Nuestra Marcha

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Esto manda y enseña…

Ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza...

ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza…

Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina: persiste en ello,

Pues haciendo esto te salvarás a ti mismo

Y a los que te oyeren.

(1ª Timoteo 4:11 y ss).

   

    Hoy como ayer, nosotros tenemos una firme promesa, y una quietud posibilitada por el que tiene poder para hacerlo. Seguir por la senda que nos muestra es la parte de esfuerzo que nos corresponde a nosotros. No demos oídos a lo que las gentes paganas y los apóstatas nos puedan decir o insinuar ladinamente, buscando obstaculizar nuestro gozoso camino a nuestra anhelada patria celestial.

Cuando hablamos del mundo, es razonable pensar que los creyentes instruidos conocen perfectamente que queremos decir con esta palabra representativa tanto del Cosmos (el universo creado) como de la humanidad apartada de Dios, que dice y perpetra lo que para Dios es perversión y desobediencia.

El vocablo griego “cosmos”, contiene este significado aquí, y es a él al que nos referimos cuando hablamos de mundo, mundano, mundanalidad, etc. La Iglesia de Dios como pueblo redimido, es la congregación de los redimidos, en cualquier lugar donde se halle. (1ª Corintios 1:2). Es pues, mundo, la palabra que utilizan todos los textos para definir al conjunto de las gentes extraviadas que permanecen en su rebeldía y despego de Dios, con su entendimiento cauterizado.

Todo se ha escrito en la Biblia para nuestro provecho; para nuestra admonición y para que sacando nuestras conclusiones hagamos en nosotros práctica y operante la palabra de Dios. Honrémosla con la fe más pura, en la seguridad de que no seremos defraudados jamás por las firmes promesas de Dios. Estas son más estables que todas las evidencias que se nos puedan presentar por medio de los señuelos del mundo.

Sea como sea, definitivamente es la Palabra  de Dios la que triunfa en todo tiempo y ocasión. La palabra de Dios es viva y eficaz. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2ª Timoteo 3: 16,17) La única Escritura que tenían a mano Pablo y Timoteo, era el Antiguo Testamento, y a ella se refiere el apóstol. Tengamos presente, que las Epístolas fueron escritas antes que lo que hoy conocemos por los Evangelios.

Este poder de la palabra de Dios, lo experimentaron todos los hombres de Dios y es de idéntica veracidad y eficacia para nosotros. No mezcolanza, no compañerismo con los incrédulos; respeto y ayuda para todos y apartamiento, por cuanto podemos con total seguridad esperar en el consuelo y la compañía de Cristo. Esto nos debe bastar, y nos basta. Respeto y obediencia a las autoridades superiores, y trabajar por la paz y el bienestar de todos.

En un mundo destinado a la destrucción de la que hemos sido amnistiados por la gracia de Dios, imitemos a Noé y a todos los fieles hombres de Dios, pero con toda certeza, sin la menor duda, sabiendo que a su tiempo segaremos, si no desmayamos. (Gálatas 6:9).

Bástenos nuestra maravillosa salvación, y la presencia constante del Espíritu en nuestro caminar diario. No debemos participar con los incrédulos ni en sus muchos extravíos ni en su perdición, por amor a nosotros mismos y lealtad a Dios. Esa es una de las más altas lecciones que podemos extraer del proceder de Noé. La fe tiene el anhelado premio de vida eterna, y sin fe es imposible agradar a Dios. (Hebreos 11:6)

Solamente la fe en lo que Dios dispone, es la que proporciona a todo hombre, libertad y  salvación: Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31).

Lo único que es necesario saber para el hombre de fe, es que Dios ha hablado. (Hebreos: 1: 1). Entonces procede en su andar con toda certidumbre y paz, sin ansiedad ni temor, pues la fe le garantiza un triunfo constante y la victoria total en Cristo, que Él mismo realiza  en el creyente.

El que verdaderamente cree y ama a Dios, ya tiene todo el amor que  necesita sin límite de abundancia, lo que le permite amar con toda prodigalidad y a la vez  sostener la verdad. Porque ama la verdad. Es precisamente el amor a  la verdad, que solo está en la pura palabra de nuestro Dios lo que capacita para sostenerla valientemente.

El apóstol Pablo nos exhorta en una de sus cartas; sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:15). Ni amor ciego sin verdad, ni verdad reseca y áspera, carente del bálsamo del amor que la hace suave y suculenta, como alimento espiritual y camino grato a seguir.

Noé obedeció en la certeza de su fe y ni sarcasmos ni dudas pudieron impedir la construcción del arca, así como el creyente ahora no se cuida de lo que puedan pensar o decir de él las gentes del mundo condenado.

Tal como Noé, se afirma en su fe, actúa en consecuencia y obtiene la promesa de Dios en Cristo. Las bendiciones que recibe le son suficientísimas, y percibe la inanidad y falsedad de tantas cosas que aparecen como hermosas, sensatas y hasta benéficas. 

No necesita pues, el aplauso del mundo ni la estrecha camaradería con los hombres inicuos, por muy gentiles que se muestren con él o por más que sea objeto de burla, desprecio y acaso hostigamiento en el entorno donde vive. Como Noé, será un testimonio perenne para todos.

La búsqueda de muchas ocupaciones es estorbo para la intimidad con Dios, y  consecuentemente hemos de procurar involucrarnos en los negocios del mundo lo mínimo posible. No nos preocupemos de las muchas obras que podríamos hacer con nuestra inteligencia o destreza, ya que hay muchos que ávidamente se ocupan de esos negocios mundanos, cualesquiera que sean, malos o buenos, y no nos introduzcamos nosotros mismos en laberintos que solo nos llevan a la desazón continua y al distanciamiento de Dios. Ninguno que milita se enreda en los afanes de este mundo (2ª Timoteo 2: 4).

La soledad es la mejor compañera del verdadero hombre de Dios. Él dice: la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. (Oseas 2:14). Para tener comunión con el Señor no hacen falta testigos. Solo cuando los creyentes están unánimes, es decir en uno que es el cuerpo de Cristo, se goza el Señor en tener comunión con ellos. La participación de la conversación con Dios es solamente para el que alejado del bullicio de la multitud, se pone ante el Señor, despojado de toda atención hacia cualquier otra cosa.

Ni familiares, ni amigos, ni grandezas, ni apariencias, ni afanes externos, pueden ser compatibles con la unión para con Dios. El recogimiento necesario (que estamos llamando soledad) no se obtiene en el ruido mundano, sino en el alejamiento de todo lo que sea obstáculo para esa comunión. No es preconizar una separación ascética, o hacerse anacoreta, sino con discreción, dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. (Lucas 20:25).

Llevó Dios a Abraham a tierra extraña para conversar y caminar con él. A Moisés ordenó subir solo al Sinaí, y amenazó con grave castigo a cualquiera que se acercara al monte mientras daba a Moisés la ley para el pueblo. Únicamente cuando el Señor encuentra solo nuestro corazón es cuando viene a morar en él plenamente. Y es una terrible, aunque sublime experiencia: Así pues, teniendo nosotros un reino inconmovible tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos al Señor agradándole con temor y reverencia, por que nuestro Dios es fuego consumidor. (Hebreos 12:28-29).    

No podemos medir la angustia y la decepción de Jeremías y su estado de ánimo, cuando dijo a Baruc su amanuense: A mí me ha sido prohibido entrar en la casa de Dios. (Jeremías 36:5) Hasta ese extremo puede  dañar  la ceguera de los hombres, que en su orgullo y prejuicio llegan a rechazar los oráculos de Dios, por que no cuadran con sus insensatas acciones y con sus pensamientos impíos.

¡Un enviado de Dios echado del templo y tratado de forma ignominiosa! ¿Es posible mayor despropósito y mayor necia injusticia?  Pues así lo atestigua la Escritura. ¿No sucedió ese tipo de suceso al mismo Jesús? ¿No era aquella la casa de su Padre? Esa es la gran injusticia del mundo.

El miedo paralizaba la acción del rey Sedequías al intentar salvar a Jeremías de las manos de los que buscaban su vida injustamente, como este rey sabía bien, y que decían: Muera este hombre; porque de esta manera hace desmayar las manos de los guerreros que han quedado en esta ciudad, y las manos de todo el pueblo, hablándoles tales palabras; porque este hombre no busca la paz de este pueblo, sino el mal. (Jeremías 38:4).

Así le condenaban, por el único pecado que ellos le atribuían. Que debilitaba las manos de los hombres de guerra, y la moral del pueblo para la resistencia. Una guerra innecesariamente devenida, que no se hubiese producido si se hubieran seguido los caminos de Dios, y no la rebelión humana que la trajo inevitablemente.

¡Que torpeza más atroz, y que contrasentido más terrible! Hoy como ayer. El único que buscaba la verdadera salvación de aquella depravada ciudad, fue acusado de traición y de traer todos los males de los que pretendía y ansiaba salvarles mediante el poder de Dios.

¿No nos habla  esto  de muchas de nuestras experiencias? La consigna del pecador perdido es: ¡no reproches el pecado! por que acobardas a las gentes y las asustas con la verdad. Primero pecan, y posteriormente acusan a otro de las  consecuencias sobrevenidas por esa causa. La incredulidad y la pertinacia, enemigas de la dependencia de Dios.

Porque, (y aunque algo desviado viene al caso) tan mala es la mirada despreciativa del cristiano de una denominación hacia el creyente de otra, como la fobia y la conducta incivil, contraria a los principios cristianos de estos, solo por llevar la contraria a todo lo del otro. Sabemos que hay diferencias, pero tenemos o debemos tener todos, un solo objetivo; Cristo Jesús.

“El mundo es todo lo demás; un reino del azar y del error, los cuales lo dominan y gobiernan a su antojo, sin piedad ninguna, ayudados por la locura y la malicia, que no dejan de blandir su látigo”. (Arthur Schopenhauer)

Nosotros no somos Jeremías ni de lejos pero no podemos dejar de observar lo que nos dice el apóstol Pablo sobre esto: … que andéis como es digno de vuestra vocación, con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia unos a otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y padre de todos el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios 4: 1 y ss).

Es así que nosotros ante estas afirmaciones tan simplemente establecidas, no podemos explicarnos el espectáculo que da el cristianismo con sus pugnas y sus odios no disimulados entre las distintas confesiones. Nada edificante y que no agrada a Dios.

Por otra parte no vemos que objeto tiene que cada denominación, tenga su propia doctrina, y descalifique, cuando no arremete de palabra y a veces de obra a otras denominaciones que no piensan exactamente como ellas.

¿Hermanos separados, o enemigos irreconciliables? Mientras el mundo mira con estupor y desencanto esa separación tan venal y absolutamente impropia de cristianos que según su doctrina, (la de todos) blanden la palabra amor con insistencia, mientras que persisten estas enemistades que Cristo clavó para siempre y de forma rotunda en la cruz del Calvario. Eso es un hecho; lo que está pasando entre nosotros es otro hecho desgraciadamente distinto.

No es bueno que se tengan que aplicar a nosotros las palabras de Jesús cuando estaba siendo crucificado: padre perdónalos por que no saben lo que hacen. Por lo que se ve y se oye, algunos creen que Jesús dijo en la cruz otras palabras tales como: “Padre perdóname porque no sé lo que hago y digo”. ¡Pongámonos delante de Dios! Y en conciencia califiquemos esas situaciones con el criterio de Dios y no con criterios humanos. Y veamos que resulta.

Sigamos. Es también el temor a lo que piensen de nosotros las gentes del mundo, el que hace que nos relacionemos con los incrédulos en su propio terreno, por miedo a perder honores vanos que no provienen de Dios o por las burlas que podamos sufrir, y por lo tanto son contrarios a lo que Dios quiere para nosotros. Si estando recogidos y vigilantes tenemos tanto peligro de caer ¿que será si continuamente andamos enredados en las intrigas y murmuraciones de las gentes, ya sean amigos o adversarios?

Es indiferente que sea la propia incredulidad la que nos lleve a esa mala relación, como que esa mala relación sea la que cada vez nos dificulte más nuestra práctica piadosa y dependiente solo del Dios vivo. Él es, el que nos guía fructuosamente a lo largo de nuestra vida, como se dice por boca de los profetas: Yo soy el Señor Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir. ¡Oh si hubieses atendido a  mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar. (Isaías capítulo 48). Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33:3).

¡Que  abundancia de promesas y seguridades nos revela Dios en su palabra, y que mal las interpretamos y recibimos! ¡Que  caudal tan inmenso de ternura hay en nuestro Dios que nos guarda y nos ama tanto! Que nos ha señalado el camino seguro, para transitar fuera de la condenación merecida por todo ser humano desde el pecado de desobediencia de Adán.

En la mayoría de las ocasiones, estas dulces y ciertas promesas son para muchos mera literatura que no tiene en realidad poder ni respaldo de Dios. Pero ni la indiferencia, que es incredulidad encubierta, ni el temor a los hombres es capaz de impedir que haya muchas almas creyentes que beben literalmente con gran consuelo personal y poder espiritual, palabras como las que el Señor nos dirige por medio de los profetas y todos los hombres de Dios.

El mismo Cristo, en sus amorosas certezas a los suyos, no duda en aclarar a la perfección y sin ningún asomo de falsa interpretación, cual es el destino eterno de los creyentes en medio de un reproche amargo a los suyos. Y sabéis a donde voy, y sabéis el camino. El desconcertado Tomás, todavía apasionado por el poder de este mundo le replica: Señor, no sabemos dónde vas; ¿como, pues, podemos saber el camino? (Juan 14:5).

¿Es esa también nuestra pregunta hoy? Podría ser, pero ya tenemos la respuesta: ¿Tanto tiempo  hace que estoy con vosotros y no me has conocido?... El que me ha visto a mí ha visto al Padre. … Si me amáis guardad mis mandamientos... Pero vosotros le conocéis, (al Espíritu) porque mora en vosotros, y estará con vosotros. (Juan 14).

 ¿Que podemos añadir? el que lee, entienda. (Mateo 24:15)… ¡tanto tiempo!…) Es una triste realidad que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y que los argumentos no valen nada para el que no quiere argumentar, sino discutir o disputar. Dejemos a esos y prosigamos el camino.

 

ADMONICIÓN Y PROMESA DE CRISTO

 

Quiero que tú me digas en voz o con señales,

Que sientes en tu vida cuando aplasta el dolor;

Como luchas sin armas con tan furioso ardor,

Que el pecado produce con heridas fatales.

 

Quiero decirte, amigo, que te apocas en balde

Con una lucha sorda y un resultado vano;

Con un esfuerzo inútil, con un dolor insano,

Sin poder ni esperanza que te asegure y guarde.

 

Solo en mí busca el Cielo y el nevado jazmín,

El olor de la rosa y el ungüento de flor,

De mis manos piadosas que te colman de amor

Y sin precio y sin dudas te aseguran buen fin.

 

En mi pecho descansa tus temores y penas,

Con la paz de una vida sosegada y segura,

Las delicias gozando de mi caricia pura

Y palabras eternas, henchidas y serenas.

 

Si me rindes tu vida sin dudar un momento,

En total confianza de mi amor infinito,

Gustarás las delicias del consuelo bendito

Que mi Padre amoroso te dispense sin cuento.