Recomenzando

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

¿De donde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?

¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios.

(Santiago. 4-4).

 

El efecto de la orden divina, fue que se descubrieron todas las raíces del mal que reinaba en el interior de la apariencia de paz y prosperidad, en medio de la violencia real de aquel sistema enemigo y desdeñoso de Dios. Entonces se podría comprobar si el hombre dominaba y podía realmente controlar las fuerzas de la creación, y así poder demostrar que su desprecio a Dios tenía base sólida y eficaz  en el poder del  hombre.

A partir de entonces su suerte estaba echada, y Dios se había provisto de los medios para continuar su obra sin contar con aquellas gentes desleales e infatuadas en su progreso y civilización. Tal  como sucede en la era que vivimos, para ellos Dios no contaba y para Dios que en su paciencia los había soportado, dejaron de ser útiles para sus designios eternos y de ninguna forma merecedores de su amor y su protección.

Ignorando voluntariamente los dones de Dios o rechazándolos en su orgullo, atrajeron sobre sí la ira de Dios creador y mantenedor. Fueron destinados irreparablemente a la destrucción, en la manifestación terrible de la ira de Dios. Engreídos y ufanos por sus realizaciones y de su autosuficiencia, creían en su perpetua vigencia como ocurre igualmente hoy.

El hombre se infatúa al contemplar sus logros, tal como Nabucodonosor cuando contemplaba petulante la hermosa ciudad de Babilonia, sin poder imaginar lo prontamente que sería presa de sus enemigos. ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad? (Daniel 4:30).

En tiempo de Noé había satisfacción para muchos; las cosas marchaban bien. Había buenos arquitectos que construían edificios, monumentos, etc., valientes guerreros y bellas mujeres, elaboradas músicas, y diversiones para los momentos de ocio que serían muchos. Cultivaban la tierra, escrutaban los cielos, y eran poseedores de ganados, caza, bosques, etc. Todo era prosperidad y nadie podía pensar que en aquellas circunstancias pudiera caer sobre ellos una calamidad de tal magnitud como la que se preparaba..

Un juicio tan sumario e inminente era totalmente impensable, según su parecer, y  ni siquiera se ponderaba hasta que comenzó el anuncio de Noé. Ellos estaban ocupados en sus asuntos y, como Jesús señaló,  vivían totalmente ajenos a un juicio de Dios irrevocable e inminente. Para ellos todas estas sus actividades eran tenidas como buenas, pues les proporcionaban bienestar y satisfacían sus deseos y extravíos.

Pero Dios había manifestado ya su oráculo solemne e inmutable. ¡Destruiré la tierra! ¡Cuan negra sería la sombra de ese veredicto terrible, que arrojaría tanto mal sobre la escena de aquella gran prosperidad tan gratificante a los ojos del hombre!

¡Cuan acongojado quedó el corazón bueno de Noé al recibir la orden de Dios, y comprobar que todos los eufóricos pobladores de la tierra serían totalmente destruidos por aquel juicio determinado irrevocablemente! El arca en construcción, era el manifiesto de la incuestionable profecía y el instrumento de la condenación de todos ellos.  

¿No habría entre todos aquellos hombres recursos suficientes para conjurar aquella maldición de Dios sobre la tierra, ni guerrero ni sabio que con sus poderes pudiera conjurar este terrible castigo de Dios? Tanto poder y tanto conocimiento ¿no sería capaz de resolver como otras veces este peligro y detenerlo mediante medidas que, según ellos, les permitieron siempre resolver las crisis anteriores?

No había más que un modo único de evitar ser raído por los efectos de la maldición. Este fue provisto por Dios, y destinado y revelado al hombre de fe, y no al adivino, ni al sabio, ni al fuerte, ni al previsor. Solo hay comunicación con Dios por medio de la fe, y fue este instrumento el que Dios usó para revelar a Noé el juicio inminente y la salvación particular que  solo a él reservaba.

Así cuenta la Escritura: Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aun no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe. (Hebreos 11:7). Dios hace que su palabra arroje luz sobre aquello que ordinariamente engaña al corazón no redimido, y rompe en ese momento el espejuelo brillante y atractivo a la vista, obra del diablo, que en realidad la  entenebrece.

El demonio procura tapar con su señuelo engañoso, la corrupción que hay  en este mundo vano, enemigo de Dios y por tanto efímero y destinado a la destrucción, sobre el cual ya se han pronunciado las voces del juicio divino. Enseña (como a Jesús en vano) los brillos y los deleites de la vida. Cuando la incauta víctima se le entrega, le regatea todo cuanto le prometió.

De ahí la paranoia general que reina en una sociedad en la que ya tiene uno que andar desconfiado, por si alguien trata de agredirte o perjudicarte de alguna manera. Hay miedo, incertidumbre y, por el contrario, una arrogancia y jactancia agresivas, en las personas desligadas de la influencia de la voluntad de Dios.

La familia se quebranta socavados sus cimientos por el espíritu del mundo, y ya no es fuera de la ley que una menor de trece años sea violada por un mayor de más de cuarenta “si ella consiente”. ¡Con trece años! Esto es (según el mundano) un avance considerable de los logros que vamos obteniendo.

No hace falta que las cosas sucedan en las calles o dentro de inicuos recintos que no son ni de nombrar, sino que hasta en los colegios ya impera la indisciplina y la violencia. Los padres no hacen nada por disciplinar a los hijos, y la legislación permite la más pura y descarada anarquía. Los profesores viven bajo amenazas y su labor docente ha de ser al hilo de lo “políticamente correcto”.

Siempre ha habido abusos de los fuertes sobre los débiles en los centros de enseñanza, pero estas situaciones eran atajadas tanto por los profesores, como por los mismos padres que se avergonzaban de las malas conductas de sus hijos, y los corregían eficaz y severamente casi siempre.

Actualmente, si un profesor amonesta o castiga a un alumno es muy probable que se encuentre con una actitud airada y hasta violentamente agresiva por parte de los padres del educando, en unos porcentajes escandalosos. La labor de profesor será pronto declarada de alto riesgo, como ya se pide en muchos centros de enseñanza.

La moral, (aunque sea solo cívica) la autoridad de los padres sobre los hijos, es negada ya abiertamente y como es inevitable, antes o después, nos encontraremos con los resultados de estas actitudes. Y ya existe en todos los lugares medianamente desarrollados unas diferencias de educación, que son sorprendentes en un ambiente y legislación donde se hace énfasis en la igualdad.

Es la gran defección de los estudiantes de la Universidad, en la cual quedan fuera casi la mitad de los que inician los estudios. De los que siguen, un gran porcentaje termina una carrera de cinco años en siete, lo que es un aldabonazo más, ya que la desigualdad en vez de reducirse  se incrementará. Lo tocaremos a su debido tiempo con carácter irreversible. Es fácil bajar las pendientes, pero difícil subirlas y más difícil aun, si estamos acostumbrados a la atonía y a la dejadez.

Las vocaciones se derrumban; solo queda el deseo de ser empleado sin responsabilidad, para poder cobrar a fin de mes. El esfuerzo recompensable del estudio y la comprensión de los temas tratados en las aulas y en la experiencia de relación, se reduce a unos conocimientos rudimentarios de las materias de estudio, solo  para salir del paso en los exámenes

La familia (y esto es de rabiosa actualidad) ya no es el refugio y el estímulo que antes significó, sino que es una unidad de producción donde los niños permanecen horas y horas ante el televisor, adquiriendo y absorbiendo las más indignos enseñanzas de lo que, en ficción, se les muestra como una realidad que también es ficción. Así se promueve la anarquía, y la temprana búsqueda de placeres que llevan a la juventud a los más profundos pozos de la degradación moral.

Se busca negar y librarse de toda autoridad, y se cambia la utopía juvenil (todo lo errada que se quiera) por la búsqueda de la supervivencia tal como la conciben los países ricos, o la simple e inescrupulosa obtención del dinero sea como sea.

La culpa, dicen, la tiene la sociedad, y desde su punto de vista es bastante cierto, aunque voluntariamente ignoran que la sociedad y su moral se basan en el individuo. Todo proviene de la filosofía mundana, en la que el que no es rico se siente un miserable desplazado. Los escaparates se encargan, junto a los anuncios televisivos, de ponernos delante unos estímulos que nos llevan directamente a la perdición y a la frustración más extrema.

De ahí los odios y las agitaciones sociales, la llamada lucha de clases, que sustituye a la tan cacareada solidaridad, por la pugna de ser el que se lleve “el gato al agua”. En otros casos desembocan en la droga, el alcohol y las más funestas formas de prostitución imaginables. Eso se llama ahora “civilización y progreso”.

“Y si se lograra por estos medios de dogma ad hoc, o de la policía, la cárcel, o el deshonor, obtener un mundo acoplado y sereno para los hombres que somos corruptos, no se ganaría nada moralmente, puesto que solo quedarían encadenados los actos y no la voluntad. Podría ser de alguna forma correcta la acción, pero la voluntad continuaría siendo perversa”. (Arthur Schopenhauer).

Los estudiantes de hace cuarenta años se rebelaban contra una sociedad egoísta, y tenían en la solidaridad, el derecho y la justicia, las bases para su acción y el sustento de su utopía. Ahora ya todo se limita a seguir al partido, asociación, o alguna clase extraña de espiritualidad, etc., sin discernir lo que hacen.

Solo buscan acomodo, de cualquier manera, en una sociedad que descalifican, pero en la que quieren entrar a toda costa y sin el esfuerzo o el mérito, sino violando sus propias conciencias y emborrachándose de ideas con las que realmente no comulgan.

Esta nueva generación no modificará las cosas, como pretendían los estudiantes de los sesenta, sino que serán personas que no tendrán fuerza alguna de regeneración y sí de vulgaridad y de acomodación. Ya han dejado de ser el porvenir de la regeneración. Solo esclavos de los vicios, que dan como buenos, y de una triste alienación a principios con los que no tienen relación alguna en su propia conciencia.

En definitiva, todo está prostituido. Se habla de libertad, de que cada uno haga lo que quiera, de que la moral es algo alienante y represivo, pero se clama al cielo por el perjudicado cuando se produce (por ejemplo) una infidelidad entre una “pareja”. ¿En que quedamos? ¿Fidelidad o no fidelidad? ¿Se apela a la moral cuando conviene, y se deja de lado cuando es molesta en otras ocasiones?

Estos resultados tan amargos y de los que los medios de comunicación se hacen eco con gran escándalo, son exactamente lo que decía el profeta del pueblo apóstata de Israel antes de ser destruidos: ni de sus obras serán cubiertos. Es necio pensar que la mala conducta puede ser redimida mediante regalos al que es dueño de todo. Solo cabe ante Él, la rendición incondicional. Todos lo demás es inútil y engañoso.

Todo en esta sociedad, sea del signo que sea, es materialista a marcha martillo. Unos porque ávidamente acuden a cualquier medio para enriquecerse, disimulando tal ambición, aunque puesta en práctica sin ambages y con discursos que parecen (por lo melifluos) sacados de los mejores místicos del siglo de oro español.  La prepotencia del dinero, y la vida dedicada a revolcarse en las más secretas y sórdidas actividades, se conoce por todos los que las padecemos.

Ni en unos ni en otros, y menos aun en estos días, quedan ya atisbos siquiera de espiritualidad, en un pueblo molido por la propaganda e intoxicado por el resentimiento o por la supuesta superioridad de sus valores. Les vale más una jarra de cerveza que todos los valores habidos y por haber. Todos viven anestesiados por la bestia poderosa del poder y del dinero, con el consumo como acicate para que corramos tras de ellos y los llevemos a nuestras espaldas. A los ricos y a los pobres, que estos últimos son (o somos) ricos fracasados y frustrados al fin y al cabo.

Ya hemos dicho que las gentes han sustituido el espíritu del Evangelio, tan benéfico aun contemplándolo solo desde el punto de vista social, por el “yo sé lo que me hago”. Contradictoria forma de pensar que contrasta con el “victimismo” de todos, cuando se toca por cualquiera la parcela que les interesa. Se habla de moral y de ética cuando no hay ningún basamento que la sostenga, ni referencia ni otra cosa que retórica barata, pero que llega a las multitudes ansiosas de que se les dé la razón en sus extravíos.

Las ideas no mueven a las gentes, sino que las gentes convocan a las ideas para justificar sus intereses materialistas. Es lógico dado que hay licenciados en ejercicio que tienen faltas de ortografía, y escriben como un niño de parvulario. ¿Ideas? Ninguna. ¿Literatura? Decepcionante y de carril. ¿Arte? El de los publicitarios, si acaso.

Hasta los discursos más preparados, son por lo general, un cúmulo de despropósitos que solo pretenden ganarse el concurso de las masas, para aupar al poder a la persona o al grupo del que los pronuncia.

La honestidad, el honor, el bien hacer, el mérito del trabajo ¿que se ha hecho de estas virtudes sociales y morales? Todo esto ha sido echado por la borda y destinado a rellenar discursos melifluos o enfáticos, cuando seguidamente se perpetran las más bajas formas de ganarse a la gente, so pretexto de servir a las distintas sensibilidades.                          

El hombre natural es gobernado por lo que percibe con los sentidos, y elabora con su mente viciada por estos. El hombre de fe, está dirigido siempre por la pura palabra de Dios. Esta es su mayor tesoro y la luz segura que guía sus pasos continuamente, a lo largo de su camino hacia su anhelada meta que es la gloria de Dios. Esta palabra, da luz a su caminar, si bien en las circunstancias actuales que le rodean puedan presentarse tan innumerables obstáculos como realmente se le oponen.

Pero esa fe en la palabra y su mansedumbre al recibirla y ponerla por obra, alumbra abundantemente y no existe temor a equivocarse. ¡Dios es Luz! La promesa es preciosa y sumamente consoladora para todos: el que anduviere por ese camino por torpe que sea, no se extraviará. (Isaías 35:8).

Cuando Dios habló a Noé de un juicio de destrucción, no hubo para él ninguna señal insólita. Todavía nada se veía que indicara siquiera por indicios externos, la magnitud del cataclismo que se acercaba, pero Noé no esperó a que se produjera señal alguna que diera satisfacción a su vista o a su intelecto deductivo. Se aplicó con todas sus fuerzas y con todos sus recursos a construir el arca, pese a que todas las circunstancias ponderables por el hombre, estaban en contra de la aparentemente insensata labor de construcción.

Pero la fe no cesaba de actuar. Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó. (Génesis 6:22). Como Abraham más tarde, Noé esperó contra toda esperanza y con esa fe condenó al mundo, y libró su casa y su vida. Sin hacer el menor aprecio a las burlas de sus coterráneos, y apareciendo ante ellos como un loco sin control, se aplicó a obedecer la palabra recibida. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,  y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. (1ª Corintios 1:25).

Para Noé y para el creyente hoy y siempre, lo dicho por el Señor determina todo. Un solo verso de la palabra de Dios, es una contestación amplia y definitiva para todos los razonamientos y las especulaciones de la mente humana. Y más aun, de los extravíos de la mente de los paganos.

Así como Abraham tuvo que separarse de Lot, su pariente al que amaba y con el que había convivido tantos años, el creyente ha de separarse también de cuantas personas o cosas le impidan el caminar por el sendero de Vida. Por aborrecible considerará todo trato con hombres impíos, si de veras reina en su corazón el sólido amor a Jesús y a sus bellísimas y provechosas palabras y obras.

Abrahán se sostenía en su libertad y se pudo permitir, en la confianza de Dios, rechazar los dones que se le ofrecieron. Él confiaba en Dios y lo demás era cosa secundaria. Tuvo grandes riquezas para aquel tiempo, y pudo también salvar a su pariente Lot que se había extraviado tras la prosperidad y molicie mundana, que apetecía de los paganos que habitaban en las ciudades de la llanura.

Fatigosa es la compañía de muchos conversadores, y de los conciliábulos plenos de frivolidad de los que debemos huir como de la peste. Cuando el hombre está solo goza de la compañía de Dios y la percibe tan cercana, que cualquier cosa que la estorbe o distraiga le resulta enojosa y detestable. Quien interprete que eso es alejarse de entre los hombres, es que no ha conocido aun la presencia de Dios ni su amor.

¿De que sirve tener todo el conocimiento de las cosas que suceden entre las gentes? Después cuando quieras tener comunión con Dios, no puedes expulsar de tu mente esos pensamientos y excitaciones de tu corazón y de tu emotividad. Mejor es que te salves solo, y no que te pierdas rodeado de todas las multitudes que ahora te regodeas en tratar.

Mientras construía el arca, Noé fue siempre objeto de burlas y de desprecio por parte de todos; aun así salió adelante con su fe en Dios, sabiendo que al fin Él cumpliría su sentencia. A nosotros se nos requiere hacer otro tanto. Seamos constructores de nuestra arca espiritual que nos libre del castigo divino, que caerá sobre todo morador de la tierra. Jesús dijo en precaria ocasión a los suyos que estaban asustados: no temáis; soy yo. (Juan 6:15-21). Si estamos en Cristo ¿Qué temeremos?

 

 

 

SIEMPRE QUISE

 

 

Siempre quise tenerte a mí abrazado,

Y poder ofrecerte mi inocencia

Como ofrenda de gozo y excelencia,

Cual tesoro que a ti te había guardado.

 

Al mundo, tu enemigo, me he entregado;

Murió el encanto, punza la conciencia;

Solo siento en mi cuerpo pestilencia

Y a mi alma atormenta mi pecado.

 

No temo tu desprecio, ni tu enojo,

Sabiendo que mi falta has remitido,

Mas siento en mi interior ser un despojo.

 

Me causa tu perdón dolor profundo,

Y arranca de mi pecho más suspiros,

Sentirme para ti desecho inmundo.

 

Tu amor es tan fecundo,

Que pese a mi traición y mi mentira

Tus brazos acogiéronme sin ira.