De piedra

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.

   Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo;

Con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros,

En que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

   Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre,

Por él seremos salvos de la ira.

   Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios

 Por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados,

Seremos salvos por su vida.

   (Romanos 5;6 Y SS.).

 

En multitud de ocasiones nos hemos encontrado en situaciones comprometidas y en tal manera insólitas y desgraciadas que no hemos podido disimular nuestro estupor y desagrado. Hay quien dice apelando a su edad o experiencia la consabida frase de: ¡yo ya no me extraño de nada!

Yo, con tantos años encima, no puedo por más que decir ¡pues a mí esto me deja de piedra! O sea, que no asimilo que las cosas puedan ser tan perversas, y que se repitan con tan macabra repetición. Sobre todo que se toman como sucesos que no tienen remedio o hay que ponérselo… algún día de estos. Bueno, tal vez haya de ser así, pero nunca lo entenderé.

Se publican fotografías horrorosas con cadáveres y desastres horrendos, y la gente lo mira como una cosa más de las que deberán suceder. ¿Tal vez haya de ser así? Yo me estremezco de horror cuando veo la foto publicada por los medios de comunicación, de un niño abandonado y moribundo, esquelético a más no poder, y un buitre cercano que espera su muerte, para hacer de sus nulas carnes un festín.

Su festín de animal, que no entiende nada más que de buscar su alimento. El animal actúa de animal, hace de buitre, y esa es su función, pero me quedo como he dicho antes “de piedra”, sabiendo que esa foto la ha tomado un fotógrafo, corresponsal de algún periódico que subirá sus ventas, cuando muestre en primera página esa fotografía.

Bueno, no hay que alarmarse, dicen todos. Así es la vida y hay que ir pronto al bar, donde nos esperan nuestros amigos para comentar alegremente los triunfos de nuestro equipo, o a comentar lo hermosa que es la Juanita. Tal vez alguno se atreva a comentar sus penurias domésticas… ¡que se yo! Del niño no sé nada, y ni siquiera me imagino si lo recogieron, o lo dejaron para acudir a otra foto tan interesante como aquella. El buitre tiene sus derechos ¿o no?

En estas sacras celebraciones, en la que no entro a discernir su auténtica significación, he recibido de una revista cristiana un fotograma en el que aparece, entre otras ilustraciones no menos impresionantes, la figura de un Jesús muerto descendido de la cruz, y el rostro de su madre cercano a él. El artista ha sabido plasmar de tal manera el momento en el que la madre mira de cerca, besando, y casi fundiéndose en el rostro exánime y sangriento de su hijo, que no pude reprimir unas lágrimas.

Clodoveo el brutal rey de los francos, cuando estaba siendo adoctrinado para convertirse al cristianismo, clamaba a grandes voces cuando le explicaban el tormento de Jesús ¡ah si yo hubiese estado allí con mis francos! Clodoveo en el momento de emoción por tan grandioso suceso, lloraba y gemía indignado, pero una vez dicho esto (y era sincero)  salía de nuevo a conquistar nuevos territorios a sangre y fuego.

Yo, como otro Clodoveo, también lloro y exclamo ¡Ah si yo hubiese podido impedirlo! Clodoveo hubiera ido con sus tropas aguerridas en cien combates, y hubiese liquidado a todos aquellos crueles criminales y ya… una vez puestos en la faena, a todos.

No puedo dejar de llorar ante una imagen así, tan explicita y conmovedora. En estos momentos miro solo la faz ya reposada, pero destrozada y sangrante de Jesús, pero más aun me conmueve el gesto de tranquilo y profundo dolor de su madre. Tan enorme es el dolor que el rostro de María representado tiene, que es como un rictus plasmado de un dolor tan descomunal, que se torna inexpresable.

A la vez una expresión tenue y casi imperceptible de aceptación, como si se dijese por dentro, que ella ya sabía algo de lo que estaba sucediendo. Vergonzosamente y con harto dolor, tengo que decir que una y otra vez, vuelvo a olvidar esas escenas para sumergirme en mi yo, y en mi egoísmo. En mi vida cotidiana.

Quiero con ello salvar la vida, en vez de entregarla toda, pero regreso siempre; lo hago de forma irremediable, torno a llamada irresistible del amor que susurra y que dice ¡ven! Y voy una y otra vez a la paciencia del Señor, por que creo firmemente las palabras de Jesús. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. (Marcos 8:35)

¡Señor mío, y Dios mío! No permitas jamás que caiga una y otra vez en lo mismo; en mis arreglos y mis utilidades tan vanas, sino que cada día sea más y más tuyo. ¡Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado! (Salmo 16:1).

Nunca, y menos yo que soy varón, podré entrar en el alma y en la angustia de aquella madre que, cercano el rostro de su hijo, no acierta, después de contemplar su indecible tormento, a dar a su rostro una expresión. Por que como dice la Escritura ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; (Lamentaciones 1:12).

Ha visto a su hijo desnudo, vejado y atropellado, azotado hasta la sangre y coronado de espinas, escupido… por mí. ¡Si, por mí. Por usted, por el que esto lea, pero yo sé que fue por mí. Si solo yo hubiese existido en ese momento, Él hubiese dado su vida por mí. Misterio del amor de Dios. (Gálatas 2;20)

Ese rostro de Jesús torturado hasta la muerte, y el de su madre mudo y abrumado, sin expresión exagerada, sino atónita y cercana por fin al hijo, cuando la han dejado acercarse, ya destrozado, es para mí el rostro del Padre sufriendo en ella.

Es difícil continuar, pues no tengo palabras para ello y las lágrimas no me dejan ver las letras que escribo. ¡El Padre! Ved que amor nos ha dado el padre queriendo que seamos hijos suyos y lo seamos de verdad. (1ª Juan 3:1)

Es el padre que también sufre a través de María, a través del tormento de su hijo del que dijo anteriormente y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Mateo 17:15  A este hijo amado, entregó por rescatar nuestra vil naturaleza. Eso es el Padre. Eso es amor. Eso es Dios. Nadie puede dar más, sino entregarse a sí mismo, en los sufrimientos de su hijo amado.

Bendita María que, por solo ese fotograma, me has dado a conocer el misterio del dolor, y de la entrega a los designios del Padre. Contigo (amor humano), quiero estar, cuando llegue la bendita hora de la retribución de Dios. Cuando se cumpla en su plenitud, el triunfo clamoroso y esplendoroso de Dios. Quiero estar allí con ese amor humano.

Amor que sabe llorar, como en su tiempo supo reír. Que sabe soportar la decisión y el designio de Dios, en cualquier circunstancia, sabiendo que Dios sabe lo que hace, y nada escapa a su sabiduría y a su amor. La espada predicha ha traspasado su alma, y cabe decir, como el poeta ante el sepulcro de la duquesa de Lerma

Si, con los mismos ojos que leyeres                                                                       

las letras de este mármol, no llorares                                                                    

y en lágrimas tu vista desatares,                                                                 

tan mármol, huésped, como el mármol eres.                                                   

¡Oh, María! Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Yo te amo María. ¡Oh, Dios mío, como te amo! Perdóname mi falta de visión, y de capacidades para expresar lo que me mostraste en ese fotograma. Y sé tú la segura fortaleza, de mi flaqueza y mi incapacidad.  Y Gracias siempre Señor mío y Dios mío.