Fruto del espíritu

Autor: Rafael Ángel Marañón    

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo,

Para que nuestro ministerio no sea vituperado;

     Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios,

En mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias;

     En azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos;

     En pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad,

En el Espíritu Santo, en amor sincero,

     En palabra de verdad, en poder de Dios,

Con armas de justicia a diestra y a siniestra;

     Por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama;

Como engañadores, pero veraces;

     Como desconocidos, pero bien conocidos;

 Como moribundos, mas he aquí vivimos;

 Como castigados, mas no muertos;

     Como entristecidos, mas siempre gozosos;

Como pobres, mas enriqueciendo a muchos;

Como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.

(2ª Corintios 6: 3 al 10).

 

 

 

En la Iglesia de Dios no hay hipócritas. Sí los hay en los templos, en las festividades y hasta en los ministerios. En la Iglesia de Dios, solo hay salvos, por que sobre el fundamento de Jesucristo, es donde se basan los verdaderos cristianos, y eso no admite hipocresía.

El Espíritu Santo nos llena a plenitud, y en ese estado solo hay alegría, por pertenecer al número de los redimidos por la sangre de Jesús. Nos da la sabiduría necesaria para que podamos discernir lo que conviene a nuestra condición de Santos.

Dice la Escritura que hagamos la voluntad de Dios, por que el Espíritu de Cristo nos capacita para ello con toda sabiduría. Esta sabiduría espiritual es muy bien expresada por el apóstol, cuando dice de ella: Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. (Santiago 3:17).

Esta sabiduría no permite falsedades, por que constriñe amorosamente a cumplir con gozo las prescripciones del Señor. Es la que produce los frutos del Espíritu que son, de plano, contrapuestos a la sabiduría del mundo. En esta “sabiduría”, solo hay astucia, duplicidad, y al final crueldad, por cuanto en ella habita la maldad humana y no el Espíritu de Cristo.

¿Qué frutos son los del Espíritu? Más bien debiéramos decir “el fruto” de la vida del Espíritu. Es un ramillete de buenos sentimientos (los de Cristo). Es en fin lo que concreta el apóstol Pablo, cuando redarguye a los corintios, que estaban en un estado verdaderamente lamentable en el plano espiritual: el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… (Gálatas 5:22).

Cuando un creyente marcha (con más o menos trabajos y dificultades) practicando esos frutos, habita, y muestra a todos, un universo distinto del que ofrece el mundo. En este, todo es mensurable con el más y el menos, o con el mejor y peor, etc. En el Espíritu y en sus cosas dice el santo apóstol: contra estas cosas no hay ley. (Gálatas 5:23).

Nunca hombre alguno llegará bastante lejos, como para pasarse en la práctica de la humilde condición, del perfecto hijo de Dios, el Cristo.  Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:25).

Por tanto, la ley no quiere ni puede regular los principios y el fruto del Espíritu, por que su puesta en acción por el creyente nunca rebasará ningún listón. Podemos aproximarnos (teóricamente), en nuestra vida espiritual a Jesús, pero nunca podremos llegar a su nivel ni, por consecuencia, rebasarlo.

No hay límite para el fruto, y no se corre el peligro de pasarse. Cuanto más abundemos en ello, tanto más aprenderemos de la veracidad de Cristo, y comprenderemos mejor, hasta que punto llevó su humildad y su subordinación al Padre Celestial.

Por tanto, insistimos en que la iglesia de Dios no tiene hipócritas ni cosa sucia alguna, ya que Cristo la depura, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. (Efesios 5:27).  Esa Iglesia de Cristo ¿Puede tener hipócritas? ¿Puede ser falsa o sucia? Es de Cristo y por tanto ¿puede Cristo admitir algo corrompido?

Por el contrario la Escritura dice claramente: Yo honraré a los que me honran, y humillo a los que me desprecian.  (1º Samuel 2:30).  Honremos a Dios llevando el fruto y los frutos del Espíritu. Si hemos escogido esta vocación, por lo menos seamos fieles a ella. No es fácil y lo sabemos todos. El cristiano leal sufre muchas contradicciones y oposición en su andar diario.

La vocación de santificación diaria de todas sus cosas, y de él mismo es dura a veces, y no proporciona muchos amigos, pero la paz y el gozo de amar y saberse amado por Dios es, o debe ser, suficientísimo para el que voluntariamente ha entrado en este camino que lleva a la vida.

La lucha es dura a veces, pero el galardón es sobremanera grande y glorioso. Solo tiene que actuar la fe en la promesa de Dios, y lanzarse decididamente: Jesús lo advierte con tiempo: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. (Lucas 13:24)

Pocos son los que hallan la verdadera puerta. La puerta estrecha no engaña a nadie, y el camino angosto no es precisamente una invitación, a seguir a Jesús sin privarse de un solo placer, sino un trayecto hacia la gloria que hay que recorrer con constancia y fe absoluta. El Señor nos ha dicho la verdad sin tapujos. Es renuncia, es peligro, es desprecio, es desconfianzas, es…

Todo es duro y difícil para el hombre no regenerado, pero si se es fiel, todo cobra importancia, hasta el más mínimo esfuerzo que hagamos con la mirada puesta en la gloria venidera. Así dice la Palabra de Dios: Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. (Romanos 8:18).

El asunto está claramente propuesto. Se cree y se actúa en consecuencia. Nos dirán fanáticos y toda suerte de lindezas, pero Dios dice claramente: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3:15).

¿Frío, caliente? ¡Tú sabrás! Y alguno dirá: ¡Es que es muy duro lo que Dios nos propone! Necio, todo lo da el hombre por su vida, aun sabiendo que  al fin le abandonará ¿Y nosotros dudamos y fluctuamos, cuando se trata de la vida eterna? Que el Espíritu Santo nos convenza de pecado, y nos colme de su poder, para que podamos andar esa senda gloriosa, que no termina sino en la gloria más inconcebible que podamos pensar o imaginar. (1 Corintios 2:9).

AMDG.