Autosuficiencia

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Guarda tus pies de andar descalzos, y tu garganta de la sed. Mas dijiste: No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado y tras ellos he de ir. Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y tus ataduras y dijiste: No serviré.

(Jeremías 2 y ss.).

 

La tenaz rebelión contra Dios del hombre no redimido, es un misterio insondable que ha recibido muchas interpretaciones de toda índole, pero para la mente y el espíritu humano son un arcano incomprensible e impenetrable en incontable número de ocasiones. Tal afán de vivir solo en una autosuficiencia desmesurada, es signo de su rebelión primigenia continuada y tenaz, a pesar del continuo fracaso en todos los órdenes de la vida. 

Todas las realizaciones del hombre en el plano material, van acompañadas casi inevitablemente de la corrupción y la jactancia. A medida que crecen, la corrupción aumenta en proporciones descomunales que le conducen hacia su propia destrucción. Solo la sublimación de la prosperidad mediante un uso adecuado de la riqueza, puede hacer de esta un instrumento de Dios, como toda cosa que se le ofrece incondicionalmente.

Los que ponen su atención al tamaño del frigorífico, casa, o automóvil, etc., de los demás están juzgando lo que no deben. No es la clase de posesión legítima de las cosas, la que determina la calidad del cristiano, ni nadie puede establecer cuales son las necesidades y circunstancias de otro. San Pablo expresa rotundamente en un texto que es muy apropiado al caso: el tiempo es corto… los que tienen esposa sean como si no la tuviesen… los que lloran como si no llorasen… los que disfrutan de este mundo como si no lo disfrutasen… (1ª Corintios 7:29 y ss).

Así, nos habla la Escritura, sobre la situación del mundo actual: Faltó el misericordioso de la tierra y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano. Para completar la maldad con sus manos, el poderoso demanda, y el juez juzga por recompensa; y el grande habla el antojo de su alma, y lo confirman. (Miqueas 7,2-3). Este lamentable estado de cosas es el que, diariamente, parece que se va introduciendo en la sociedad actual y en nuestro trato con las gentes mundanas. 

De poco sirven los llamamientos de muchos disconformes con este estado de cosas, ya que la gangrena se dispersa por todos los estamentos de la sociedad occidental. De casi todas las demás culturas, no vamos a hablar siquiera, por que ya están absolutamente perdidas en casi todos los aspectos de la convivencia y del conocimiento de Dios.              

Estas desdichadas actitudes, aparentemente aparecían antes (y también  aparecen ahora), como convenientes para el desarrollo de un mundo que supuestamente progresaba, pero que cada vez se hundía mas profundamente en sus propios, y errados caminos de rebeldía a la voluntad de Dios, como ahora sucede.

Desconocimiento que no era ignorancia, sino rebeldía enconada ante su autoridad. Tal como ahora, en aquel corrompido tiempo, su prosperidad trabajaba contra ellos. La Escritura dice así del Israel corrompido y a punto de ser juzgado: Israel es una frondosa viña que da abundante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó también los altares; conforme a la fertilidad de su tierra aumentaron sus ídolos. (Oseas 10:1).

Tal como ocurre hoy, las gentes creían que su forma de pensar y por tanto de vivir, era la que les convenía pues encajaba perfectamente con sus modos de concebir la existencia. Una existencia en realidad plena de incertidumbres y pesares, entregados a sus propios designios.

Había, como ahora, mucha información deforme, mas no conocimiento de la verdad. Aborrecieron la protección de Dios y quedaron despojados de su favor, cuando lo hubieran disfrutado plenamente, mediante la atenta subordinación a sus ordenanzas para vida.

El orgullo de ser autosuficientes, nos lleva a la tan ridícula y nefasta posición de cuestionar continuamente la eficacia de la dirección de Dios. Los resultados son visibles en todo tiempo y lugar. En aquellos antiguos tiempos que hemos descrito someramente, aquellos designios rebeldes a Dios, parecían deseables según el juicio de los hombres.

Ellos comprobaban que el resultado de aquella relación y consecuente mezcla de sangres, era una raza potente de gigantes y caudillos de renombre, que serían vigorosos y capacitados defensores de aquella próspera, aunque perversa civilización. El hombre, paradigma que ha representado Ninrod, era su seguro defensor y apartaban a Dios de sus mentes y su corazón.

Como ahora, aquellos antiguos hombres de renombre representaban en su tiempo la figura del cazador-guerrero que defendía de las fieras, o del caudillo que conquistaba riquezas e impartía su propia forma arbitraria de riqueza y de justicia. O era elegido por hacer exactamente lo que una sociedad cada vez más corrupta le demandaba. De ahí el dicho paradójico: “Soy su líder; tengo que seguirles”.

Aquellas figuras eran consideradas, tal como hoy muchos líderes políticos, como los enérgicos y eficaces defensores de la permanencia del bienestar y el progreso, con la misma falta de visión que ahora se  manifiesta. Su fuerza y su ingenio eran, a su parecer, suficientes y aquellas gentes se sentían seguras y tranquilas, aunque la maldad rampante se enseñoreaba de todos.

Dios, sin embargo, no lo contemplaba de esta forma. El no mira las cosas y los sucesos como los mira el hombre, ya que como se dice claramente en la profecía: mis pensamientos no son vuestros pensamientos; ni vuestros caminos mis caminos. (Isaías 55:8). Y así dice la Escritura que; vio Dios que la maldad de los hombres era grande en la tierra, y que todo designio del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. (Génesis 6,5).

Un panorama desolador y sin esperanza. Todo estaba perdido. Como ahora, los hombres decían: “Nos hemos dado (a nosotros mismos) una forma de orden o de proyección de nuestras vidas a nuestra manera, con nuestro ingenio y nuestra técnica”.

 Hoy se cree que aquellos tiempos eran distintos de los actuales y que la corrupción y maldad era mucho mayor entonces, porque  se  pondera la situación desde el punto de vista de los paganos. La realidad es que en todo tiempo se ha dejado aparte la voluntad de Dios, sustituida por el optimismo y la falsa autosuficiencia suicida de cada generación. La prosperidad era la corroboración de que sus extravíos eran convenientes.

No se discierne, que la ausencia de Dios en el sentir y hacer del hombre, es el mayor pecado y la mayor corrupción. Y hoy como ayer las cosas siguen igual. No hay más que repasar someramente la historia de la humanidad, y mayormente la de las dos últimas guerras mundiales entre las naciones más “civilizadas” de la tierra. La historia acusa. 

Siempre que se trata del tema de la separación se acude velozmente a la acusación de rigidez, de intransigencia y de falta de interés por la salvación del prójimo. Muchas veces de buena fe y con la misma "bondadosa" ignorancia.

Es cierto que a veces se quiere conseguir este distanciamiento, imponiendo una incomunicación y un ascetismo casi monacal o cátaro, que tampoco funciona. Pero no se trata de apartarse y aislarse de las gentes; de losmoradores de la tierra”, como no tendría que ser advertido a los verdaderos cristianos a quien este trabajo va dirigido.

En la misma iglesia de, suceden los más aberrantes casos de desobediencia. Actualmente, si se acude sin rubor al más execrable espectáculo; ¡Nada de advertir, ni siquiera mostrar desaprobación! ¿Se acude sin rebozo a actos ocultos que están desaprobados por la Escritura? “¿Quién te crees que eres para llamarnos la atención? ¿Acaso tú no eres un pecador como nosotros y como todo el mundo?”

Si se desaprueba alguna costumbre que no está especificada por la Escritura (por ejemplo, fumar, beber sin control, producciones pornográficas, etc.) enseguida brota el reproche y la reacción furiosa: ¡”Eres un retrógrado, un farsante hipócrita y nadie te da derecho a juzgar”! “No juzgues hermano, no juzgues; tú también tendrás alguna falta”.

Así ocurre en todas estas cosas que entorpecen el Evangelio y la salvación, pero a las que es imposible oponerse de alguna manera. Cualquier llamada de atención, cualquier admonición, es tergiversada con tal de excusar los vicios. Los vocablos preferidos son: retrógrado, beato, nazi, machista, etc.  Ante eso no hay defensa. Ahí terminó el “diálogo”.

Casi todo se quiere que valga por tantos en las que no resida un espíritu de respeto y acatamiento a las ordenanzas de Dios. Se hace lo que se quiere, y ni se tiene como cosa perniciosa. Eso no sería “moderno”. Tanto en el plano social como en el religioso se ha abierto la caja de Pandora que anuncia otra vez el miedo generalizado a la calamidad. 

Esta es ocasión oportuna, para insertar un texto que se explica por si solo, sin necesidad de interpretaciones de nadie. La Iglesia, que solo tiene legitimidad si obedece a Dios y sigue los pasos de Jesucristo, ha de interiorizar lo más profundamente, posible en su ser de Iglesia de Dios, el siguiente texto. Por sí solo, es una perfecta instrucción para el andar del cristiano dentro y fuera de la Iglesia.

¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.

Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.

Las consecuencias de la desobediencia, son funestas para el rebelde a la guía cierta de Dios, por boca de los hombres ungidos. Muchas veces oímos decir las famosas frases ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué Dios permite las guerras? Y otras muchas de semejante jaez. Ahí va la respuesta en palabras del gran apóstol.

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (Santiago 3:13 y ss.).

Los mundanos abominan del mandamiento. Por ejemplo: No matarás es para estas personas un mandamiento que solo les impide matar a ellos (que quieren matar), sin tener en cuenta que también impide que a ellos les maten otros. Cuando les conviene invocan este mandamiento para apoyar una tesis o conveniencia suya. Para sus eslóganes, muchos que no muestran el menor indicio de respetar los mandamientos divinos, utilizan para remover conciencias a favor de sus tesis el “no matarás”.

No creen en el mandamiento y, sin embargo, lo exhiben para convencer a otros. Con la mayor desvergüenza y oportunismo los ponen delante de los que, desde siempre, han tenido por sagrado el mandamiento, que ellos manipulan a su conveniencia. Así con todos.

Ya no existe (dicen) verdad fiable y sólida. No vale la pena someterse a nada. Cada cual que haga lo que más le convenga. Nadie cree que exista una instancia moral mayor que la suya propia, y por tanto que le obligue en conciencia. Su propio designio es su moral. Solo que al fin y al cabo nos preguntamos: ¿Y quien es el hombre que sabe lo que más le conviene, si no tiene la referencia de Dios? El escrupuloso deseo de obedecerle es para muchos “modernos”, propio de “gente anticuada” que “todavía cree que está en la verdad”. 

Así se califica a quien osa, de una u otra manera, a negarse a dar por buena esta forma consuetudinaria de vivir la vida social. Reconocemos que cada cual puede tener sus razones. Nosotros tenemos las nuestras, que estamos convencidos, responden a la voluntad de Dios. Y no vale el tan trillado, y tan a menudo utilizado falazmente, argumento del amor.

El amor hay que ejercerlo en la comprensión del pecado, de la debilidad propia y de los demás. De comprender, a proceder a su aprobación o a su apoyo como cosa ligera y fácilmente aceptable, existe un abismo.

Este amor que tan insistentemente se predica por tantos (que no lo practican), es necesario ponerlo en práctica en la asistencia a los demás hermanos que tienen que salir, (y quieren) de una mala situación. Con ellos sin embargo se ejercitan a veces unas actitudes de rechazo rencoroso y anticristiano.

Y eso frecuentemente, por parte de otras personas de la iglesia, o fuera de ella, en muchos casos. Cuando se dice: “daos la paz” no se requiere un gestito que no compromete. Se tiene que sentir la paz en los mismos corazones. Las manos deben hacer el gesto, pero el corazón la obra espiritual. Esto sucede. Y es innegable, a menos que se esté tremendamente prejuiciado, que hay mucho interés en ocultar estas situaciones, en nombre del equilibrio en el seno de la congregación en la que se producen.

Cuando hay problemas se han de  solventar con comprensión y discreción, pero no con secretismo y afán de protagonismo. En la Iglesia es necesaria la disciplina, y los ministros responsables han de velar por ella con rigor y misericordia. Las dos virtudes son positivas y perfectamente complementarias. Rigor sin misericordia es fariseísmo claro y no es de recibo, como tampoco lo es la relajación de todas las virtudes que deben adornar a un creyente que se tenga por fiel y obediente.

Lo que no es admisible es dejar que cada uno haga lo que quiera, y que, por la razón que sea, no se discipline o amoneste a quién (dentro de la iglesia) no se conforma a las sanas palabras del evangelio. Y a quien proteste, acusarle de  fanático. Disciplina no es agresividad, sino mostrar a todos la justicia del fundamento de Cristo, y que el orden cristiano y el buen proceder, son la señal de que se está en el buen sendero.

 La reacción lógica, pero no justa, es intentar justificar cualquier extravío con la excusa de la posible parte de error que nosotros podamos tener. Y esto no solo entre los creyentes más ignorantes y poco cualificados, sino entre muchos que ostentan gran conocimiento y, al parecer, muy poco celo.

Es de todos conocido que la Escritura tiene (exagerando) tantos intérpretes como lectores, y es por eso que son tan prácticos y necesarios los catecismos y confesiones de fe, que contienen el compendio de doctrina que es necesario practicar y creer, para los más indoctos e ignorantes.

Que la fe es la salvadora, y que todo es don de Dios. Y eso es bueno a todas luces. “Cristo el único y suficiente mediador, y fuera de la Iglesia no hay salvación”. La respuesta es para todas la misma, aunque trabajosamente reconocida. En la que Cristo es el centro, y el Espíritu Santo actúa. En donde esto ocurre hay verdad, hermandad, amor, afecto sincero, responsabilidad, igualdad ante el Señor, sumisión de unos a otros, obediencia a la Palabra, y celo por la pureza y la idoneidad de los comportamientos de todos los creyentes. Los frutos del Espíritu.

Es fácil escribir sin comprometerse, de forma amable y superficial, y además erudita con abundantes referencias, con lo que todos estarán contentos y se logra un libro “edificante”. Es relativamente fácil agradar a los que interesa contentar. Como dijo Giovanni Papini en su prólogo a su libro “La vida de Jesucristo”: basta retirarse unas semanas con unos cuantos libros, y hacer una obra que sería como transportar unos huesos secos de una tumba a otra. Claro que en el sentido que le conviene al que interesa agradar.

El apóstol Pablo, denodado luchador por la pureza de la doctrina no tenía ningún reparo en hacer ver la verdad a todos, aunque ello le acarreara muchas dificultades en la relación con las distintas y distantes congregaciones. Tuvo que ver como algunas iglesias que él mismo había plantado y hecho crecer, le volvían la espalda por que otros iban detrás de él para conturbar a los cristianos. Estos, recién llegados a la fe, estaban más expuestos a las influencias de otros que con el respaldo de que eran apóstoles (fraudulentos) contradecían las enseñanzas que habían antes sido implantadas por Pablo.

Así tuvo que aclarar a todos, de muy distintas maneras y talante, la verdadera y muy simple doctrina. Escaso de recursos y siéndole doloroso ver a algunas iglesias locales opuestas a él, pues habían muchos que iban desacreditándolo, decía: Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Gálatas 1:10)

Queremos hacer algo que sirva por su valor interpelante, y afirmado en la verdad de las palabras de Dios. Estas no siempre son bien acogidas y siempre nos hieren como dice la misma Escritura: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos: 4:12). Ese es nuestro propósito, y no el de herir los sentimientos de nadie, erigiéndonos en jueces humanos a lo que no tenemos derecho, ni nadie nos ha constituido para ello.

Ni siquiera podemos juzgarnos a nosotros mismos como personas, tal como dice el apóstol Pablo: Yo en muy poco tengo ser juzgado por vosotros o por tribunal humano; y ni aun me juzgo a mí mismo. Porque aunque en nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. (1ª Corintios 4:3-4). Sería temerario y acto de profundo desprecio a los mandatos del mismo apóstol, ignorar lo que dice en otro lugar: Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. (2ª Corintios 13:5). El mundo, opuesto a Dios, nos argumenta con razones de su falsa filosofía para que dudemos de nuestra vocación y de nuestra fe: “No entréis en esos temas tan desagradables y controvertibles; guardad la paz callando…  y claudicando”.

 Lo cierto es que los cristianos tenemos que elegir entre dos opciones contrapuestas. Ser corderos o lobos. El mundo nos invita a ser lobos para defendernos adecuadamente, y para ello nos proporciona los colmillos y las garras de la mentira, la violencia, y la cobardía de abandonar y hasta de atropellar al más débil.

Es cierto que es una fuerte tentación. Se vive mejor sin entrar en profundidades y dejando correr las cosas. ¿Para qué complicarse la vida, atrayendo hacia sí la censura y animadversión tanto de unos como de otros? Vive y deja vivir; y no es mal consejo mundano. No fastidies a nadie, haga las obras que haga, y no andes como debes porque haciendo así ofendes a los demás. ¡Resígnate, el mundo es así! Pero así no es como procedió Jesús.

Jesús nos invita de continuo a la mansedumbre con su ejemplo y sus palabras. Así se dice clarísimamente en la santa Escritura: Angustiado él y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca… aunque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca. (Isaías 53:7 y ss.). A nosotros se nos dice por boca del mismo Jesús: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. (Lucas: 10:3). Así que, ante Dios, solo hay esas dos opciones. O eres cordero o eres lobo. No hay más casuística en esto.

Nos podemos imaginar, como tantos santos hombres, tenidos como rebeldes y perniciosos, y los mártires anónimos, como también los profetas, no cesaron, desde temprano y sin cesar de luchar, con la palabra de verdad, contra las desviaciones de su Iglesia, a lo que tenían derecho y deber por causa del amor que le profesaban. Y eso sin dejar de ser hombres de su tiempo, con sus querencias, errores y limitaciones.

¿Estaban equivocados? Puede ser que en algunas (o bastantes) cosas sí, pero el espíritu prístino de la Iglesia fue puesto delante de todos; y a pesar de las exageraciones y desvíos, la Iglesia se puso en marcha de otra manera distinta en el transcurso del tiempo. Ni unos ni otros procedieron de forma absolutamente correcta, pero un camino se abrió que permitiera  regresar a los principios que Jesús tanto amaba.

De hecho, es imposible saber lo que hubiese sido la actual Iglesia sin la proclama de la Reforma. Eso queda en el secreto de los designios de Dios y Él sabe bien lo que dispone. El hecho de la Reforma está ahí, y lo que creemos que procede ahora es la unión contra el mal dondequiera que esté, no con actitudes hostiles ni adustas, sino con la sincera  hermandad que nos proporcionará a todos, la alegría de estar haciendo la voluntad de Dios.

Muy criticado fue el papa Juan XXIII cuando estableció unas orientaciones y reglas en el concilio Vaticano II, pero siguió adelante y algo se movió en la Iglesia y por ende, en las confesiones provenientes de ella. Los hombres con proyección, son los que adelantan a las sociedades. Y Más aun en el terreno espiritual.

El papa Juan no satisfizo a nadie dentro ni fuera, pero estableció algo así como un principio de comprensión, e introdujo un poco de luz en las mentes y los corazones. Aquello no podía seguir así. Todo fue lo escaso y defectuoso que se quiera, pero era un paso.

No es de buen gusto ni honesto, mencionar acremente los errores de unos y otros, que sin duda los hubo y en algunos los sigue habiendo (algunos muy gruesos). No es edificante, y San Pablo dijo: Hágase todo para edificación. (1ª Corintios 14:26). Lejos de nosotros, ofender a persona o entidad alguna, haciendo o diciendo algo sin el propósito de edificar.

Aquellos errores y los que ahora se mantengan por inercia, a nuestro parecer ya pasaron, y una catarsis espiritual se impone. Los enemigos son muchos y la Iglesia debe permanecer como sustentada en Roca (Cristo), y no sobre movedizas arenas del error, la anarquía y el pensamiento “políticamente correcto”.

Ahora toca la concordia, porque el verdadero enemigo no descansa. No seamos como las vírgenes necias, ni dejemos que esta situación la utilice el enemigo. La discordia es el arma más eficaz del diablo, y hay que desarmarle con los sacrificios que hagan falta. Concertémonos nosotros en Cristo, y Dios tendrá libre camino para hacer su obra. ¿Quién sabe si la situación del mundo es una invitación a la Iglesia en reafirmarse en lo que el joven teólogo Ratzinger denominaba las “cosas últimas”, es decir lo importante y meollo de nuestra fe, en contra de las “cosas penúltimas” que producen la “acidia“ y la dejadez según sus propias palabras.

No es misión nuestra llevar a nadie a nuestro pensamiento y práctica. Nos limitamos a exponer las cosas desde el punto de vista de la Escritura,  de los padres de la Iglesia, y que cada cual obre según le parezca. El camino tiene muchas espinas y muchos gozos, pero el final es el decisivo para todos. Algo así decía, un estribillo antiguo. “Lo esencial del que más sabe, es que el alma salva acabe. Porque al fin de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no… no sabe nada”. O algo parecido.

 

SE ACABA MI SENDA

 

Se acorta mi camino, se me acaba y estrecha,

Mis baladas de amores se me hicieron endecha,

La color de la cara se me ha vuelto ya oscura,

Y mi claro horizonte se me tornó negrura.

 

No quiero que por miedo o pesar prematuro

Se enturbie lo que resta de mi vida, al conjuro

De brumosos presagios, ni que bocas paganas

Sin fe y sin esperanza me auguren cosas vanas.

 

No tengo queja alguna porque siempre he vivido

El amor y las penas, el canto y el gemido,

Con ánimo resuelto y confianza plena

En el Dios que me guarda y en su luz que me llena.

 

Nunca me faltó nada, que todo lo he tenido,

Porque dentro de mí he gozado y creído

La belleza del Cielo, la grandeza de Cristo

Que sin tasa o reproche de todo me ha provisto.

 

De paz y de esperanza he sido pregonero,

Aunque no haya gozado de lauros o dinero,

Pero siempre he tenido el placer de haber hecho

Lo que siempre he debido sin trampa ni cohecho.

 

He sido siempre rico en amor y en amigos

Y tampoco faltaron ni siquiera enemigos

Que dieran a mis voces, con su acerba censura,

El respaldo excusado a la verdad que es pura.

 

De la mentira huyendo busqué en el evangelio,

Al no haber encontrado ningún principio serio,

Y al subir por el monte de la verdad sencilla

Me di cuenta muy clara, que somos solo arcilla.

 

Al despedirme anciano del mundo que abandono,

Le doy gracias al Cielo sin rabia y sin encono,

Por que he vivido alegre y pleno de esperanza

Y voy a mi destino con alma gaya y mansa.

 

 

AMDG