Lealtad

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Porque la gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a los deseos mundanos, vivamos en este siglo, sobria, justa y piadosamente.

(Tito. 2:11,12).    

 

Abraham no se tomaba tan a la ligera, como tantos hacemos hoy, las promesas de Dios así como sus condiciones para recibirlas. No era servidor de una ley arbitraria, sino de la voluntad de Dios. Como él tenemos que ser no solo oidores, sino también hacedores. (Santiago 1:22).  

¡Que ejemplo para los cristianos en todo tiempo! No quiso entablar relaciones de parentesco con los extranjeros. A pesar de que en aquellas tierras el extranjero era él, permaneció en aquella tierra extraña por mandato y donación del Señor, porque le pertenecía desde que se le hizo la promesa.

Él habitó fielmente en la tierra donde Dios le estableció, pero permaneció totalmente apartado de las gentes de aquellos lugares, de tal forma, que no aceptó para tumba de su amada esposa Sara, el regalo de la tierra que le ofrecieron los heteos que habitaban allí. (Génesis, 23) Por dinero la compró para no deber nada a los extraños a pesar de la amable insistencia de ellos, como no aceptó los dones ofrecidos después de “la batalla de los reyes”. No consintió comprometerse con extraños, y no consintió que nadie dijera: Yo enriquecí a Abran. (Génesis 14:23). Él solo aceptaba lo que procedía de Dios.

Es notable comprobar la posición de Abraham, que siendo extranjero en aquellas tierras actuaba con mansedumbre ante los hijos de Het, mas con una autoridad y una superioridad propia del que es hijo de Dios. Solo en alguna ocasión erró el mandato divino y empezó a tener graves dificultades, si bien estas fueron solventadas por el poder y la intervención del Señor.

Su leal comportamiento para con Dios hizo que los paganos reconocieran por su íntegra conducta, su carácter de hijo del Dios viviente. Ahora el creyente ha de vivir en tierra extraña como peregrino, pero ha de conservar la gallarda posición que adoptó Abraham, conforme crecía en la relación y conocimiento del Señor.

Muchas mujeres había en aquellas tierras que tal vez ambicionaran casarse con Isaac, y él no puso atención en ninguna. Esperó pacientemente que su padre, en obediencia a Dios, proporcionara lo más conveniente.

Pese a las dificultades del viaje y a lo incierto de la elección, al final recibió de Dios la esposa que amó en la propia tienda de su madre Sara, la llamada para la progenie y pueblo de Dios. Así fue que la descendencia fue destinada como él mismo, a cumplir el propósito del Señor. Toda frase de la Escritura tiene su arcano, para descubrir por el hombre de Dios.

¿No te dicen mucho a ti, joven que nos lees, estos hechos y estas actitudes y comportamientos? tú que anhelas amor y descendencia, y que esperas mansamente en el Señor para que El te proporcione aquello que realmente te conviene ¿No es un aliento maravilloso?

En verdad es desalentadora a veces la espera, y no siempre da como fruto aquello que esperamos, aunque continuamente se tiene la limpia conciencia de estar dentro de la voluntad de Dios, conociendo que es la posición que a Él agrada, y por la que retribuirá generosamente sin duda. (Mateo 19:29).

Es bien claro el dicho de Jesús: Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. (Juan 10:9). Basta con creerle. ¡Vamos pues con Él adonde nos quiera llevar, que es lugar deleitoso y gratificante en grado sumo! Él nos muestra la senda estrecha que lleva a la vida. La ancha la recorren los mundanos, no sin graves perjuicios para ellos en esta vida, y además la condenación eterna. ¡Apartaos de mí! Terribles y estremecedoras palabras. ¿Quién tendrá que oírlas?

Jesús pidió al Padre que le librara de la pasión, del abandono y de la maldición que habría de soportar por todos los hombres. En el huerto de Getsemaní, sudó gotas como de sangre y su alma se angustió hasta la muerte; pero allí soportó, y allí triunfó. El discípulo no es mayor que el maestro, (Lucas 6:40). Y nosotros, ante cualquier evento por muy duro que nos parezca, hemos de conservar nuestra posición, en la seguridad de que procediendo de esta forma hacemos la voluntad de Dios.

Jesús la hizo en el trance de la muerte; y hasta el final, aún cuando era abandonado por su Padre amado, supo decir las palabras mas sublimes de la boca de un ser humano. ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!  Hasta el último instante de su vida terrenal, y en el duro trance de maldición y muerte afrentosa, confió en el Padre. Jamás dudó de Él, ni creyó que allí terminaba todo, sino que era precisamente el comienzo de la acción del Padre y del Espíritu Santo para con los hombres y la liberación de estos. (Lucas 23:46).

Reconozcamos que somos muy amigos de la comodidad que puede proporcionarnos este sistema de vida actual, y de las ventajas que nos puede reportar lo que es allanarse a la forma de vida dominante y opresiva de estos tiempos. Y sobre todo las consecuencias.

Hace falta, y hay que reconocerlo, mucha fe y mucho valor para enfrentarse desnudo de poderes humanos, a la bestia dominadora e implacable. Dios sabe también eso mejor que nadie... fiel es Dios, que no os dejará ser tentados mas de lo que podáis resistir, sino que dará juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. (1ª Corintios 10:13).

La recomendación es clara. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, disipación y abominables idolatrías. A estos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. (1ª Pedro 4:3,4)

Esta separación de todo lo que tenga que ver con las costumbres de los paganos, trae consecuencias importantes en cuanto a la relación con ellos. El apóstol Pedro no duda en decirlo claramente, por que así era en su tiempo y el ultraje nos amenaza hoy también. Esto es insoportable para el hombre de poca fe y duro para el fiel, si bien es la medida de Dios para nuestras obras y nuestro testimonio, y el mandato irrevocable, irresistible, y sobremanera imperioso. No admite nada de controversia ni rebaja en su exigencia.

Nadie nos ha dicho que la puerta fuera ancha y el camino suave y trillado. La puerta es estrecha y el camino angosto, pero así lo decide Dios, y así nos lo confirmó Jesús. O con Él, o contra Él: este es el desafío claro y apremiante. Y además, para más dificultad y mérito del Espíritu, la puerta no es fácil de encontrar para el hombre elegido. (Mateo 7:14).

La perla de gran precio ha de ser adquirida, a cambio de desprenderse definitivamente de todos los haberes del hombre entendido que la adquiere. (Mateo 13:45,46). Significa separación y desprendimiento, de todo lo que sea obstáculo para obtener el premio eterno. Solo depende del valor que concedemos a la vida eterna, y a los medios de acercamiento y entrada en el reino eterno de nuestro Señor Jesucristo.

Toda objeción se debe a que queremos alcanzar el agrado de Dios, viviendo como mundanos y tratando de simultanear “Mundo y Cristo”. Y no hay nada más contrario que estos dos caminos. Son absolutamente incompatibles.

No nos apoyemos en conceptos y argumentos, que sabemos no ser correctos. No nos empeñemos en creerlos buenos, porque en nuestro interior sabemos que no es así. Ya dijimos: o corderos o lobos. No es admisible ser lobo con piel de cordero, ni cordero con piel de lobo. ¿A quién pretendemos engañar?

No son las obras de necesidad, que hacemos por inercia o por compromiso con el mundo, las que definen nuestra posición ante Dios. Solo la lealtad más seria y contrastada. Somos torpes y descuidados ¡reconozcámoslo de una vez! Como todos, podemos caer en determinados momentos, pero un rey no juzga a un oficial por una calaverada, sino porque sepa que está dispuesto a dar su vida en defensa de su patria, y que en caso comprometido es seguro y obediente. Esa es nuestra posición ante Dios con absoluta firmeza.

Que el Señor pueda complacerse en nosotros, y le ofrezcamos la más absoluta lealtad, hablándole con verdad, como debe ser la verdadera oración.

 

BANCARROTA

 

Voy dejando una vida en bancarrota

Y ante mí el horizonte ya se cierra;

Se acabó la tensión, gana la tierra

Su tributo de muerte en vida rota.

 

Cede ya la ambición, cede la duda,

Y calla la razón que al hombre aterra;

Finiquita el amor, también la guerra;

La mente queda límpida y desnuda.

 

Las cosas toman su valor profundo;

La paz acude, se sosiega el alma

Y se aguarda el final, quieto y en calma.

 

¡No hay nada trascendente, dice el mundo!

Mas yo espero impertérrito una vida

Que tengo por Jesús, ya prometida.