Transgresión y castigo

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado

permanecerá aún delante de mí, dijo Yahvé el Señor.

Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras los baales?

Mira tu proceder en el valle, conoce lo que has hecho,

 Dromedaria ligera que tuerce su camino,

Asna montés acostumbrada al desierto,

 Que en su ardor olfatea el viento.

 De su lujuria, ¿quién la detendrá? Todos los que la buscaren no se fatigarán,

porque en el tiempo de su celo la hallarán.

!!Oh generación! Atended vosotros a la palabra de Yahvé.

¿He sido yo un desierto para mi pueblo, o tierra de tinieblas?

¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?

(Jeremías 2).

 

Hay una tragedia que es imposible de extinguir, pero sí se puede paliar si se quiere. Se trata de la droga en sus múltiples formas. No se puede dar solución por que no la tiene. Es algo siniestro, pero puede ser, si no atajada, sí amortiguada.

Los drogadictos son culpables por tomar la droga al principio, pero ¿Quién no es culpable de algo? Y una vez el problema en casa ¿Qué hacer? La legislación que tan flojita fue para permitir, y para que se enriquecieran tantos a costa de los desgraciados, hoy no da salida al problema de modo adecuado. Cierto que se han provisto más medios (drogas, también), para desintoxicar y para moderar la influencia de los mercaderes del horror. Todo en balde.

La droga mueve muchos miles de millones, y hay mucha gente involucrada en este “negocio” vil y degradante de individuos y sociedades. La delincuencia a causa de las drogas ha crecido casi exponencialmente, y las autoridades están desbordadas. Quisieron evitar faltas y delitos en la legislación, que tal vez hubiesen hecho mayor efecto, pero optaron por la fácil vía de la permisividad. Y claro, ahora recogemos la cosecha. Y lo peor es que nadie sabe lo que hay que hacer, aparte de los clásicos parches.

Olvidaron el dicho de que “el que siembra vientos, recoge tempestades”. De ahí que la Escritura diga claramente: Guarda tus pies de andar descalzos, y tu garganta de la sed. Mas dijiste: No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado, y tras ellos he de ir.

Esa es la situación de los que, pregonando libertad y placer, con total independencia y abuso de los bienes de Dios, se entregaron a los más nefastos vicios de los que ahora no se pueden volver. Querían ser “libres” y se han encontrado con la más abyecta esclavitud. Dijeron a Dios: Somos libres; nunca más vendremos a ti. Y son ya esclavos de la más humillante manera, enganchados a la drogas o a otra cualquiera de las muchas dependencias, vergüenza de la raza humana y motivo de lucro para muchos.

La permisividad siempre es acogida con gran satisfacción, por los amantes de vulnerar la ley o rondando su vulneración. Acogen cualquier legislación con satisfacción, siempre que abra el abanico de sus posibilidades delictivas en impunidad o con casi nulo castigo. Es casi regla general que se ignore voluntariamente que: El principio de la sabiduría es el temor de Dios; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. (Proverbios 1:7). Y así les va.

Gentes de alta posición, que ocupan cargos importantes y pueden influir en un más cómodo tráfico de la droga, pueden ser literalmente compradas por los poderosos incentivos del dinero, casi ilimitados, que engendra la venta de droga.

Todos sabemos que está mal, pero nadie alza su voz, ni hay grupo de presión que pueda evitar este mal. Son demasiadas presiones del dinero y de la amenaza. El chorreo constante de dinero es demasiado tentador. Se habla, se escribe, se hacen toda clase de propuestas, pero no hay solución. Incluso a los que escriben sobre ella, produce beneficios la droga.

Una solución, sería elegir los drogadictos más peligrosos por esa causa, y en vez de tenerlos en cárceles, proporcionarles en alguna planta de trabajo, los medios de procurársela sin necesidad de delinquir, y haciendo algo útil para la sociedad y para su propia estima.

No será así. La droga da mucho dinero y no puede ser intervenida una mercancía tan demandada… y con tanta ansiedad. Los que toman droga son los primeros culpables, por que los que la venden, al fin y al cabo lo que hacen es hacer su negocio aprovechando esa avidez, y con el precio que se ha de pagar para alcanzar la droga en los mercados clandestinos.

Sabios tienen los gobiernos (como es de suponer), pero a veces la solución más sencilla puede ser la que haga del tráfico de estupefacientes un negocio menos boyante, y a las pobres gentes enganchadas (estúpidamente, hay que reconocerlo), por su consumo, darles dignidad y posibilidades. Si no de curarse, sí al menos proporcionarles para su dependencia, el producto o el sustituto gratis y controlado, y así impedir que gentes, que por otra parte nunca han sido malas personas, cometan toda clase de tropelías para procurarse su droga.

¡Cómo se burlaron de las prescripciones del Evangelio los que sin más, y despreciando el consejo, se sumergieron hasta la abyección en un mundo que ya no les dejará escapar! En un infierno de bajezas y crímenes al que nadie parece capaz de darle fin.

La política y los intereses, son armas demoníacas para atrapar a seres humanos, que de otra forma serían personas de orden y hasta benéficas. La desobediencia acarrea estas consecuencias de las que, naturalmente y como pasa con todo, solo Dios (según ellos) tiene la culpa. Pro el Señor dice repetidas veces y en todo tiempo y lugar: Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. (1ª Corintios 10:23).

La estupidez humana, se burla cuando recibe la instrucción de Dios para que tome precauciones contra las asechanzas del pecado, y no caiga en manos de crueles que no tendrán compasión de él, y que le exprimirán y humillarán cuando le tengan en sus manos.

Así dice la Escritura desde milenios estas palabras, que son aplicables a cualquier trasgresión contra la enseñanza de Dios: Para que no des a los extraños tu honor, Y tus años al cruel; No sea que extraños se sacien de tu fuerza, Y tus trabajos estén en casa del extraño; Y gimas al final, Cuando se consuma tu carne y tu cuerpo, Y digas !Cómo aborrecí el consejo! Y mi corazón menospreció la reprensión; No oí la voz de los que me instruían, ¡Y a los que me enseñaban no incliné mi oído! Casi en todo mal he estado, En medio de la sociedad y de la congregación. (Proverbios 5:9).

Esa es exactamente la situación, queja y degradación, del que cae en manos de la drogadicción, del alcohol, la promiscuidad, y tantas lacras en los que los jóvenes (y no tan jóvenes), caen a pesar de los miles y miles de personas que a sabiendas entran en este círculo infernal, donde tan fácil es entrar y tan difícil, cuando no imposible salir.

Solo un arrepentimiento genuino, fruto de la consciencia de la degradación en que se encuentra, hace que la persona desprecie su estado miserable, y entre en el circulo de los que libres al fin del pecado alaban a Dios, con todos los que han sabido, por el Espíritu, discernir y conocer el amor de Cristo tan liberador y seguro.

En Él encuentra la paz, la libertad, y la satisfacción de saber que es dueño de sí mismo y que en vez de ser entregado a la esclavitud del pecado en las hondas ergástulas del vicio, morará en el Espíritu y en la vida eterna, muy lejos del infierno.

“Solo Cristo salva”, no es solo un bonito eslogan. Es la realidad más venturosa que cualquier ser humano puede proclamar, tan alto como quiera, por que es la más bella realidad que existe en la tierra. Y proporciona verdadera paz y libertad.

AMDG.