Agravio

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Es grave agravio el que se hace al Evangelio creyendo que se puede ser de la familia de Dios y andar de cualquier manera al estilo de mundo. Jesús nos dijo que los que fuésemos suyos sufriríamos de incomprensión y hostilidad del mundo, cuando no de persecución.

Así dice la Escritura santa: ...el fundamento de Dios es firme teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. 2ª Timoteo 2,19. Decir que alguien es un hermano conociendo su vida contraria a las sublimes susurros de Cristo es faltar a la verdad, y no tenemos derecho a dar por buena la especie de que un impío pertenece a Dios. Por sus frutos los conoceréis, Mateo, 7,16. insiste la palabra de Dios. Puede que el tal sea muy amado por nosotros y que deseemos fervientemente que sea rescatado de sus iniquidades, pero no podemos llamarle hijo de Dios, porque no lo es.

Hay también una religiosidad sin obras dignas y propias de la vocación cristiana; una religiosidad formalista, pero que no aporta signos de verdadera entrega a la dirección de Dios. Por lo tanto estos falsos religiosos necesitan cambiar sus conductas, para que puedan ser recibidos en comunión por los que de veras demuestran su condición y su conducta cristiana.

Hay en la Iglesia personas que quieren ser declaradas como participantes de todos los beneficios de ella, pero siguen el camino trillado del mundo y quieren, además, que la iglesia se pliegue a sus demandas cuando, por sus conveniencia, le viene bien que la iglesia bendiga un proyecto o acto religioso de cualquier clase que ellos consideren que debe aprobar y hasta ser cooperante en su exigencia caprichosa.

La Iglesia de Dios es columna y baluarte de la verdad.  A la verdad de Dios tiene que atender la Iglesia, y no a los caprichos y opiniones que continuamente tratan de manchar su testimonio, y su dependencia de Cristo que es su cabeza.

Jesús es taxativo: Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y me siguen. Juan 10:27. Esas que no oyen no son las ovejas que Jesús conoce y las que le siguen. Son perdidas o descarriadas. Las más no quieren oir. Solo volviéndose a su verdadero pastor (que no cesa de buscarlas) pueden ser salvas y pertenecer al aprisco de los salvos.