Desprendiéndose

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento;

 Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.

Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.

(1ª Timoteo 6:6-7-8).   

 

Sobre este concepto y consecuente praxis que nos hemos propuesto desarrollar brevemente, se contienen muchas preguntas. Algunas de ellas no tendrían que ser explicadas a los creyentes formados, aunque el tema lo requiere para todos.

Para unos, como nueva perspectiva, y para otros como recordatorio que les haga superar y salir de las situaciones que, someramente, hemos expuesto ya.

El desprendimiento de todo lo que no glorifique a Dios, parece desde nuestro corto punto de vista tan influido por el tráfago mundanal, como muy extremado y pasado de razón. A fin de cuentas somos seres humanos y tenemos debilidades, viviendo además en un mundo que nos asfixia y entorpece con su estruendo. Precisamente es por este motivo, por lo  que es tan vital para la vida cristiana el apartamiento, que no es precisamente alejamiento.

Si hacemos sincero y riguroso inventario de nuestras actividades y pensamientos diarios, no tardamos en darnos cuenta de la futilidad de la mayoría de nuestros pensares y acciones, y cuantas de ellas son solo producto de reacciones, ante el poderosísimo atractivo del mundo que nos rodea.

Y si parece que esta  aseveración es prácticamente una invitación a un monacato y ascetismo a lo moderno, solamente será por que ponderamos muy ligeramente la importancia de la pureza en nuestro andar ante el Señor.

Nadie merece la vida eterna. Esta es por la Gracia de Dios, pues todos somos pecadores. Hacer méritos con un misticismo artificial, o con un ascetismo imposible e inútil para ganar la salvación, es de una torpeza e ignorancia total. Es una grave injuria al sacrificio de Cristo que ya  consumó en la cruz todo lo necesario, y a la misericordia y gracia del Padre que así sabiamente lo determinó.

Pero lo que no podemos obviar, por mucho que nos obstinemos, es la exigencia de “una vida centrada en Cristo” (A. Ropero) que no debe ser para el cristiano un fastidio innecesario, sino una cruz provechosa muriendo a todas las tentaciones mundanas.

No está nuestra salvación en nuestras obras, pero ellas dan testimonio bien patente de la veracidad y firmeza de nuestra fe. La fe sin obras es muerta. (Santiago 2:20). No tenemos que hacer obras para salvarnos; hacemos obras porque somos salvos. Las obras muestran la autenticidad de nuestra fe. ¿No habremos dejado algunos en la puerta de nuestras casas algún cadáver de alguien. Al que no hemos querido auxiliar cuando aun tenía vida?

Tenemos que empezar, teniendo el valor y la sinceridad de reconocer que nos atrae la comodidad, la buena fama en el mundo y nos decimos ¿por qué no disfrutar las muchas ventajas y seguridades que la vida nos pueda ofrecer? La prosperidad sana solo es legítima si se utiliza sabiamente por que de otro modo se torna tenazmente pegajosa.

Esperar en la providencia de Dios, es un ejercicio del espíritu que poco practicamos en el andar diario, así como en nuestros continuos enfrentamientos con los problemas y conflictos, con que nos enfrenta la sociedad en que vivimos. Examinaos a vosotros mismos si estáis en al fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos a menos que estéis reprobados? (2ª Corintios 13:5).

Esto ha ocurrido siempre, pero ahora es urgente que hagamos todos, una pausa en el vértigo de nuestras vidas y pensemos reflexiva y sinceramente en el factor que es el principal responsable de la mayor parte de nuestras desgracias. Comprobaremos de inmediato que es el apego al sistema en que vivimos, ya sea por cobardía o por habernos creado necesidades que realmente no lo son, sino solamente solicitaciones a nuestro prestigio o a nuestro ego.

Hagamos todos, sinceramente, este ejercicio de lo que es o no es preciso en nuestras vidas, ya sea material o intelectual y nos encontraremos con la mejor de las soluciones; con la paz de Cristo. Esta no es una entelequia, ni un modo de hablar entre cristianos para salir del paso cuando hablamos entre nosotros.

Es una realidad que se hará patente, tan pronto como nos concentremos en las cosas de Dios. Cuantas veces nos hemos quejado: ¡Nuestros hijos no nos obedecen!  Y olvidamos olímpicamente que nosotros tampoco hemos obedecido, ni nos dejamos llevar por los suaves y amorosos requerimientos del Padre, por el Espíritu Santo.

Es por ello que el apóstol Pablo nos recomienda vivamente: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (Colosenses 3:1,2) ¡Si es muy simple!

El problema que también tenemos que solucionar, no es solo que las iglesias se hayan mezclado con los usos y principios del mundo, es decir, que se contaminen en él. Es que hemos dejado que el mundo se haya introducido de forma más o menos solapada en la iglesia de Cristo.

Rechazamos con comprensión y con razón el culto a las posesiones, por considerarlo una forma peligrosa de idolatría pero, ¿no estamos nosotros los cristianos en las iglesias (y aquí me refiero a todas) practicando otra especie de “idolatría”, conformándonos con las corrientes de la moda en el pensamiento y práctica de este mundo corrompido?

“La falta del temor de Dios es el principio de toda locura. Donde no reina el temor de Dios, que tiene su lugar exacto en el centro de su amor, el hombre pierde su propia medida; el miedo a los hombres asume el dominio sobre él, llega a la idolatría de la apariencia, y queda abierta la puerta a todo tipo de estupidez”. J. Ratzinger.

No estamos acusando a nadie por algo que de una u otra forma nos afecta a todos, y por tanto a cualquiera que milite en cualquier iglesia. Estamos simplemente llamando a la reflexión sobre este asunto que solapadamente, está dañando a las congregaciones con el más claro andar mundano, y esto hasta el punto de hacerlas funcionar en sus actos y teología, al estilo y filosofías del mundo pagano. De ahí el énfasis en el apartamiento.

Si andamos con la vista y la atención puesta en las cosas de nuestro alrededor, siempre andaremos aturdidos, asustados y confundidos. En este estado de Espíritu, no es posible levantar la mirada del alma hacia las cosas espirituales que deben ser nuestro primordial objeto de atención.

No nos lo permiten los afanes y los acosos de un mundo que, al menor descuido nos aplasta, y después nos deja abandonados en el embarrado camino sin compasión alguna. ¿A quién acudiremos entonces? ¿Es que somos tan fuertes? ¿Tan seguros nos encontramos? ¿No escarmentamos? 

Ahora los cristianos estamos viviendo una era de desprecio y hasta de hostilidad no disimulada por parte de quienes conocen que sus hechos y filosofías, no son para el cristiano propias ni naturales. Gobernar es encauzar las tendencias y ambiciones de los hombres, por cauces de beneficio para toda la humanidad. Nunca el hombre dejará de tener fe en algo o alguien.

En esta situación se han propuesto muchas vertientes de acción, por donde hacer resaltar el Espíritu divino y el humano. Creemos sinceramente que solo la demostración de Espíritu y poder, es válida para en estos agitados tiempos poder hacer real en nosotros el dicho de Cristo: Ni se enciende una luz y se pone debajo de un celemín, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. (Mateo 5:15). Si los cristianos quieren, pueden hacerlo, pues poder sobra cuando se está bajo el poder del que es toda potencia. Pero hay que someterse a la palabra de Dios, o tendremos que someternos a la palabra de los hombres inicuos. Y esto es ya una realidad ante nuestros ojos.

El grito de guerra ¡A las armas! hay que realizarlo poniendo cada uno su ser entero, en tomar las armas que recomienda el apóstol Pablo a los Hermanos de Éfeso: Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos… (Efesios 6:10 y ss.),

Esas son nuestras armas y no otras, Nuestro grito no es belicoso contra persona alguna sino apaciguador de almas, pero constriñe a todos y cada uno: a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro… (1ª Corintios 2). A los que le invocan de corazón y en plena certidumbre de fe.

 Es, sin duda la soledad, elegida con propósito, la mejor amiga del creyente y secuela natural si anda rectamente por los caminos del Señor. Reconocemos que la soledad (tal como nosotros la entendemos) no es del agrado del hombre natural, que gusta de relacionarse con la mayor cantidad de gente posible en el bullicio y la estridencia.

Esto último significa más posibilidades de aprovechar las oportunidades de buscar fortuna, favores, y otras ventajas que se desprenden de tener muchos lugares, adonde acudir en caso de necesidad o conveniencia. Pero no vemos obrar así a Jesús en su vida terrenal. Para que Dios hable a nuestros corazones, desprendámonos de testigos. “Un cara a cara con el Dios todopoderoso requiere una atención absoluta”. (Notas de un cartujo)

Cualquier otra actitud ante Él, es aborrecible. Dios ama el recogimiento y la atención total, así como nosotros deseamos que Él nos escuche y también poder oírle. No podemos oír, sumergidos en un mundo que es bullicioso y esperpéntico. Clamemos en estas horas cruciales y decisivas, pero escuchemos también a quién queremos que nos escuche.

Cuando los moabitas y amonitas, sirios y mucha multitud  en gran número se dirigieron para destruir a Israel, Josafat el rey inclinó su rostro en tierra y oró recibiendo la promesa de Dios por su fe y su confianza. El rey no esperó a que se realizaran los prodigios prometidos para salvarles, sino que procedió sin demora como si aquello estuviese hecho. Sin vacilar y comprometiendo a todo el pueblo. Dice así la Escritura, que recomendamos sea leída en todo este capítulo. No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios...

No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Yahvé con vosotros. ¡Oh Judá y Jerusalén!, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Yahvé estará con vosotros.

Entonces Josafat se inclinó rostro a tierra, y asimismo todo Judá y los moradores de Jerusalén se postraron delante de Yahvé, y adoraron a Yahvé. Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de Coré, para alabar a Yahvé el Dios de Israel con fuerte y alta voz. Y mientras ellos salían, Josafat, estando en pie, dijo: Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Yahvé vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados.

Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen y alabasen a Yahvé, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad a Yahvé, porque su misericordia es para siempre. Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Yahvé se puso contra los hijos de Amón… (2º Crónicas 20)

Es la fe en Dios y la sumisión a sus palabras de Vida, la que hace posible que Dios actúe a favor de los suyos, aun en las circunstancias más peligrosas y adversas. Solo es preciso entrar en la voluntad de Dios, alabarle siempre en todo lugar y cualquier circunstancia, y así poder testificar con poder del Espíritu. Asomarse al corazón de Dios, que nos espera paciente y hablar a solas con Él.

A Dios le conquista eso, y nosotros no lo hacemos como debiéramos y como definitivamente nos conviene. Como un padre se derrite de amor cuando su hijo se le acerca, se le humilla y se le entrega en los brazos, así nuestro Señor se conmueve por nuestras tribulaciones (casi todas traídas por nuestras obras) y actúa a favor de sus hijos, cuando estos se entregan en sus paternales brazos. ¿Cuándo nos convenceremos del amor de Dios y de su omnipotencia? No nos resistimos a repetir: creed en Dios y estaréis seguros.

Dios quiere intimidad y comunión con sus hijos. Esto solo es posible poniendo por nuestra parte la atención debida a tan altísimo Señor, como corresponde a su grandeza y a su insuperable amor.  

Solo viene Dios a nuestro corazón cuando lo encuentra solo. Entonces es cuando nos revela dulces misterios que no podríamos percibir si estamos agitados, y atentos al ruido mundano. Jacob solo se dio cuenta de la presencia del Señor en la soledad, y así dijo: Ciertamente Dios está en este lugar, y yo no lo sabía. (Génesis 28:16).

Cuando clamamos: ¡escúchanos Señor! El Señor podría decir en más alta y severa voz: ¡escuchadme vosotros a mí! Sin embargo oímos continuamente solo su silbo amoroso, solicitando nuestra atención. Pero solo cuando estamos a solas con Él. Un silbo suave y delicado, testimonió la presencia de Dios a Elías y no el viento fuerte, el gran terremoto o el fuego. (1º Reyes 19:12) Del mismo modo que el agua no se aclara, si constantemente está agitada, así nuestra alma no tiene claridad ni reposo, cuando está enturbiada constantemente por el fragor del mundo.

La pureza del agua, solo requiere una mínima gota de cualquier materia distinta para ser contaminada. Por minúscula que sea la adición, ya no será agua pura. Así nosotros hemos de evitar ensuciarnos con asuntos de los que podemos prescindir, aunque sea lesivo de alguna manera para nuestra economía o nuestra fama. La pureza exige estas posiciones por nuestra parte.

Levantamos una gran muralla entre Dios y nosotros, cuando estamos rodeados y entrelazados con muchas gentes y no ponemos la atención donde debemos, esto es, en la amigable comunión y diálogo con el Señor, nuestro Padre, como hacía Jesús continuamente.

Retirándose de las gentes que querían hacerle rey, se apartaba y se iba solo al monte a conversar con su Padre, para recibir refrigerio y revelaciones. Esto desencantaba a la mucha gente que le seguía e irritaba a los discípulos, pero todas las decisiones que tomó, las engendró mediante previos encuentros en soledad con su Padre amado. (Juan 6:15).    

El creyente, presentará sus gemidos a Dios y suspirará como el rey David: De lo profundo ¡oh Señor! a ti clamo. (Salmo “De profundis”) Y si espera confiado, sabe que su respuesta es siempre sumamente  generosa para los suyos: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33:3).

Las relaciones con muchas gentes, que nosotros tenemos por inocuas, no son bagatelas ni deslices de poca entidad. Son altamente peligrosas, porque nos hacen perder el espíritu de recogimiento que es nuestra mejor defensa contra el enemigo.

Quien trata con complacencia a muchas gentes del mundo por parecer agradable, ocurrente, y como una posible fuente de ganancias y buena fama, no puede permanecer atento a Dios. Lo hemos experimentado dolorosamente nosotros mismos demasiadas veces.

Dina, que era hija de Jacob, hizo gran mal a su familia, y fue causa de muchos perjuicios y muertes, por andar deambulando curiosamente por las calles de  Siquem. Hoy, se diría que fue el surgimiento de un gran amor romántico a lo moderno, pero ella pertenecía a otro destino distinto al de su amante. El impulsivo, ingenuo y enamorado Siquem, a pesar de su generosa y confiada conducta posterior, proponiendo alianzas, no era el llamado para proveer de descendencia a Dios en la persona de Dina. (Génesis 34).

Los pensamientos de Dios eran otros y no podían ser pasados por alto, en nombre de una atracción sentimental por muy amable y romántica que aparezca ante los incrédulos que, naturalmente, anteponen estos y otros sentimientos contra el servicio de los designios de Dios. Pero aquí andamos tratando de cosas de Dios, por lo que los pensamientos y fines de los incrédulos son absolutamente ajenos a los propósitos de Dios. Y por tanto de sus hijos.

 

NO DEFINIR 

 

No limites, pedante. No definas

La fuente del magnífico universo

Origen misterioso de mi verso,

Ni ultrajes al Creador con las doctrinas

Del vil infierno donde estás inmerso.

 

No es dios el que predique algún bigardo

Osado, que piedad y fe deforma,

Y altivo dice conocer la forma

En que Dios ejecuta tan gallardo

Su obra, la moldea y la conforma.

 

Es Dios tan colosal e indefinible,

Que todo esfuerzo humano es arrogante

Cuando acota atrevido y querellante

La causa misteriosa, inaprensible,

Que escapa a su juicio delirante.

 

Acierta mucho más quien es humilde

Y deja a la creación y a su concierto

Hablar con su lenguaje claro y cierto

Que acierta hasta en la coma y en la tilde

Y así enaltece a Dios sano y liberto.

 

Penetra y profundiza en lo posible

Las fuentes y las causas del misterio

Con medios y talante agudo y serio,

Entiende su grandeza, y apacible,

Cede la gloria a Dios con buen criterio.

 

Y así con todo gozo y confianza,

Sin tratar de encerrar en un bolsillo

Al Dios omnipotente; muy sencillo,

Admira el universo en su alabanza

Y no calientes más tu colodrillo.