Mis leyes en sus corazones

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

¿Luego por la fe invalidamos la Ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la Ley.

(Romanos 3:31).

¿Que diremos pues? ¿La ley, es pecado? En ninguna manera.

Pero yo no conocí el pecado sino por la ley.

(Romanos 7:7).

 

Sería necio pensar que el Señor Dios, omnipotente y sabio, se comportaba ignorantemente en la cima del Sinaí dándole a Moisés la Ley, por la cual se había de regir su pueblo, mientras abajo del monte este se entregaba a toda clase de idolatría y extravíos nefandos.

El Señor tenía un propósito para su pueblo y para toda la humanidad, y la defección del pueblo no podía anularla. Moisés siendo fiel a Dios, procedió con ira, despecho, celo de Dios, y rompió las Tablas de la Ley. Dios le hizo volver a escribirlas. No se rompía la Ley, por muy mal que el pueblo se comportara.

La Ley es inconmovible. Solo la justa aplicación de Jesús, elevándola de nivel por medio del amor verdadero, a imitación e inspiración de Dios por el Espíritu, es capaz de realizarla desde otra perspectiva, que la enaltece y perfecciona.

También Jesús tuvo que aclarar al pueblo llano, que la ley era buena y que no valía cualquier cosa para honrar a Dios. La Ley era válida, aunque en la cátedra de Moisés, es decir en la legitimidad de la Ley, se establecieran los escribas y sacerdotes infieles con abuso y torcimiento de las Escrituras en su propio beneficio.

A estos también acusó, con rigor y potente admonición, de hacer de la  Ley (Tanaj), Un fetiche con que oprimir al pueblo, y mantenerlo sumiso a sus espurias interpretaciones. Jesús dijo que Él no había venido a abolir la Ley sino a cumplirla como Su Padre quería que se hiciera, en Espíritu y en verdad. (Juan 4:23).

Tras de Pablo que plantaba iglesias, iban los judaizantes tratando de imponer la Ley en todos los puntos, tanto ceremonial como en la letra. Contra ellos y con semejante aspereza y denuedo, como Jesús anteriormente, también luchó Pablo para establecer el lugar adecuado de toda la revelación del Señor. Estad pues firmes con la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos bajo el yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1).

Lo que está sucediendo en la Cristiandad (con sus numerosas excepciones) hoy y en pasados tiempos, es lo mismo que estamos exponiendo de los judíos del tiempo de Jesús, tanto de los "celotas" con su esperanza guerrera, como con los tradicionistas, que hacían caso omiso de lo que tanto repitieron los profetas a lo largo de todos los tiempos.

Jesús dio a la Ley el valor, rango y práctica que su Padre demandaba desde siglos y milenios. Si la Ley no está escrita en los corazones es vacía, y solo letra imposible y áspera de cumplir. Pero si es puesta la semilla de ella en nuestros corazones , por el amor del Espíritu de Cristo, se torna suave y deleitosa, y proporciona la maravillosa experiencia de saber que marchamos por el buen camino. Es luz para nuestros pasos y no un obstáculo para nuestra dicha y esperanza. Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105).

David era un hombre según el corazón de Dios y en él vemos que su delicia era contemplar la Ley, admirarla y cumplirla. Era hombre, y como tal no podía llevar a cabo sus nobles y fieles aspiraciones para con Dios. Por ello clama. Afligido estoy en gran manera. (Salmo 119). Por eso mismo echaba mano de la misericordia, que era lo que les faltaba a los escribas y los fariseos ante los pecados del pueblo. (Mateo 23:23).

Jesús les señaló también a ellos, como infractores que eran, de otros puntos de la Ley quizás distintos de los del pueblo común, pero no menos dignos de castigo por cuanto eran los encargados, y de ello se jactaban, de conducir al las gentes por los caminos rectos del Señor.

Tanto él como los profetas que le precedieron daban al Templo el verdadero y grandioso valor de la presencia del nombre de Dios en este, pero avisaron insistentemente que no bastaba con decir: Templo de Dios es este; Templo de Dios es este. (Jeremías 7:4-5-6) y Jesús les aplastó su orgullo diciendo: Vuestra casa os es dejada desierta. (Lucas 13-5). Como en el santuario de Silo quedó el Templo de Jerusalén después de que la presencia del Señor lo dejó, y aquella casa ya no fue más la casa de Dios, sino “vuestra casa”, es decir, la casa de hombre y no habitación de Dios.

No se trata, insistimos, de salvarse por el cumplimiento total de la ley; es imposible para el hombre, que a causa de la semilla de la corrupción en que nace, es impotente por naturaleza para hacer el bien, y salvarse por el cumplimiento estricto de una ley.

Pedro, apóstol, dijo a los que le escuchaban en el concilio de Jerusalén: Ahora pues, ¿Por qué tentáis a Dios poniendo sobre la cerviz de los discípulos, un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos. (Hechos 15:10,11).

Este argumento tan claro, y más aun si se escudriña todo el contexto del capítulo, no es óbice para que sea real y efectiva la instrucción de Pablo que, sin contradecir lo expuesto, sino dándole el sentido y énfasis apropiado, ruega a todos los creyentes: que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (o de razón). No os conforméis a este siglo sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:1-2).

Es muy fatigoso para el enseñador, que en unos lugares tenga que presentar la Gracia contra la tiranía de la Ley, y en otros distintos, aunque del mismo modo, fieles al Señor, tener que defender con denuedo los requerimientos del Evangelio, para una vida santa y grata al Señor, que nos dio gratuitamente tal salvación. Y así puede decir el apóstol Pablo a los hebreos celosos de la ley, y creyentes en la salvación que es por la sangre de Cristo: ¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? (Hebreos 2:3).

Este constante debate entre las opciones de Gracia y Ley, ya deberían haber sido resueltas de una vez por toda la Iglesia, y dada a conocer a los santos escogidos, para acabar para siempre con estados de ignorancia, angustia, y también hay que decir, de disipación. Las posturas decididamente contrarias y sostenidas a sangre y fuego, no son el mejor caldo de cultivo, para la adoración universal de todas las iglesias cristianas en el mundo.

A causa de esta situación entre las personas que componían la iglesia de Corinto, y que mantenían pertinazmente entre ellos unas posiciones que rondaban, no ya la discrepancia, sino la abierta  enemistad les escribió Pablo: Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. (1 Corintios 1:10). Creo que podemos estar seguros de que los discrepantes obraban de buena fe. No lo dudemos. Pero no mantenían el espíritu de unión entre ellos, y Pablo tuvo que reprenderles sus muchas desviaciones y querellas.

Es motivo de perplejidad para el que, con recto corazón, se acerca a estas divergencias. Un destacado teólogo tuvo que decir sobre estas discrepancias enconadas:Digamos de nuevo que el estar en desacuerdo con buenos y valiosos maestros es indeseable por no decir más; pero cuando estos maestros aparecen a ambos lados de una cuestión, como pasa en la presente discusión nos parece que no cabe la alternativa”. (Chafer)

La gracia de Dios salva y lleva a sus hijos a la gloria y sanidad, mas no da “patente de corso” para pasar por todas las cosas mundanas, y romper la paz entre cristianos, sino que, por solo gratitud a nuestro buen y soberano Dios, andemos agradándole siempre. Que fallamos, es patente día a día y ello nos mantiene en nuestro verdadero sitio, es decir, en el de la humildad.

Nuestras caídas nos avergüenzan, y a la vez nos hace reconocer nuestra impotencia y debilidad, así como nos da a conocer la maravillosa gracia y amor de nuestro Padre celestial, que por el Espíritu Santo acude a fortalecer nuestra debilidad. Es, en resumen y simplificando, saber quien somos nosotros y quién es Él. La constatación de esta diferencia nos hace tomar la posición correcta.

La Escritura Santa, es toda la Biblia de tapa a tapa. No cabe decir, que lo que Dios dispuso hace muchos años ya no tiene valor. Que los profetas, los Salmos, etc., ya no tienen vigencia espiritual para nosotros. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.  (2ª Timoteo 3:16-17).

¿Que Escritura era esta de que Pablo habla, sino la que en aquel tiempo existía? es decir lo que nosotros denominamos hoy Antiguo Testamento. Ni esta Escritura se entiende plenamente sin los Evangelios, Epístolas, etc., ni estas sin el precedente de lo que los judíos y el mismo Jesús llamaron sin ambages, “La Ley”. Es decir la Tanaj, que englobaba la Torah, Profetas y Escritos judíos.

Lo que entendemos por Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo, es la misma palabra de Dios cumplida perfectamente, por el único que podía hacerlo: el Hijo de Dios. Cumplida totalmente, no abolida. Perfeccionada y superada, no anulada. Clavada en la cruz, aunque válida para el juicio de Dios contra los sometidos a la Ley.

Ya no aboguemos por una forma perdida de vivir, ni por la transigencia culpable. Llamemos a lo malo, malo y a la luz llamemos, luz. !!Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!  (Isaías 5:20).

La Palabra iluminadora de Dios nos guía a lo largo de nuestro fatigoso caminar por los senderos de esta vida, tan sembrada de obstáculos para todo fiel cristiano. Toda la Palabra, sin la menor duda. El hecho de que Jesús cambiara el modo de practicar la Pascua, por la mesa cristiana del  Ágape, sustituyera la sangre de la aspersión por el vino de la concordia y el pan de la solidaria participación, no cambia sino algunas formas, más no el fondo. Su gracia suple toda falta de nuestra humana debilidad, y nos hace partícipes de su presencia por que dijo claramente. He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. (Mateo 28:20) Basten esas promesas para que todos procuremos ser uno con él y cesen las discordias y divisiones.

Simplificando y como texto definitivo que rompe por sí solo la división, la Escritura dice por boca del mismo Jesús… si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, le será hecho por mi padre que está en los cielos. Por que donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:19 y ss.).  ¿Lo hemos probado alguna vez? ¿De verdad? ¿Para cosas espirituales o para obtener ventajas terrenales? Seamos rigurosos y cautos, para no engañarnos a nosotros mismos.

Jesús, con su sacrificio es hecho justicia para el hombre, porque este ha transgredido la Ley: Id, pues y aprended lo que significa, misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. (Mateo 9:13).  ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. (Romanos capítulos 5 y 6).

En un antiguo proverbio se decía algo muy sabio. “Los que se pierden son los que desconfían de la misericordia de Dios, o locamente abusan de ella”. Los dos extremos. Y si lo pensamos detenidamente así es. Esto atañe a los dos extremos; los legistas y juzgadores de hermanos, y los que creen o quieren creer que pueden pecar de forma continuada en los mas nefandos pecados, porque al final la gracia actuará automáticamente y saldrán ilesos.

Recuerdo que de mis amigos más cercanos había cuatro que estimaba profundamente. Eran personas atractivas y valiosas, aunque su forma de vivir apoyándose en las ventajas que les proporcionaban esas cualidades humanas, les llevó a la muerte prematura. Los cuatro murieron jóvenes, después de una vida crapulosa y dañina para sus familias y para quienes los tratamos y quisimos.

Lo que se desprende de esta forma de pensar, lo podemos comprobar en el lamentable modo de vivir en que se hayan inmersos, muchos de los que se llaman cristianos. Nuestra postura es clara y definitiva. Si elegimos en su día seguir al Maestro y nacimos de nuevo, no recibimos del mundo sus pompas y sus obras. Cada cual hará lo que sea su llamada, bien hacia la Luz, o irremisiblemente hacia las tinieblas.

Digamos como el apóstol Pablo cuando cansado y acosado, exclamó con amargura: Pero lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por  quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada ni la incircuncisión, sino una nueva creación. 

Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios. De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús. (Gálatas 6:15-16-17).

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay Ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:22  al 26).

Nuestra llamada celestial, nos lleva a tomar en consideración seria y firme, todas las llamadas de admonición o reprensión que Dios nos envía por medio de su Palabra. El premio supremo es nuestro móvil y meta, y la salvación actúa constantemente en nosotros. Salvación, es salud integral de todo nuestro ser. El mundo es enemigo de nuestra salud y felicidad.

No es en balde que se nos requiere a los creyentes: Sed pues imitadores de Dios como hijos amados. (Efesios 5:1). ¡Imitadores de Dios, en su amor y en su misericordia para con nosotros! Para cualquiera (y respetamos el sentir de todos) que mire con ojos obedientes y con amor al Señor, creemos que este y otros requerimientos de semejante valor que aparecen constantemente en la Escritura, son indeclinables desde nuestra forma de contemplar las manifestaciones de los profetas y apóstoles de Jesucristo.

Si la ley de amor, que Dios ha puesto a nuestro alcance no obra en nuestros corazones, inútilmente nos esforzamos por llevar a los demás a nuestro pensamiento, que necesariamente será cambiante, al no tener el anclaje del Espíritu Santo. Lógicamente, si les vencemos con nuestra palabrería y nuestra prepotencia y posición social, solo lograremos rencor y rechazo. A lo sumo una adhesión interesada, y tan falaz como los argumentos que les hemos proporcionado.

Exponer la verdad es sentirla en nuestros corazones, bien ajustada y llenando hasta rebosar, porque no podemos pretender llevar a otros a donde nosotros no queremos ir. Establecer exigencias que nosotros no asumimos, a los demás, es falsía y tarde o temprano es descubierta por todos.

No es ese el método de Jesús, que no trató que nadie se rindiera ante una palabra suya,  que no fuera pronunciada en la absoluta sumisión a su Padre, con indiferencia de las reacciones que tuvieran sus interlocutores, fueran amigos, indiferentes, o enemigos. Nunca dijo algo que él no hiciera antes y mejor que cualquier otro. La pregunta que hizo a los opositores a su doctrina estremece por lo valerosa y certera: ¿Quien de vosotros me redarguye de pecado?  Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? (Juan 8:46).

La ley no queda invalidada, como hemos expuesto anteriormente, sino que cada exigencia de ella es endulzada por Jesús con la miel del amor y la misericordia, para con los convictos y confesos. Solo el hombre pertinaz y de espíritu de rebeldía incurable, es dejado de la mano de Dios para el final que ineluctablemente vendrá sobre él.

Para los que se le acercan hay una frase conmovedora de la Escritura: Porque yo se los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Yahvé, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo corazón. Y será hallado por vosotros… (Jeremías 29).

Esperanza completa en los constantes obsequios de Dios, que nos permite, disfrutar con limpieza y grandísima alegría y libertad de los innumerables dones que Él nos proporciona. Y el mayor de todos es Cristo y su paz. Con Él vivimos la belleza de la creación. Dios nos quiere felices y libres. Somos sus hijos y, como padre que es, quiere siempre lo más conveniente para los suyos.

 

 

CERRAZÓN Y LIBERTAD

 

Tu empeño es bien estéril, adusta cerrazón;

Quiero vivir gozando de toda la creación;

Negarla y reducirla es sórdida traición

A Dios que hizo la vida, el goce y la ilusión.

 

Alabo al Dios del Cielo por besos y caricias,

Por flores, por arbustos, por cantos, por albricias,

Por penas, por dolores y hasta por injusticias,

Por cándidas criaturas sin sombras ni malicias.

 

Por todo cuanto Él hizo, por todo cuanto hará,

Por que Él es fortaleza y yo debilidad,

Por ser el juez de todo, aljibe de piedad,

Por bueno y generoso, por que es mi sanidad.

 

Estólido es quien piensa que Dios se ha equivocado

Haciendo un universo deforme y desgraciado,

Solo de errores lleno, de mal y de pecado,

Siendo que él ha reabierto aquel jardín vedado.

 

Yo en fe y en confianza sabré por sus caminos,

Cantar en fe y justicia con címbalos divinos,

Gozando de su obra sin recelos mezquinos,

Mientras que junto marcho con otros peregrinos.

 

La vida que me otorga la quiero disfrutar

Amando las estrellas, los árboles y el mar,

Los prados y regatos do vienen a libar

Las aves cantarinas, el ciervo o el chacal.

 

El arte, la belleza de tantas obras gratas

Que Dios nos fue creando sin duda y sin erratas,

Estrellas y luceros, en acordes sonatas,

La luz que nos envía el sol en cataratas.

 

La charla intrascendente sentados junto al fuego;

Oír largas historias del viejo y del labriego,

Los dichos de los niños absortos en el juego

Y orando al acostarme, dormirme con sosiego.

  

No quiero, despreciando, su  obra y su victoria

Vivir yermo e inútil al margen de su gloria,

Que en profusión divina llena toda la historia,

Y de sus grandes hechos inunda la memoria.

 

Usando de sus dones, con prudente cordura,

Gozo de su abundancia una eterna llenura,

Y salgo al aire libre de la caverna obscura,

Rindiéndole alabanza por darme tal ventura.

 

No curo de doctores ascéticos y hueros

Pues Dios, con su palabra, es sano consejero;

Jesús, el que se entrega como ácimo cordero,

Me da la salvación y es santo compañero.

 

Y así, con esperanza, disfruto la amistad 

Que Dios me ha concedido de buena voluntad,

Me afirmo en sus promesas, alabo su bondad

Y soy un peregrino que marcha en libertad.