Juicio

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída

 Y  presentaros sin mancha delante de su Gloria

 Con gran alegría,   

Al único y sabio Dios, nuestro salvador,

Sea gloria y majestad, imperio y potencia,

Ahora y por todos los siglos.

(Judas 24).   

 

Como era el caso de los que vivían antes del inminente diluvio, esos anteriormente mencionados intentos de unión, no santificados por el amor y la verdad, fracasaron lamentablemente, y proporcionaron terribles castigos a los que lo practicaron. La unión de lo que era santo con lo profano, destruyó el bien, y el mal llegó a su colmo precipitando los hombres, sobre sí mismos y sobre toda la humanidad, los juicios de Dios.

Noé permaneció puro en la fe, y juzgó a toda su generación. No era alienación, como se dice ahora con calumnia, por los paganos e incrédulos, a los que creen en la palabra de Dios. Era pura confianza, y para él algo inminente y seguro el diluvio anunciado para un futuro más o menos cercano en el tiempo, pero efectivo en lo que era una realidad ya determinada.

Para el que no duda, sino que cree a Dios, sus promesas todas son pura entidad presente. Tendrán sus secuencias en el tiempo, pero desde el momento en que le son anunciadas son ya una firme realidad. Hoy casi nadie está convencido de nada, y por tanto puede ser persuadido por cualquiera de la más disparatada superchería. El hombre de certidumbres sabe siempre adonde va, sean cuales sean sus vicisitudes. Los demás son cañas agitadas por todo viento de doctrina o por toda clase de superstición.    

Bien sabemos que somos muy pocos los hombres y mujeres de fe, y que hemos de movernos en un espacio moral muy estrecho, comparado con el que tienen los impíos. Esto ocurre frecuentemente en el caso de los jóvenes, que defienden esta verdad practicándola.

Muchos negociantes y trabajadores cristianos, hallarían en asociaciones de trabajo muchas ventajas para sus (a veces) escuálidos negocios. Sin embargo, y pese a la pérdida de oportunidades, se abstienen de enredarse y se conforman a la voluntad de Dios confiando en su fidelidad. Su fe los sostiene y gustan más del agrado de Dios, que del agrado de los hombres.                                                     

Se suele argumentar, que lo que realmente tiene valor es el amor. Es verdad que doctrina sin amor, poco vale en la práctica. Que si entregarse al fuego, tener toda la fe, dar todo a los pobres, etc., no vale nada sin amor, ¿que es lo que vale sin amor? (1ª Corintios: 13). Somos, o debemos ser, un manifiesto de la gracia de Dios.

Somos alguien que no persigue, sino por el contrario, ayuda a todo aquel que duda y sufre a causa de estas dudas. Un impulso vital para con los que esperan o reciben a Jesús,  y también para aquellos que le desconocen.  Hacemos y creemos lo que nos enseña Jesús, y  no haremos proselitismo parcial, descarado y hasta ofensivo para con las congregaciones  de distintas observancias.

Seguimos el mandato del apóstol Pedro: santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia, ante todo aquel que os demande la razón de la esperanza que hay en vosotros. (1ª Pedro 3:15). Con mansedumbre y reverencia; no con golpes de pseudo-conocimiento o violencia física. “Las ideas se exponen, no se imponen”. (Juan Pablo II).

Solamente permaneciendo en actitud de separación de los valores mundanos, puede el creyente llamar la atención de forma natural, sin estridencias, y hacer de tal manera su conducta tan buena y peculiar, que llame la atención de los paganos e incrédulos, que viven vidas desordenadas y tristes. ¿Que aprovecha estar bien vistos en esta vida por los poderosos y grandes, imitando sus conductas, si no somos ante Dios contados entre sus escogidos?  

Aborrece Dios al que busca la consolación en débiles criaturas que no tienen poder. El cristiano, como el salmista, clama en todo momento: Como el ciervo brama por la corriente de las aguas, así clama por ti, ¡oh Dios! El alma mía. Mi alma tiene sed de Dios; del Dios vivo. (Salmo 42:1-2). Por el contrario las multitudes corren y se juntan tras las vanidades, tratando con gran esfuerzo de agradarse unos a otros, sin conseguir nada más que turbación y hostilidades mutuas.                        

Evidentemente, si así lo quisieran, las gentes inquietas e instruidas, harían su ejercicio de introspección y buscarían sinceramente la verdad. Verdad que es solo Cristo, que dijo de sí mismo. Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. (Juan 14:6). Y también: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. (Juan 14:9).

Las tres seguridades, tan buscadas y nunca encontradas por el hombre sin Cristo. Un camino seguro, conocer la verdad, no suponerla o confundirse, y vivir para siempre por cuanto Dios puso en el hombre ansia de inmortalidad. Y Él no defrauda ni da falsas esperanzas.

El hombre que es sincero y quiere situarse en esta vida ante la realidad, busca principalmente esas tres grandes afirmaciones que le den ubicación firme ante las contradicciones de la vida. Es difícil, aunque Pablo apóstol tiene una excelente fórmula para no desfallecer: Echa mano de la vida eterna. (1ª Timoteo 6:12)

Ocioso es decir, que solo encuentra la verdad el hombre que la busca, sin querer involucrarse en otras verdades parciales, que le desviarían de su objetivo. De estas hay tantas, que ya no se trata de buscar una aguja en un pajar como se dice por las gentes, sino de encontrar una aguja en un pajar lleno de agujas.

La primera que encuentras entre muchas, (que lo mas probable no es la verdadera) es la que te confunde. Si todavía insistes, encuentras más agujas y así, cuando encuentres varias, podrás considerar en tu confusión que no hay una sola aguja verdadera, sino que hay muchas que son a la vez verdaderas y falsas. O sea, que contienen tanta verdad o mentira como cualquier otra. Y más aún,  haciendo un juego de palabras; que no son “la verdad verdadera”. Mas ajustado todavía, que no hay verdad, por la única razón de que tú no has dado con ella o la has despreciado si la encuentras.

De ahí el espíritu de anarquía en que se ha transformado el libre examen, que tanto impulsaron y defendieron los reformadores, tanto los que salieron y los que quedaron en la iglesia medieval y del Renacimiento. Eso se les ha reprochado siempre, sin tener en cuenta que las desviaciones no son responsabilidad de ellos.

Ahora todo es relativo, y tan verdad o mentira como otra cosa cualquiera. O como Pilatos se preguntan ya indiferentes: ¿que es la verdad? Así comienza a actuar el relativismo moderno. La nueva religión, junto al hedonismo y el desprecio a la verdad.

Un hedonismo basado en la prosperidad y en la superabundancia de información de toda índole, que hace que la paz no sea posible para llevar una vida de piedad, sino por el contrario un motivo para caer en los más bajos instintos del ser humano y en las más sofisticadas, y al par, groseras doctrinas que se puedan imaginar. La religión sometida a bigardos y gente de toda laya, para llevar a las gentes a los más abyectos actos y pensamientos imaginables. Los deseos de ser, figurar, dinero, poder, priman en la escala de valores de la inmensa mayoría.

En el caos del pensamiento mundano tan nutrido de filosofías contrapuestas, de superstición, ignorancia y altivez, es difícil para el hombre que no ha sido tocado por la unción del Espíritu dar con la verdad que es manipulada por tantos, y adornada con las  lentejuelas del brillo mundano. Relativismo, hedonismo que es búsqueda ansiosa de placer, o indiferencia hacia todo lo que no encaje con nuestra conveniencia del momento. Esto es lo que  reina en esta sociedad tan secularizada y ya perdida del todo.

Grandes inteligencias se afanan para dar a todo su pertinente explicación, pero al tratar los temas con la consabida frase, “los tiempos son así” resulta que solo se trata de decir lo que pasa cada día. Cualquier persona que lea un periódico o vea la televisión, radio etc. percibe las sensaciones que se explican tan prolijamente, “hinchando el perro” como se dice en el argot periodístico cuando se quiere remachar repetidamente una idea, para introducirla en la mente de la gente. “Esto es lo que hay” se dice, y así queda la querella.

No sirve de nada decir que la juventud está mal formándose, cuando por el sistema de vida, que estudian y aplican tan minuciosamente, saben que no hay medidas para evitarlo. La pobreza, la discriminación, la promiscuidad, la ignorancia, el hedonismo rampante, no se pueden tratar ni disminuir a base de recetas humanas, que no han dejado de demostrar con los hechos que son inútiles, si no contraproducentes.  

Se confeccionan magníficos y enjundiosos tratados, con notas al pie para constatar las buenas fuentes de las que se nutren, pero al final terminan con una constatación común e ineluctable. “Esto no hay quien lo arregle”. Los sistemas han periclitado y fracasado estruendosamente, (no se nos niegue por favor) aunque tengan tan abundantes defensores y seguidores de toda condición social, raza o hasta religión. Nada como la libertad y el orden. Eso es lo que ofrece el cristianismo.

La humanidad vive ansiosa y plena de miedo a todo. Porvenir, situación, satisfacción de sus dudas y meditaciones, al final todo lleva al hombre a Dios si se detiene algo a pensar. El hombre, al desembocar (ineludiblemente) sus pensamientos en Dios, se rebela y no quiere dejarse atrapar por alguien a quien odia mortalmente.

No desea ir a la fuente en donde basar sólidamente, sus elucubraciones e inquietudes. Y así el miedo es una constante en el devenir humano, desembocando en paranoias altamente destructoras.  Y en la mayoría de las ocasiones, ridículas.

La iglesia de Dios tiene que reaccionar, y no dejarse aplastar por este caos, aun a costa de que la persecución, la burla y toda clase de males se abatan sobre nosotros. Predicamos a Cristo crucificado y no otra cosa, y no dejamos de esperar en el Cristo resucitado, porque ese es nuestro destino eterno. Ser uno con él en la muerte, y uno con él en su resurrección.

El cardenal Ratzinger considerado por el teólogo Hans Küng y bastantes más, un “duro” del Vaticano, pero hombre de espiritualidad manifiesta y auténtica en todos sus escritos, dice estas sabias palabras en su viejo libro, “Mirar a Cristo“: “Una sociedad que hace de lo auténticamente humano únicamente un asunto privado, y que se define a sí misma en una total secularización (que por otra parte se hace inevitablemente una pseudoreligión y una nueva totalidad esclava), una tal sociedad se hace melancólica por esencia, se convierte en un lugar propicio para la desesperación. Se funda de hecho en una reducción de la verdadera dignidad del hombre”.

“Una sociedad cuyo orden público viene determinado por el agnosticismo no es una sociedad que se ha hecho libre, sino una sociedad desesperada, señalada por la tristeza del hombre que se encuentra huido de Dios, y en contradicción consigo misma”.

“Una Iglesia que no tuviese la valentía de evidenciar el valor, incluso públicamente, de su visión del hombre, habría dejado de ser la sal de la tierra, luz del mundo, ciudad sobre un monte”.

“Y también la Iglesia puede caer en la tristeza metafísica-en la acidia-: un exceso de actividad exterior puede ser un intento lamentable de colmar la íntima miseria y pereza del corazón, que siguen a la falta de fe, de esperanza y de amor a Dios y a su imagen reflejada en el hombre”.

“Y puesto que no se atreve ya a lo auténtico y grande, tiene la necesidad de ocuparse de las cosas penúltimas. Sin embargo ese sentimiento de “demasiado poco” permanece en crecimiento continuo”. Sic.   (J. Ratzinger).

Ese “demasiado poco” es lo que sienten muchos que, a pesar de su fidelidad, sienten que no están del todo en lo “grande”, y este estado de ánimo les produce inquietud. Una inquietud que pone en los corazones el soplo del Espíritu, para que caigamos en la cuenta y rompamos de una vez con la mundanalidad y el descuido espiritual.

El que sí es tocado de la mano de Dios, tal como el Eunuco de la reina Candaces, ese busca la verdad y no cesará de buscarla hasta que Dios, por el Espíritu de Cristo, se la muestre de alguna manera que en su gracia provea. Dios no cesa de llamar a aquel que tiene elegido desde la eternidad, y no le dejará huérfano de ocasiones, para que se acerque a Él.

La obra es de Dios, y el hombre solo tiene que vivirla y gozarla. Si ama a Dios, le será liviana ocupación y muy deleitosa.  Al Eunuco, por orden del Espíritu, se la acabó de mostrar Felipe. (Hechos 8:26 al 40). A Cornelio fue Pedro el que le  testificó. El Espíritu Santo fue el que ordenó los pasos de todos, al encuentro de la gozosa verdad. (Hechos 10).

Muchos nos preguntan, cuando llana y claramente les exponemos estas consideraciones. ¿Y como se va a cumplir el dicho de Jesús, de que somos “como ciudad edificada sobre un monte” a la vista de todos? ¿Como vamos a evangelizar, si andamos remisos de juntarnos con las gentes del mundo, tan necesitadas de conocimiento? Y otras tantas preguntas de este estilo, aparentemente cargadas de sentido.

Pero ya hemos dicho que Jesús puso énfasis, en que en el amor y en la unidad en el Espíritu, era donde verían las gentes la autenticidad de los valores cristianos. El dijo que estábamos en el mundo, pero no éramos del mundo: Yo les he dado tu palabra: y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17:14).

El mundo aborrece a Cristo. Las predicaciones son un elemento esencial, cuando van acompañadas de un testimonio de vidas entregadas a Dios. Eso llega a las gentes, y trae a Cristo a los que se han sentido llamados a otra realidad distinta, y más justa que la que están viviendo en su decepción.

Sansón mientras permaneció con su fuerza dispuesta para su pueblo, fue libre a pesar de su notorio descuido de separarse de entre los filisteos. Mientras ocultó su secreto a Dalila, conservó su poder. Tan pronto confesó el manantial de su fuerza, fue rápidamente despojado de ella. Dios le había abandonado y su desesperada acción final le costó la vida.

No somos del mundo y, por tanto, no es necesario que andemos envueltos con él. Es abiertamente contrario a la conveniente obediencia y al mandamiento amoroso del Señor. ¡Cuantas veces vejamos el amor de Dios, en la estúpida y perjudicial creencia de que sus mandamientos son fastidiosos, porque nos impiden revolcarnos en el mundo con su carga de inmundicia! Para estar en el “mundo” es preciso saber el precio que hemos de pagar, que peligros podemos correr, y los resultados que podemos espiritualmente obtener.

Como el hijo pródigo, tenemos que pasar por la humillación de guardar cerdos y comer algarrobas, antes de volver al amor del Padre. Y ello si no nos sucede como interpela el apóstol: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. (2ª Pedro 2:22). Jesús siempre estuvo rodeado de multitudes, y nunca se dejó llevar por opiniones ni acusaciones. Hizo lo que debía; hacer la voluntad de su Padre. Eso es todo.

A esa forma de andar se nos llama a todos. Pensamos que todavía no podemos formular la reflexión de que Jesús habló cuando dijo… cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: siervos inútiles somos, pues lo que teníamos que hacer, eso hicimos. (Lucas 17:10). ¿Lo hemos hecho? Cada cual que se haga su reflexión.       

El mundo ignora voluntariamente y con pertinacia, las palabras de Cristo tan trascendentes y claras. No dejan lugar a dudas. Nadie va al Padre sino por mí. ¿Está claro? Y más aun, y esto es extremadamente grave: El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. (Mateo 12:30). Por ello es tan importante la separación de los hechos y pensamientos del mundo, cuyas gentes tienen tantas formas de filosofía como individuos lo componen.

El mundo es enemigo de Cristo, y quien está con el mundo está contra Cristo. O te apartas del mundo, o eres declarado enemigo de Cristo. Sin más razonamientos; estás contra Él. Estás desparramando los dones que te han sido confiados.

Volviendo al principio de lo expuesto. Como ahora, seguramente, habría en aquellos primitivos tiempos que menciona la Escritura, hombres de grandes conocimientos, de grandes cualidades y de mucha más relevancia social que Noé.

Ahora vemos también que los más denodados creyentes que persisten en su pureza, frente a la continua tentación de la mezcla con el mundo no cuentan en las grandes escenas, y son tenidos en nada por esta sociedad corrompida que tanto se jacta de sus realizaciones.

De cualquier manera el hecho cierto es, que en aquella ocasión solo Noé se salvó,  como ahora el que es de Cristo, también por la misma determinación de Dios. Ni la inteligencia, ni la pujanza, ni las grandes obras de los antiguos coetáneos de Noé pudieron salvarlos. Solo Noé fue salvo y, también por el poder de Dios, solo los creyentes existentes “en el gran día del Señor” se salvarán y no los grandes de este siglo.

La humana inteligencia que permite descubrir tan grandes misterios, será tenida en nada en el “gran día”, así como los adelantos técnicos, que se miran como la panacea universal y el instrumento de la independencia y suplantación del poder de Dios. Estos mismos avances técnicos, serán motivo de ruina y devastación, volviéndose contra sus creadores tal como el hombre irredento se vuelve contra Dios. Comerán del fruto de su camino, Y serán hastiados de sus propios consejos. (Proverbios 1:31).

La declaración del destino de los que temerariamente son condenados, es motivo de desprecio para los que creen que vale todo y que Dios puede ser burlado. Nosotros lo contemplamos, con manifiesto rigor y consecuente respeto. La Escritura no es ambigua cuando dice: … los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apocalipsis. 21:8)

Por más que queramos darle a toda la Biblia un sentido figurado o alegórico que le reste rigor y realismo, no es posible imaginarse otra cosa distinta a la  horrenda desventura que espera a los aludidos en este versículo.

Si para algunos este tormento anunciado es motivo de burla y desprecio, para nosotros es algo de una solemne seriedad. No es asunto baladí ni para tomarse frívolamente, andando confiado neciamente en los despropósitos que se predican en estos tiempos. Estos se expresan  abiertamente con el axioma de que “por cualquier camino se va hacia Dios si se hace sinceramente”.

Esto no es lo que nos dice la palabra de Dios. Ella dice claramente que sinceramente te salvas con Cristo, y sinceramente te pierdes sin Él, por muy sinceramente que creas lo contrario. Y más sinceramente vives en el peligro, pues sabes bien lo que haces y conoces bien tu propia vida. No salva ni la sinceridad, ni cualquier camino. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Juan 3: 36).  Nada más claro.

La famosa “premio Nóbel”, Rigoberta Menchu, dice ahora claramente que “no hay una verdad sola”. Y no está aislada en ese modo de pensar que no es el que predicaba hace tan solo unos pocos años con tanto rigor. Mal se puede uno fiar de la actividad de quien piensa así. Y se le puede decir: ¿para qué discurres tanto, cambiando tus caminos? (Jeremías 2:36).

Es Cristo el único camino, la única verdad. Otros senderos de vida y toda clase de sinceridad, (que no es tal) si no es por este sendero, lleva inexorablemente a la perdición. Aquí, en este lado,  en la vida terrenal tan efímera y estrecha, podrás tener el aplauso y la adulación de todos junto con la fama de persona sabia y destacada. Ante Dios, estás perdido.

¿Cómo nos atrevemos a pronunciar semejante aseveración? Es fácil si se lee la Escritura, se es fiel a su espíritu sin reservas, y  no se intenta de acomodar lo espiritual a lo carnal. Como dice Pablo apóstol: … nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido. Lo cual también decimos con palabras no enseñadas por sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. (1ª Corintios 2:11,13). Así siempre nos cuadran las cuentas. Desprendámonos de prejuicios y la labor es grata y fácil.

 

 

 

TODO ME LLEVA A TI.

 

Todo me lleva a ti pues tú me acosas

Con limpio titilar en los luceros;

Me llevan los complejos hormigueros

Y el mágico portento de las rosas.

                                                                           

Me impelen las estrellas candorosas,

Los regatos que liban mil jilgueros,

Las cimas donde posan altaneros

Los cóndores de garras poderosas.

 

Todo me lleva a ti, señor de todo;

Desde el cielo que encanta nuestros ojos

A la vida que bulle en verde lodo.

 

Todo hacia ti me empuja en tal manera

Que postrado ante ti, pobre y de hinojos,

Espero de tu gracia la lumbrera.