Cristo, Sí, ha resucitado

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación,

Vana es también vuestra fe.

Y somos hallados falsos testigos de Dios;

Porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo,

Al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.

   Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó;

   y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.

   Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.

Si en esta vida solamente esperamos en Cristo,

Somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.

Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos;

Primicias de los que durmieron es hecho.

1ª Corintios 15:14 y ss.)

 

Voy a intentar glosar un poco, con mis muy limitados alcances, al apóstol Pablo en una frase que es antológica, y que él explica muy bien contextualmente en sus escritos. Después razonaremos mejor. Pablo dice (en la versión que utilizo), lo que encabeza esta reflexión. La versión que poseo de Nácar Colunga, dice también textualmente en el verso que quiero glosar: Si solo mirando para esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres. (1ª Corintios 15:19).

Sacamos pues varias conclusiones (1ª Corintios 15:19). Primero, que nuestra vida eterna depende total y absolutamente de la resurrección de Cristo, que es nuestra propia resurrección. Si no hay resurrección de Cristo, entonces todo lo que hacemos es, pesado, superfluo y amargo. Una religión más de las muchas que existen y se fabrican a diario.

Es por eso que son tan detestables tantos maestros que surgen al modo de las setas, para explicar lo que ya no necesita más explicación. El axioma es claro: nosotros estamos en Cristo, luego vamos a donde el va. Sin discusión, por que Él lo ha dicho. Podríamos añadir una serie de razonamientos verídicos y razonables, y tal vez deberíamos hacerlo lo que haría este trabajo más extenso.

El dijo: Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. (Juan 17:23 y 24).

Cuando la liberación de los esclavos haitianos del yugo francés (relativa liberación) y el ejército francés preparaba una celada tras un bosque, retirando como en fuga las avanzadillas, hubo una orden de Toussaint,  Louverture que era el líder del levantamiento de liberación, para que se detuviera su ejército que ya perseguía al enemigo.

Cuando las tropas liberadoras se pararon ante la orden recibida, hubo muchos que se desesperaron y hasta desconfiaron. ¿Por qué? ¿Por qué se retira el ejército, cuando el enemigo huye y la victoria final está en la mano? La contestación del general que mandaba fue lapidaria, y aun me hace saltar lágrimas de los ojos, cuando pienso en la similitud que propongo: Lo dice Toussaint; él sabrá. Y claro está que sabía, por que le esperaban los ejércitos enemigos, atrincherados para destruirlos.

Bien, dirá alguno. Una orden cumplida, como todas las de un ejército. Yo la aplico a nuestra fe: Lo ha dicho Jesús, El sabrá. ¿Cómo nos comemos el cerebro, dando vueltas y revueltas a las palabras de la Escritura; a las palabras de Dios? ¿Creemos en Él y a Él? Entonces todo es fácil: ¡Él sabrá!

No hay que romperse la cabeza formulando y deduciendo las más extravagantes versiones, de lo que es o pudo haber sido. De lo que se ha hecho, o se podría haber hecho. Este es el Universo de Dios y Él lo mueve, ordena y vivifica Para el creyente la palabra de Dios es inerrante, y por tanto, lo que Dios dice lo determina todo.

No hace falta a los creyentes darles más explicaciones de las que ya ellos conocen tal vez mejor que yo. Todo el entramado de la salvación, toda la riqueza ritual, la hermosura de nuestra ofrenda personal, y toda la fe que tenemos en Jesús, es superflua si Cristo no ha resucitado y está a la diestra del Padre: por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (Hebreos 7:25).

Podemos ser lo más valioso en este mundo perdido, solo por seguir los mandamientos y consejos de la Escritura, y los santos guías que nos llevan por el camino de la paz y la concordia, y eso es a todas luces, bueno sobremanera. Y sin fe ha habido personas nobles, rectas y morales, pero es algo de lo que no podemos hacer fianza alguna. Solo ha existido y existe uno, y ese es nuestro dirigente incontestable y divino. ¿Lo dice Él? ¡Él sabrá!

Y lo que trataba de decir al principio lo digo ahora. Solo con seguir a Jesús, podemos en ese convencimiento, ser dichosos en esta vida, alejados de los peligros de un mundo inmisericorde, y terriblemente egoísta. Un mundo, que solo espera una tumba al final y todo acabado, por que ahí acaba todo, según ellos.  ¡Que triste! Si Jesucristo no ha resucitado no hay pues resurrección, ni por tanto vida eterna y salvación para nadie.

Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; (Hebreos 3:1). Cristo ha resucitado y se apareció a incontables testigos, y hace que sintamos dentro de nosotros la acción del Espíritu Santo, que nos da testimonio de que somos hijos de Dios, por medio de la muerte y resurrección del único, del perfecto. Del gran amante, del único inocente, y del único que tenía y tiene méritos que presentar, por que es consustancial con el Padre, y por lo tanto eterno y perfecto como Él.

En ello echamos mano a la vida eterna, cuando las cosas se nos ponen tristes o dificultosas, y en el amado y perfecto y constante amador, tenemos la esperanza bendita de la resurrección y gloria. No somos los más dignos de conmiseración de todos los humanos, por que somos, por el contrario, los que vivos testimonios de Dios y su manifestación en el día de su venida.

Si fluctuamos, somos tibios y desconsiderados con el misterio de Cristo, nos exponemos a estar fuera de su poder y de la presencia que prometió: y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:20). Lo dice Él…

Gocémonos y alegrémonos, por que Dios ha redimido a su pueblo y lo ha llenado de dones, felicidad con vigencia eterna, y esperanza que nos acompaña cada minuto de nuestras vidas. Seamos íntegramente su pueblo, y dejemos a Jesús que se encargue de nuestras cosas y cosillas. Seguramente sabrá hacerlo ¿no os parece?

 

Alabado sea eternamente