Recreación

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles.

No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

Sepulcro abierto es su garganta;

Con su lengua engañan…

… y no conocieron camino de paz.

No hay temor de Dios delante de sus ojos.

(Romanos Capítulo 3).    

 

Para realizar sus propósitos Dios tenía que empezar de nuevo, ante la defección de la humanidad entera, a la cual se trata desesperadamente de imitar, alcanzar y superar en los tiempos que hoy viven nuestros contemporáneos. Aquellas actitudes ante la vida y el desprecio hacia Dios, se están produciendo hoy, llevando sobre sí mismas, la  misma justa sentencia que padecieron aquellas gentes. No saben tener vergüenza. (Jeremías 8:12).

Tanto en aquel tiempo, como en el que ahora vivimos, la corrupción reinaba y reina hoy generalizada y aprobada por todos. Era el camino del hombre, y como se dice a este respecto en la Escritura: Hay un camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte. (Proverbios 14,12). Aquel camino trajo los juicios de Dios sobre aquella generación y la trae sobre la nuestra.

En esa condición moral de practicar continuamente el mal, sin tener en cuenta a Dios, hemos de ver los cristianos el peligro de mezclar lo que es de Dios con lo que es de los hombres, y de la filosofía y modo de pensar de las gentes inconversas. Cuando se amalgama lo sagrado con lo profano, hay un choque inevitable de desastrosas consecuencias para el cristiano y su testimonio, por mucha apariencia de provecho y comodidad inocente que nos parezca tolerable y hasta conveniente.

Esta demanda de Dios, cuyo desprecio y desentendimiento es principio de la corrupción del testimonio, para lo que hemos sido llamados y puestos por Dios, es despreciada por los incrédulos. Es el principio de la apostasía, de tantas personas cualificadas que proceden locamente, despreciando el hecho de que la santidad impartida por Dios, pasa por un apartamiento que nos atrevemos a calificar de sobrio en el mejor sentido.     

Dios lo quiere todo de los suyos, y conocer bien esta voluntad del Padre, es la sabiduría.  Esa es la verdadera sabiduría y para ella: sus delicias son con los hijos de los hombres. (Proverbios 8:31). Él es Dios y no hay otro, por lo que nada que no sea para su gloria y soberanía vale un ardite espiritualmente. Y todo lo que no proviene de fe, es pecado. (Romanos 14:23). Pensemos esto.

Dios tenía su exigencia para con su pueblo, que antes redimió de Egipto. Ese fue el mandato que recibió Saúl: Ve y hiere a Amalec, y  destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas camellos y asnos. (1º Samuel 15:3). No cabe mayor crueldad, dicen muchos incrédulos, pero todo esto se ha escrito como ejemplo, para nuestra admonición y enseñanza. (1ª Corintios 10:11).

Nosotros no tenemos que matar a nadie físicamente, pero el “Amalec” perverso que hay dentro de nosotros, ya sea como familia, marido, esposa, hijos, y aún los de pecho, (querencias inocentes en apariencia, pero que se pueden desarrollar si se las alimenta) tienen que ser apartados y quitados de delante, sin permitir que se interpongan entre nosotros y Dios.

Todavía tenemos mucho botín de Amalec en nuestro interior, que se expresa en nuestros pensamientos y actos. Destruyamos a Amalec. Posesiones y objetos de uso muy común, y que todo el mundo tiene por buenos sin escándalo de nadie. Todo, todo en absoluto tiene que ser puesto debajo de nuestros pies, o eliminado para poder tener la perfecta unión con nuestro Padre Celestial. Es solo así, como cumpliremos el mandato de Dios desde el principio: llenad la tierra y sojuzgadla. (Génesis 1,28).

Ejercer de dominadores y no de dominados. Destruir en nosotros querencias y cosas o personas que nos son muy queridas, cuando estas se opongan en el camino seco y serio de la santidad. A toda costa. Nunca se sintió tan  complacido el Señor, sino cuando era obedecido, y el pueblo era sano, fuerte y poderoso. Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. (Isaías 66,2).

La desobediencia trajo la debilidad,  la dependencia y el miedo a todo lo que no fuera el temor a Dios: infundiré en sus corazones tal cobardía, en la tierra de sus enemigos, que el sonido de una hoja que se mueva los perseguirá, y huirán como ante la espada sin que nadie los hostigue. (Levítico26:36). ¡Que verdad contienen esas palabras, y que ostensiblemente han sido comprobadas!

Ahora, dominados por los vicios que llaman libertades, por una feroz independencia y despego, sin afecto natural, y con notoria apelación al bien “social” cuando las cosas no le marchan bien, cada individuo es una isla de egoísmo en el que el primer axioma es “yo primero”. Esto hace que el orden cívico haga aguas en cada ocasión, y que el diálogo entre personas se inicie siempre entre la desconfianza y la agresividad.

Cruel le pareció a Saúl, así como inútil y lastimoso, destruir tan hermoso botín como habían capturado. Vacas, ovejas, oro, plata, vestidos…  y un botín de personas inmenso. ¿No sería más provechoso ofrecerlo como sacrificio a Dios? Aunque Dios le había encomendado un mandamiento concreto, el pensó que a fin de cuentas Dios tendría que agradecer, que él hubiese pensado hacer esta ofrenda tan excelente y rica (a semejanza de Caín).

El pensamiento es el mismo siempre, y con la coartada de ofrecer a Dios algo que él no quiere y que aborrece, por causa de la desobediencia y la necia justificación. ¿De que me sirve, dice Yahvé, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales engordados; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda eso de vuestras manos?…

No me traigáis más vana ofrenda… Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos… Vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma… Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien… (Isaías 1). Por boca de este profeta, Dios rechaza la ofrenda con la que se  quiere sustituir la dedicación y el acatamiento a su palabra.

Son dos pasos ineludibles para todo hombre que quiera ponerse a salvo de la ira de Dios, contra el pecado y contra quien lo practica. El primero consiste en dejar de hacer el mal. Ya con este paso hay un avance importante para el que busca la verdad. El segundo y decisivo es hacer el bien. Una parte negativa contra el mal, y la positiva para la práctica del bien. No se puede hacer el bien, si previamente no hemos dejado de hacer el mal.

También el pueblo israelita ya se alegraba de poder contar entre sus pertenencias un botín tan espléndido. Todas las vanas consideraciones del pensamiento irredento, contra la voluntad expresa de Dios. Samuel amonestó a Saúl cuando este quiso como coartada ofrecer el botín de Amalec en sacrificio, habiendo desobedecido y tratado de justificarse: ¿Se complace Dios tanto en los holocaustos y víctimas, como que se obedezca a su palabra?  (1º Samuel 15:22).

El pueblo perdonó a Amalec, y consintió convivir con los que Dios puso en sus manos para que los destruyera, y ocupara su lugar, para sustituir a los idólatras, y como consecuencia las corrupciones de los amorreos. Este proceder desobediente, trajo la desgracia de todos: Haced alianza con nosotros, dijeron los gabaonitas. (Josué 9:6).

Esto mismo nos dicen a nosotros las filosofías y prácticas paganas en este tiempo. Hacer la paz es algo grande, pero ¿a costa de qué? Estas alianzas que parecen nobles y buenas, son las que trajeron todo el mal al pueblo de Israel. Las consecuencias se dejaron ver muy pronto.

Era muy duro llevar a cabo el mandamiento del Señor, como fue muy duro el Diluvio y la muerte de los primogénitos de Egipto, pero ese era el camino de Dios para conseguir un pueblo apartado, fiel, y dedicado a Él sin mezclas que le corrompieran. También este pueblo de hoy será castigado por causa de la desobediencia. El pacto con el mundo, invalida el pacto con Dios. Si Dios prohíbe la mezcla es porque seguidamente se acompaña de la corrupción. Es profecía y también historia. Somos nosotros mismos los que hacemos inválido el pacto. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; El no puede negarse a sí mismo. (2ª Timoteo 2:13).

Acán, por codicia, escondió un manto babilónico muy bueno y unos lingotes de oro, cuando la orden de Dios era destruir todo lo inmundo que había en la tierra para que sus hijos pudieran habitarla en paz, dedicación y comunión con Él. Sufrió las consecuencias de su mentira y desobediencia. (Josué 7). Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1ª Corintios, 10:11,12).   

Lamentablemente, también hay muchos cristianos que consideran esa exigencia como algo que se puede soslayar (siendo tan imperativa e ineludible), dando un sinnúmero de razones retorcidas y complicadas. Con ellas tratan de justificar la trasgresión de este riguroso mandamiento de Dios. Es tratar de justificar lo que, en lo más íntimo de su corazón, ha de reconocer el cristiano como nefasta  desobediencia.

Si la semilla de Dios se contamina y pierde su pureza, ya no puede contar con el poder del Espíritu para ser el medio de propagación de la verdad de Dios en la tierra. Dios no admite adiciones ni variaciones en su plan, sino la más estricta lealtad a su palabra.

Es así, que vemos tantas obras cristianas sin poder, ni efectividad alguna para la propagación del evangelio. Hay mucha agitación y cada uno tiene su proyecto personal, lo cual no es malo en sí, sino cuando se interpone a otros proyectos de la iglesia, y al respeto debido a los hermanos.   

El mandamiento de Dios es modulado según el parecer carnal, y no hay testimonio ni difusión, sino embrollo y propaganda. No es esa la voluntad del Señor, pero no es obedecido. Eso no obsta para que Dios haga su obra como y cuando quiere, aunque todos reconozcamos que sería de gran gozo para todo hijo de Dios, ser parte activa, útil y  reconocida en esta magna obra. Ser colaboradores activos y alegres de Dios, pero a su manera, no a la nuestra. ¿Qué es harto difícil? ¡Alabado sea el Señor! que nos hace caminar por la senda de la renuncia, como Él hizo toda su vida. Y si algunas veces sentimos tristeza en esta jornada, en la que no se nos permite detenernos en la fresca alameda de la indiferencia, démosle gracias y refugiémonos en su amor, en la seguridad de sus promesas, y su ayuda continua y eficaz.  

 

AYUDA DE JESÚS.

 

 

En mis noches de angustia y de tristeza

Has sido tú mi alivio, Jesús mío,

Cuando ya deprimido triste y frío,

Tu consuelo ofreciste a mi flaqueza.

 

Solo tú, mi divina fortaleza,

Amante y fiel auxilio en mi extravío,

Eres el único que con tu  poderío

Ahuyentas el pavor de mi cabeza.

 

¿Que dicha encontrará ningún humano

Lejos de ti, en afán desesperado,

Que próvido no dé tu amor sagrado?

 

En ti camino mi celeste hermano

De estúpidas querellas despojado,

Radiante al gran final que tú has forjado.

 

 

 

 

 

Líbrenos Dios de ejercer una crítica implacable. También de apologéticas sin base. Los que reconociendo su debilidad se esfuerzan en adorar y agradar a Dios en el fondo de su corazón, no quieren caer en la maldición que el profeta profiere contra los transgresores conscientes y rebeldes: ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5, 20). Todos pecamos, pero debemos saber lo que es, y lo que no es pecado; reconocerlo cuando lo hay y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4,16).

El proceder del pueblo de Dios muchas veces en nuestros días, ya se asemeja demasiado a la situación de Israel, y que obligó al profeta a decir: es una frondosa viña que da abundante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó también los altares, conforme a la bondad de su tierra aumentaron sus ídolos. Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables. (Oseas 10: 1,2).

Y repetimos otra vez que  esto no es referido solo a unos pocos, sino a todo el que debiera ser el pueblo de Dios, esté donde esté. Es gangrena y cizaña en todo lugar. Es lastimoso, pero invariablemente cierto, que el hombre hace aumentar sus ídolos, tan pronto logra hacer crecer también sus riquezas.

En lugar de agradecerlas se entrega por el contrario a ellas, su principal ídolo, entronizándolas como sus valedoras, y desentendiéndose de Dios. Del donador de tales bienes, al que desprecia en la misma proporción que Él lo prospera. Una más, de tantas paradojas de la naturaleza humana.  

Casi hemos perdido el derecho a ser la luz del mundo por cuanto hemos manchado nuestra semilla con la semilla del mundo, es decir, con la semilla del mentiroso diablo. ¿Como nos distinguiremos del mundo? Y, ¿Que tiene que ver Cristo con Belial? ¿O, que parte el incrédulo con el creyente?  (2ª Corintios 6:15). ¿Porqué nos sentimos tan ofendidos por que se diga y denuncie, lo que todos sabemos que está continuamente ocurriendo?

Nuestra militancia personal de cualquier clase que sea, no nos exime de responsabilidad ante Dios y ante nuestros semejantes. La crítica y la denuncia por muy amarga que sea, hace bien a la Iglesia de Dios, y no la ocultación o el disimulo de la suciedad que hay que raer.

No hay por que decir por parte de nadie: ¿a quién se refieren estos? porque todos nosotros estamos involucrados en esta agonía cristiana; en este angustioso debatirse. Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores. (Salmo 1:1).

Ahora, como entonces, contemplamos los juicios de Dios como muy lejanos, y en cierto modo como ilusorios. Son considerados por los paganos como fastidiosos, y hasta alienantes contra los discípulos, pero la realidad es que se cumplieron y se cumplirán sin duda.

También en tiempos muy antiguos, y ante las profecías de Dios por boca de Ezequiel sobre la maldad de su pueblo apóstata, decían las gentes con socarronería: La visión que este hombre ve es para de aquí a muchos días; para lejanos tiempos profetiza este. (Ezequiel 12, 27). Y esto en tiempos en que estaba por sobrevenirles la calamidad, la destrucción, el esparcimiento y la  cautividad.

Se cumplió también en ellos la profecía de otro formidable profeta cuando les dijo a los habitantes de Jerusalén, y habituales visitantes del Templo. Yo pondré esta casa como Silo. (Jeremías 26:6). Y efectivamente, como Silo quedó el templo; como cuando el Señor levantó su Espíritu del antiguo santuario.

Como cabaña vacía; como lugar sin la santa trascendencia que tuvo en tiempos anteriores, al carecer ya completamente de contenido. Dios no moraba allí y ya solo tenía un significado material, y casi puramente tradicional. De nada vale que ahora se hagan ante los viejos y derruidos muros toda clase de oraciones y visitas, porque la presencia divina abandonó aquel lugar. Solo se establece ya en los corazones y no en los edificios.

El juicio de Dios se manifiesta siempre sin falta, una vez que se confirma continuamente el despego de los hombres hacia Él. Si su dirección amorosa se desprecia y sustituye por los cálculos humanos, Dios les abandona y ellos quedan a merced de sus propias fuerzas. Los resultados son siempre calamitosos.

Tal es la ira de Dios y la angustia y desencanto del creyente, que en otra  ocasión diría un angustiado profeta: ¡Oh!, quien me diese en el desierto un albergue para caminantes, para que dejase a mi pueblo y de ellos me apartase. Porque todos ellos son adúlteros, reunión de prevaricadores. (Jeremías 9: 2). Así es la situación de la humanidad sobre esta tierra, que está contaminada a causa de sus moradores. (Jeremías 3: 9).

De tal manera que la búsqueda de la felicidad auténtica que tanto anhelaron los antiguos, ha sido sustituida por la búsqueda del placer sucedáneo, como placebo efectivo que disimule la gran angustia, dentro de la arrogancia y el orgullo. Este viene a decir a todos con actitudes y palabras de mentira. “¡Miradme! ¡No creáis que estoy triste ni doliente; soy feliz, tengo poder, o riqueza, o algo que me da la felicidad!”

Es realmente mentira y decepción interna. Solo dolor, que únicamente puede ser amortiguado o calmado unos instantes, con la noticia de que a alguien a quien aparentemente le iba bien, ha sufrido una calamidad. Sí, hay mucho dolor en la humanidad.

Hay angustia, temor, enfermedad y ansiedad, de lo que los llamados a la vida de Dios, hemos sido redimidos por obra del Espíritu, y por lo tanto no nos afecta. El mismo Dios nos ha apartado para sí. Hay sanidad y salvación abundante en el Dios viviente.

Para los incrédulos la profecía es abrumadoramente pesimista: Desde la planta del pié hasta la coronilla, no hay en él (pueblo de Israel) cosa sana sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas ni vendadas, ni suavizadas con aceite. (Isaías 1:6). Hay muchos creyentes sinceros, que procuran con ahínco mantenerse libres de pecado, pero dejan abierta la vía a la amalgama con el mundo, sus obras y filosofías. No tendrán paz ni victoria jamás.

Jesús proclamó muy claramente que Él no era del mundo, y que el mundo no tenía nada en Él. Los discípulos que tratamos trabajosa, pero gozosamente de seguir sus pasos lo más cerca posible, dadas nuestras flacas aptitudes y nulas fuerzas, hemos de tener muy presente este distanciamiento radical de Jesús de las pompas y mentiras del mundo.

Nosotros solo hemos de esforzarnos, con el poderoso empuje del Espíritu Santo, de ir tras las mismas pisadas que el maestro, por amor a su nombre, y gratitud por su sacrificio en aras de nuestra salvación eterna. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4, 16)

 

 

QUIERO CONTARTE

 

Quiero, Jesús, contarte, pues tanto te he fallado,

Mi tristeza profunda por mi ingrata flaqueza,

Porque bien reconozco tu bendito cuidado,

Que sustenta mi vida con tan santa firmeza.

 

No es grata mi vianda si no estás tú conmigo,

Ni hay amor que ilumine como me aviva el tuyo,

Ni otro ser que me apremie como tú a ser amigo,

Ni mi alma descansa si no duerme a tu arrullo.

 

En mí siento tu mano dirigir mis caminos,

La llamada imperiosa de tus dichos hermosos,

De tus bellos consejos, de tus hechos divinos,

De encendidas promesas y silencios gloriosos.

 

De tu rico venero, de tu aljibe tan lleno

Con el agua de vida y perfume de flor,

De tus pródigas manos, de tu apoyo sereno,

De promesas tan firmes con que  avivas mi amor.

 

Tú, mi negra amargura transfiguras en gozo;

De esperanza me llenas con divino alimento,

Y rendido te ofrezco con humilde reposo,

Un ramito de amores y un raudal de contento.

 

Desde ahora prometo, santo Cristo bendito,

Confesar mis vilezas, ser de ti consolado,

Confiar en tu gracia, humillado y contrito,

Y esperar tu regreso con vigor renovado.