La Gloria del Evangelio

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

"Pero aun si nuestro evangelio está encubierto,

Entre los que se pierden está encubierto.

Pues el dios de esta siglo presente

Ha cegado el entendimiento de los incrédulos,

Para que no les ilumine

La luz del Evangelio de la gloria de Cristo,

Quien es la imagen de Dios."

 (2ª Corintios 4: 3, 4).

 

Los cristianos no tenemos una polémica que solventar, sino un evangelio (buena noticia) que proclamar. El Evangelio, se expone con perfecta convicción, o se calla uno. Si tenemos dudas y titubeos, cualquiera puede derribarnos, pues nosotros mismos estamos ponderando esa posibilidad. Si no estamos seguros de lo que decimos ¿quién nos ha mandado decirlo? Dios no, evidentemente.

Poner a nuestra fe en discusión con lo que piense cualquier mente estrecha, que necesita una vela para demostrar que existe la luz del sol, es necio e incongruente. El Evangelio no se discute. Se tiene que exponer claramente una verdad que es simple. El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.  (Mateo 12:30) Eso es claro.

Solo hay una ruda, pero insistente y firme declaración. Si no vas a Cristo te pierdes, estás bajo la ira de Dios, y solo si vas a Cristo tienes salvación. Ahora estás muerto en delitos y pecados. Nada puedes hacer tú, para enmendar esa situación fatal. Si vienes a Cristo te salvas y si no, te condenas. No vale discutir con quien se casó Caín, o quien era el marido de Magdalena. Eso es ejercicio de distracción para otros.

Nuestra fe es tan sólida, como solo puede serlo la verdad desnuda. Se expone, y eso es todo. Después es cosa del que recibe el mensaje de salvación o perdición. Pablo apóstol, no se entretuvo con florituras ante Festo y Agripa y al final les dijo: Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón.  (Hechos 26:26.)

El Evangelio no es nada que se deba ni pueda imponer. Es tan grande su poder, que el que busca de veras la verdad y la vida eterna, no tarda en comprender, si es alma sencilla, que aquello que le muestra es su salvación y su liberación. Desde que acepta vivir en Cristo, deja de temer, y vive en la más perfecta alegría y tranquilidad. Se acabaron las dudas, se extinguió el miedo, se terminó la incertidumbre de la salvación, como dijo el profeta: Tú guardarás en completa paz, a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. (Isaías 26:3).

Pablo habla totalmente confiado, y sabe resistir los exabruptos de los mandatarios. El sabía muy bien lo que estaba explicando, que no era ni más ni menos que la resurrección de Jesucristo, base y garantía de nuestra resurrección y gloria. Así pues insiste en un concepto audaz, que posiblemente no gustaría que se aireara mucho entre nuestras buenas gentes: Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.

Si solo para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (1ª Corintios 15:16 a 20). Esperamos y tenemos desde el momento de nuestro pacto con Dios, vida eterna. Eso creemos, de ello estamos firmemente convencidos, y en ello ponemos toda nuestra esperanza y nuestra vida.

Los demás intentarán aportarnos los más variados y perversos argumentos, para que entremos en su universo mental, pero nosotros nos basamos en hechos y en la revelación de Dios. No hay color. Nosotros ganamos siempre. Ni los argumentos más sofisticados, podrán cambiar la realidad de que somos salvos y ellos condenados. Nosotros en paz, y ellos en agitación. ¿Quién dijo que era mal negocio, entregarse a Dios en Cristo?

El Evangelio no consiste en palabras bien articuladas, y discursos sin espíritu, preparados minuciosamente, pero que no reflejan la verdad de lo que se trata. El Evangelio es poderoso por la potencia de Dios, y no es solo un conjunto de libros, aunque sean llamados propiamente así. El Evangelio es la llamada de Dios a los hombres, comunicándoles que todos los pecados y rebeliones, pueden ser redimidos y perdonados por la sangre de Jesucristo.

No es algo complicado, solo para los inteligentes y estudiados, sino para los pobres, cuyo espíritu ha sido acostumbrado a la humillación, al desprecio, a la baja condición entre las gentes, al sometimiento, al aplastamiento y la decepción de la vida. Para estos hambrientos de Pan del Cielo, es el Evangelio en primer lugar. Y no con fuerza, ni con superioridad intelectual o de otra índole, sino con la verdad desnuda. Porque el reino de Dios no consiste en palabras; consiste en poder. (1ª Corintios 4:20).

La fe que proclamamos y que sentimos para comunicarla, no es algo escondido ni oculto, como muchas de las ideologías que se agitan por el mundo. Las decimos con claridad, inocencia de corazón, y para dar a los pobres de espíritu, lo que siempre han deseado, como dijo el mismo Jesús: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año de Gracia del Señor. (Lucas 4:18).

Cristo no vino al mundo a resolver, pequeñas o grandes querellas entre nosotros. Vino a dar vida eterna a los que la quisieren, a todos los que por su flaqueza, incapacidad, o hasta toda la maldad del mundo, quisieran ser rescatados de su forma de vivir, y no estar sin esperanza ni Dios en el mundo.

¿Cuál es esa esperanza y esa transformación, de la que hablaremos hasta que nos llegue la hora de la llamada del Señor? Lo podemos decir en pocas palabras: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2ª Corintios 3:18).

A los que aspiran a cosas mucho mejores que las que contemplan en esta vida, para esos es el Evangelio. Ni aun los ricos a los que les sobra el dinero, están libres de temores de perderlo. Tal vez han perdido por esa causa, el gusto por las cosas que Dios ha puesto en abundancia, para que todos las disfrutemos ordenadamente. Nadie está lejos del reino de Dios, a menos que no quiera acercarse, porque, como dijo Jesús: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, yo no le echo fuera. (Juan 6:37).

Ese es el Evangelio de la Gracia de Dios, el que libra de pesares, el que da libertad para poder hacer el bien, y el que satisface completamente al alma hambrienta de verdad y de justicia. Ese es el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Lo que ansía todo hombre; libertad, fraternidad y equidad. Justicia de Dios, practicada por los que han aceptado a Cristo como su Señor, y da a sus palabras crédito y obediencia.

Una santa conducta valientemente cristiana, despojándonos de adherencias, aunque nos sean muy queridas, es la que dará testimonio del Evangelio, cumplida y cabalmente. No con exhibición de oratoria, sino con humildad y serenidad. El que quiera oír que oiga. Decía San Pablo a propósito de esto: y ni mi palabra ni mi predicación, fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder. (1ª Corintios 2:4).

No se trata de vivir una fraternidad, impuesta por el grupo o la asociación, sino sentirla, por que sientes que el mismo Cristo, siente contigo. Que a través de nosotros imparte su amor. Seamos pues altavoces, y no sordina, ahogando su palabra. Glorifiquemos su poder con nuestras fuerzas y denuedo, y no oscurezcamos su obra con vaguedades y dejadez. Él mismo decía: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. (Juan 5:17). Vamos nosotros, decididamente con Él, a trabajar la viña. Y Dios sabrá recompensar. Le sobra amor y poder. Tiene de ello abundante provisión.

AMDG.