Humildad fructífica

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

Y le presentaban niños para que los tocase;

Y los discípulos reprendían a los que los presentaban.
Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo:

Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis;

Porque de los tales es el reino de Dios.
De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño,

No entrará en él.
Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.
(Marcos 10, 13-16).

 

Hay un abismo sin fondo entre la soberbia y la humildad. Todo pecado es abominable ante la santidad de Dios, pero la soberbia es, sobre todos, en gran manera inmunda. Es el más aborrecido por Dios. Es pecado irreversible, pues no admite arrepentimiento y, por tanto, redención. Por ello, Satanás ya no puede librarse de su justa condenación. Ya no hay para él perdón ni esperanza, y su odio orgulloso contra Dios se aumenta más y más de la misma manera que su castigo se apresura.

Dios es justicia, aunque también es amor y perdón. Para todo pecado tiene una expiación, mediante el arrepentimiento y la sangre de su Hijo, pero trae juicios severísimos y casi irreversibles contra la soberbia: esta es el mayor obstáculo para el arrepentimiento y el perdón consiguiente.

El rey profeta David, dice que el Señor sabe nuestra condición falible y débil. Como el Padre se compadece... Porque él conoce... Se acuerda de que somos polvo. (Salmo 103:12 y ss.) Por ello Dios estableció, en el antiguo pacto, los sacrificios para expiación de los pecados que todo hombre comete... Porque no hay hombre que no peque. (1ª Reyes 8:46).Todos pecaron... Dios previó el pecado y la expiación. La sangre hará expiación de la persona. (Levítico 17:11)  Y... confesará aquello en que pecó. (Levítico 5:5).

Cualquier pecado confesado con arrepentimiento era expiado, pero en la actitud de total y sincera humillación. Entonces, y sólo entonces, era posible la reconciliación con Dios.

En el libro de Números se dice: Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. (Números 15:30).Estas son palabras mayores. Se ofende y ultraja la santidad de Dios con la soberbia, y esa persona será cortada de en medio de su pueblo. No se provee expiación sobre tal persona, sino que... Por cuanto tuvo en poco la palabra... Enteramente será cortada. (Números 30:31). Meditemos bien estas palabras.

Para cuantos pecados comete el hombre, hay un arrepentimiento como primer paso hacia el perdón de los mismos. Pero ¿cómo va a arrepentirse el soberbio? Sólo puede esperar la caída a lo profundo de la condenación. O, por la misericordia de Dios, la humillación, para que pueda haber arrepentimiento. El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. (Santiago1:9,10)

Sabemos que sólo Cristo es nuestro abogado ante el Padre, y nuestro continuo ejemplo. Solo hay que mirar hacia Él continuamente y pensar en lo que él haría en semejante situación en que nos encontremos. Siempre daremos en la diana. Dios ha provisto en abundancia, para remediar nuestras flaquezas y pecados. La concupiscencia propia de nuestra naturaleza caída, nos hace rodar y caer en pecados y trasgresiones. En ellas, reconocemos nuestra depravación e insignificancia; nuestra impotencia.

En el reconocimiento y quebrantamiento ante Dios, obtenemos el perdón. La soberbia no se inclinará jamás, y por ello, no nos permitirá arrepentirnos. Es enfrentamiento descarado y ultrajante contra Dios, blasfemia contra el Espíritu. Y sabemos que: la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada jamás. (Marcos 3:29).

Es soberbia no querer doblegarse ante Dios, lo que representa la separación absoluta de El. En la soberbia hay quebrantamiento, por que Dios no tolera que nada se le enfrente. El es el Absoluto, y ninguna mísera criatura puede pensar en disponerse cara a cara con El, como frente a un igual: pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. (Isaías 66:2)

Solo la diferencia entre Dios y cualquiera que se le opone con descaro y soberbia, nos permite medir la magnitud y atrocidad de tal pecado. En su día, Dios abate al soberbio: Ese día será un horno, y todos los soberbios serán estopa. (Malaquías 4:1).

Miremos por unos momentos y escuetamente la humildad de María la madre de Jesús. La joven y obediente doncella. Ignora; no entiende... Pero cree, y acepta la totalidad de cuanto el ángel de Dios le revela. No vacila ni da largas al mandamiento. Una vez informada, se entrega sin más condición. Es de Dios, y exclama: hágase conmigo conforme a tu palabra... La bajeza de su esclava... bienaventurada... esparció a los soberbios… exaltó a los humildes. (Lucas 1).

¡Cuán grandes cosas hace Dios con sus humildes y qué grato le resulta la confianza y la fe!  María, humildemente, aceptó que Dios la llevara en medio de las dificultades. Confió y entregó totalmente su porvenir y su persona, para que El hiciera en ella, su maravillosa obra en favor de los hombres. He aquí la esclava del Señor; (Lucas 1). Un simple y grandioso ministerio, para imitación de todas las mujeres creyentes. ¡He aquí la sierva!

Hermosas palabras cuando son sinceras, y se conoce que se ha sido llamado a una misión que el Señor emprende, contando con su criatura. ¡Heme aquí! Dijeron cuando fueron llamados Abrahán, Isaac, Jacob, José, Moisés Samuel…  y todos los hombres y mujeres de Dios. Esa debe ser nuestra respuesta, cuando hemos sido llamados con el llamamiento celestial por que Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. (Santiago 1:18).  

En la humildad trabaja Dios a su gusto, y aplica su formidable poder. ¡Qué gran estímulo para los discípulos, conocer la vía por donde Dios gusta penetrar en el interior de sus hijos! ¡Y qué fácil para El sacar todo de donde nada hay! Dios, siempre creador y amador de sus hijos, sean ante el mundo, grandes o pequeños. Él transforma. Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. (Isaías 57:15).

Fue la humildad de la joven María, y su aquiescencia a la voz del Espíritu de Dios y su obra, lo que hizo posible que nuestro Redentor naciera de mujer. Hágase conmigo conforme a tu palabra; (Lucas 1:38).  Esta es la respuesta que Dios espera de nosotros, sus elegidos para hacer sus maravillas contando con nosotros. Y las hará contando contigo... y conmigo. La que a cada uno corresponda y nada más.

Como dijo Pablo, así deberás hacer tú y deberé hacer yo: pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios.  Filipenses 3;13 y ss).

¡Oh! ¡Que comprendiéramos en toda su magnitud y belleza estos grandes pensamientos! Los oráculos de Dios, buscados, conocidos, estudiados y puestos bajo oración para poder decir: ¡Hágase! Sin más aditamentos. No teologías complicadas que no entendemos muchos, ni más asuntos que los que Dios había escuetamente ordenado.

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Lucas 1:31). Una orden simple, a la que ella se limitó a decir: hágase conmigo conforme a tu palabra. Nada más y nada menos. Una joven aldeana, sin títulos ni relevancia social alguna, da la respuesta justa que se espera también de nosotros.

Esa es nuestra actitud, cuando se nos ordena seguir a Jesús. ¡Heme aquí! Ya no importa lo demás. Dios te ha escogido, y te ha dicho escuetamente lo que has de hacer. Hazlo. Es tu parte. No te preocupes el ministerio de otros ni de la brillantez de este comparado con el tuyo que es breve y oscuro. Es tu misión. Para el creyente la palabra de Dios determina todo. Y Dios dirige tu camino, hasta cumplir en ti, lo que en ti se ha propuesto hacer.

Por el contrario, nada es más horroroso y abominable que la soberbia y la altivez de espíritu. (Proverbios 16:18).No nos será posible, de éste modo, acercarnos a Dios. El rey Uzías lo hizo y se volvió leproso de por vida: su acción soberbia fue lo último que hizo en el templo de Dios, pues, como leproso, habitó apartado del pueblo sin poder volver a entrar en el templo. Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios. (2º Crónicas 26:18 y ss.)