y conceptos, que les hacen aparecer (según sus falaces criterios) más buenos y solidarios que los mismos cristianos. Todo en ellos es apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella. (2ª Timoteo: 5).

El Señor reina y prosigue su obra; su extraña y maravillosa  obra, y los suyos moramos tranquilos en el conocimiento de que está a nuestro lado en cualquier lugar, situación y momento. Dios reina y Cristo vive en nosotros por la fe: Yo soy; no temáis, dijo Jesús (Juan 6: 20) ¡Que se mueva el mar y la barca cuanto quieran! Nosotros estamos en seguridad, anclados en la Roca firme de Cristo. ¡Alabado sea por siempre!   

 

EN SU TRONO.

 

En su trono sublime, Dios, me avala,

Y al olvido no da mi voz ansiosa.

Él la súplica mira lastimosa,

Y el gemido que un hijo suyo exhala.

 

Es la mano de Dios la que regala

Al que mira su luz maravillosa,

Que le brinda la paz en que Él reposa,

Y le limpia del cieno en que resbala.

 

En su trono está Dios que me ilumina,

Como antorcha que luce en la tiniebla,

Con palabra que enseña y que fascina.

 

Miraré hacia el Señor; la luz divina.

Clamaré sin cesar y entre mi niebla,

Mostraré la dolencia que me espina.

 

Rescatado de ruina,

Gozoso alabaré sus bendiciones,

Y obtendré con su amor, su disciplina.